Tal vez, quizás, cuando
quede atrás la trágica emotividad que despierta la situación del submarino ARA
San Juan y el destino de sus 44 tripulantes, comience alguna discusión sobre el
rol que deben cumplir las Fuerzas Armadas en la Argentina.
Es una más de las tantas
discusiones postergadas sobre el Estado nacional, sobre la representatividad
política, sobre el financiamiento de la democracia, sobre el estatuto del
docente, sobre los derechos de los pueblos originarios, etcétera, etcétera, que
nunca se dan en el país en que vivimos.
Siempre nos aferramos a la
coyuntura, nunca o casi nunca vamos más allá. A tal punto son evitadas las
discusiones de fondo que los que pretenden que nada cambie son los pseudo
progresistas y la izquierda, devenidos en ultra conservadores.
Ahora bien, una institución, una
profesión, un oficio sirve en la medida que se utilice para algo y produzca los
resultados esperados. Si lo primero no se verifica, la institución, la
profesión o el oficio, están de más. Si no se comprueba lo segundo, no están de
más pero ameritan cambios profundos.
¿Dónde están paradas actualmente
las Fuerzas Armadas argentinas? En algo demasiado similar a la nada.
Nadie discute la responsabilidad
de los comandantes que dieron el golpe militar en 1976 con su secuela de
violaciones a los derechos humanos, la desaparición de personas, la apropiación
de niños y los robos y destrucción de propiedades.
Pero se trata de una
responsabilidad de aquellos comandantes. No de las Fuerzas Armadas en su
conjunto y mucho menos para los tiempos futuros.
Sin embargo, adoctrinado por un
pseudo discurso revolucionario, un sector importante de la sociedad argentina
continuó igualando la figura de un militar con la de un represor “ilegal”.
Era conveniente para el relato
del poder de turno. Hacía de Néstor Kirchner un revolucionario porque una vez
ordenó descolgar un cuadro o porque llevó al banquillo de los acusados a muchos
de los que participaron de la represión ilegal cuando ya eran ancianos aislados
del presente militar de aquella época.
Ese “acomodamiento” de la
realidad, ese echar culpas “eternamente” sobre los militares, llevó a la nada
misma. Al no equipamiento, al no entrenamiento, a la no modernización. Y lo que
es francamente peor a desdibujar la razón de la existencia de las Fuerzas
Armadas.
Dejado atrás ese paréntesis
histórico que representó el kirchnerismo, resulta indispensable redefinir el
rol de las Fuerzas Armadas y dotarlas, en consecuencia, de la capacidad
técnica, investigativa y operativa que requiera dicha definición.
Hipótesis de conflicto
A diferencia de hace algunas
décadas, hoy las Fuerzas Armadas de cualquier país del mundo combaten enemigos
no nacionales: el terrorismo y el narcotráfico. Ambas cuestiones se agregan a
las específicas de cada país, es decir, las vinculadas con la preservación de
la soberanía nacional. Un tercer elemento radica en aquello que habitualmente
fue denominado como “hipótesis de conflicto”. Es decir, la planificación de
acciones bélicas frente las Fuerzas Armadas de posibles enemigos.
Comencemos por el final. La Argentina
no cuenta hoy con hipótesis de conflicto regionales. Cuestión aparte de
Malvinas, ni Chile, ni Brasil son vistos como potenciales enemigos capaces de
protagonizar una guerra con la Argentina. Los otros vecinos, Bolivia, Paraguay
y Uruguay, nunca fueron considerados como enemigos potenciales.
La situación geopolítica en
materia militar cambió radicalmente con la recuperación democrática en la
Argentina, luego en Brasil y, finalmente, en Chile.
A tal punto que hasta las
comunicaciones terrestres evolucionaron cuando dichas hipótesis de conflicto comenzaron
–no sin marchas atrás- a quedar en el pasado.
Así, luego de décadas de polvo y
piedras –canto rodado que rompía parabrisas-, fue asfaltada la ruta 14 que
comienza en Zárate y finaliza en la provincia de Misiones.
Así, luego de
décadas de aislamiento, la Mesopotamia argentina quