La Columna de la Semana: Sin lugar a dudas, la presidencia
argentina del Grupo de los 20 (G-20), que acaba de comenzar marca un punto
culminante del retorno de la Argentina al seno de la comunidad Internacional.
A nadie
escapa, se esté o no de acuerdo, que la docena de años del kirchnerismo
significó, en la práctica, un aislamiento internacional.
Un
aislamiento internacional que comenzó con el famoso e inútil pago por
adelantado de la deuda con el Fondo Monetario Internacional (FMI), el incumplimiento de las obligaciones con los
organismos multilaterales de crédito, la persistencia en el default, la no
aceptación de las sanciones del CIADI, etcétera, etcétera.
Con el
kirchnerismo, la Argentina intentaba asemejarse a un adolescente malcriado que
pretende ventajas sin aceptar deberes
por cumplir.
Fue el
setentismo aplicado a la política exterior.
Acercamientos con Cuba y Venezuela. Viajes a Angola. Rechazo altisonante
del Tratado de Libre Comercio (ALCA). Infantilismos verbales. Cancilleres
aduaneros y pavadas por el estilo.
Junto a
ellos, cuestiones graves por demás como el Memorándum de Acuerdo con Irán,
acordado para garantizar impunidad y cerrar de prepo la interminable
investigación sobre el atentado terrorista contra la AMIA.
El
triunfo de Cambiemos en el 2015, ratificado en las elecciones de octubre pasado,
puso las cosas en su lugar: Argentina debe formar parte de la comunidad
internacional como un miembro que exige derechos, emite opiniones, reclama por
lo que considera le corresponde, pero lo hace con la predisposición necesaria
para cumplir con sus obligaciones.
El G20
es el segundo, en orden de importancia, órgano de
consulta entre los gobiernos a nivel mundial.
Reúne, por un lado, a la Unión
Europea como tal, como entidad multilateral y a los gobiernos del Grupo de los
Siete, los países más industrializados del mundo. Es decir, los Estados Unidos,
Canadá, Japón, Francia, el Reino Unido de la Gran Bretaña, Alemania e Italia.
A estos se agregan los países más
grandes y, probablemente, más emblemáticos de las llamadas economías emergentes
como Sudáfrica, Turquía, China, Rusia, India, Indonesia, Arabia Saudita,
Australia y Corea del Sur, junto a Brasil, México y la Argentina, los tres de
la llamada América Latina.
Algunas cifras demuestran el
poderío del G20. Concentra el 85 por ciento del Producto Bruto Mundial; el 66 por ciento de la población humana del
planeta; trafica el 75 por ciento del comercio internacional y totaliza el 80
por ciento de las inversiones globales.
Es visiblemente, el conglomerado
más dinámico de la economía mundial. Presidirlo rotativamente por un año no es
menor. En el 2016, su presidente fue Xi Jinping, el presidente chino. En el
2017, lo fue la canciller federal de Alemania, Angela Merkel. Ahora comienza el
turno del presidente Mauricio Macri. Dentro de un año, será el de Shinzo Abe,
primer ministro del Japón.
Para Macri y para la Argentina
constituye una trascendental oportunidad. No porque nadie vaya a regalar nada.
Sino porque abre las puertas de los contactos. De los contactos con los jefes
de Estado y de Gobierno más importantes del globo.
Claro que las diferencias entre
los miembros del G20 son enormes. El PBI per cápita de Argentina es de
aproximadamente 15.000 dólares anuales, mientras que el de Canadá es de algo
más de 50.000 dólares anuales y el de
India es de solo 1.400 dólares anuales.
Pero todos forman parte de
bloques comerciales de mayor envergadura. Desde el alicaído Mercosur, la Unión
Europea, el NAFTA, la Alianza para el Pacífico o la ASEAN del sudoeste
asiático.
Dentro
de la idea de una reinserción “inteligente” en el mundo, la presidencia del G20
es un anillo al dedo. Aún cuando el proteccionismo hace gala de estar
nuevamente en vigencia en los países centrales, con Trump, con el Brexit, con
los avances de una derecha xenófoba y proteccionistas en las elecciones de
varios países europeos.
Mapuches
Y las
cosas se mezclan. Buena parte de las deliberaciones del G20, en particular las
reuniones previas de ministros y funcionarios de los distintos integrantes del
citado foro, se llevarán a cabo en la ciudad de Bariloche, en particular, en el
famoso y elegante Hotel Llao Llao, próximo al lago Mascardi, donde la
Resistencia Ancestral Mapuche –RAM-, el grupo independentista violento, reivindica tierras
mientras reniega del Estado argentino.
No se
trata solo de un problema de seguridad. Va más allá. Va hacia la paradoja de
una situación irresuelta –o en todo caso, muy mal resuelta- que se arrastra
desde hace un siglo y medio pero que se mezcla con la búsqueda de una
modernización del país de la mano de su inserción en el mundo.
Por
supuesto que el extremismo del RAM confunde las cosas. No es con métodos
violentos como quedará resuelto el conflicto. Lejos de lograr la adhesión de
las comunidades patagónicas indígenas, el RAM se aísla con su intransigencia y
su peligroso voluntarismo alejado de cualquier planteo razonable y, sobre todo,
realizable.
A la
fecha, las acciones del RAM solo obtienen un repudio generalizado, allá en los
lugares donde se desarrolla.
Va de
suyo que la quema de casas, el ataque a pobladores, el incendio de camiones, la
destrucción de instalaciones, el amedrentamiento, la violencia en general,
merece y logra el citado repudio pero corre serios riesgos de transformarse en
un conflicto étnico que supere al minúsculo RAM.
Más aún
cuando sectores políticos que militan en el peronismo o la izquierda actúan de
manera irresponsable –o premeditada- para atizar el conflicto.
Es el
caso del actual mandatario chaqueño Domingo Peppo quien, a dos mil kilómetros
de la realidad patagónica, decidió “bautizar” como Santiago Maldonado a un
centro recreativo de la ciudad de Resistencia.
O se
trata de un abierto desafío al gobierno nacional. O se trata, con mayores
probabilidades, de un nuevo capítulo del “relato” al que la mayor parte de la
dirigencia peronista nos tiene acostumbrados desde hace ya demasiados años.
Peppo
bautizó su “piscina” con el nombre de quién cortaba una ruta en el Sur junto a
quienes niegan jurisdicción argentina sobre gran parte de la Patagonia. Lejos,
lejísimos de ser un héroe, Maldonado participaba de una acción reivindicativa
de quienes no aceptan vivir bajo las leyes del país.
Pero,
además, Maldonado, para lamento de más de alguno, tampoco fue un mártir de
nada. Se ahogó mientras huía. No fue baleado, ni herido, ni torturado, ni
apretado, ni golpeado, ni nada. Murió por hipotermia. Tampoco era mapuche. Ni
su corta vida transcurrió en la Patagonia.
Curioso
que esos sectores del peronismo, a los que ahora se suma Peppo, que se
reivindican a sí mismos como “nac and pop” –“nacionales y populares”- abracen
causas que no se caracterizan, precisamente, por lo nacional, sino por el
separatismo.
En
síntesis, relato y oportunismo, la constante de los últimos años.
Pero,
ni lo uno, ni lo otro, pueden desviar la mira del gobierno de la necesidad del
diálogo y el acuerdo. Hoy, por intermedio del obispo de Bariloche, ese diálogo
puede comenzar.
Las
comunidades mapuches involucradas reclaman un “reconocimiento” sobre 500
hectáreas que hoy forman parte del Parque Nacional Nahuel Huapi que comprenden
el área ocupada por los integrantes del RAM.
Es un
comienzo.
Vamos bien…
No
estamos bien, pero vamos mejor, puede ser la frase que sintetice la publicación
de los últimos resultados de las estadísticas nacionales dadas a conocer por el
Instituto Nacional de Estadística y Censo, ahora INDEC, luego de años de INDEK.
Es que,
por ejemplo, la industria creció, a octubre último, medida interanualmente, un
4,4 por ciento. Claro que la medición da un resultado menor si abarca solo el
período enero-octubre del 2017 frente a igual período del año anterior con solo
un 1,8 por ciento positivo.
La
explicación debe buscarse en la prolongación de la etapa recesiva que no
concluyó con el inicio del presente años, sino recién cuando el 2017 se
encontraba bastante avanzado.
Si los
datos de la industria son alentadores, los de la construcción permiten algún
grado de euforia. Es que el avance interanual habla de un 25,3 por ciento y ese
dato constituye una suba muy alta. Obvio que se trata de la recuperación de un
sector que transcurría un profundo letargo. Pero así y todo, 25,3 por ciento es
todo un guarismo.
Discriminada
por rubro, la industria solo sufrió retrocesos en la producción de alimentos y
en la refinación de petróleo. La explicación para lo primero es la grave crisis
que, según los ingenios, atraviesa la industria azucarera.
Todo un
llamado de atención para el ministro Dujovne que insiste en gravar con un 4 por
ciento a las bebidas no alcohólicas azucaradas.
Los
datos dejan en evidencia algunas peculiaridades argentinas que, por lo general,
se traducen en un desarrollo poco armónico, improvisado y no planificado.
Así, la
industria punta de la buena perfomance actual es la industria automotriz cuyo
crecimiento fue del 25,3 por ciento. No se trata solo de las terminales, comprende
a las autopartistas, y de dicho crecimiento también forma parte la exportación.
Con
todo, no hace falta demostrar demasiada perspicacia para llegar a la conclusión
de un crecimiento sostenido del parque automotor que circula por las calles y
las rutas argentinas. Y así una buena noticia se trastoca en un problema.
El
actual gobierno es, sin duda, el gobierno de la obra pública. Agua, cloacas,
pavimentaciones, autopistas avanzan por doquier. Pero avanzan para suplir una
infraestructura colapsada heredada de la corrupta e inútil gestión anterior.
Es
decir que con mucho esfuerzo, paciencia e inversión, con excepción del renglón
autopistas –cuyos resultados se verán recién en un quinquenio-, el país solo
recupera lo que ya tenía y perdió.
Es en
ese contexto, sin ferrocarriles, en el que la industria automotriz progresa.
Sí, paradójas argentinas.
¿Y los
salarios? Crecieron. Y crecieron por encima de la inflación. Es decir, creció
el salario real. Claro, el salario real de quienes perciben sus haberes en
blanco, con los descuentos correspondientes. El salario medible. El otro, el
negro también creció según el INDEC, pero eso queda demasiado sujeto a
interpretaciones.
Con
todo, los salarios aumentaron para los nueve primeros meses del año en un 22,3
por ciento promedio. Casi cinco puntos por encima de la inflación. Los de los
privados, los estatales y los jubilados.
Entonces
¿Todo bien? No. El déficit fiscal que el gobierno insiste en atacar con
gradualismo mediante, atendido con endeudamiento externo, atiza el peligro
inflacionario, y en consecuencia lleva las tasas de interés a niveles
incompatibles con la inversión y desemboca en un atraso cambiario que dificulta
las exportaciones.
Y así
las cosas pueden durar un tiempo. No, todo el tiempo.
Pérdida
Irreparable.
Cuarenta
y cuatro vidas tronchadas en cumplimiento de su trabajo que equivale –aunque en
la Argentina no parezca así- al cumplimiento del deber.
No
sirve la discusión menor sobre cuándo debe hablar o no el presidente. Es
importante pero no deja de ser anecdótico. Las vidas se perdieron. No hay
retorno.
Sí, en
cambio, sirve conocer qué ocurrió. Sirve para saber si se trató de algo aislado
o si otra vez deben –con objetividad- cargarse las culpas sobre la desidia y la
corrupción del gobierno anterior.
Pero la
cosa debe ir más allá. Debe llegar hasta definir las misiones de las Fuerzas
Armadas. Desde estas columnas propusimos lucha contra el narcotráfico, soberanía
marítima en el espacio de explotación económica exclusiva y combate al
terrorismo internacional en acciones combinadas con otros países.
Pueden
ser otros. Pero deben definirse ya. Será
la única manera de dotarlas de material bélico específico. De darles
profesionalismo. De foguearlas. De tenerlas listas. De terminar con este
“empleo” que obliga al Estado a gastar casi el 95 por ciento de su presupuesto
en defensa para solo pagar sueldos que no son precisamente ninguna maravilla.
Y será
necesario gastar. Comprar material. Entrenar. Estar a tono con los tiempos. No
hace falta un nuevo ARA San Juan. Ni muchos otros accidentes de menor magnitud
que se conocen poco o nada pero que existieron y ocurrieron.
Definir
el rol de las Fuerzas Armadas, sus objetivos es el camino para honrar la
memoria de los 44 mártires. No con palabras, sino con hechos. Como debe ser. Y
como no debe volver a ocurrir.
*Periodista y Militante Radical en CAMBIEMOS.
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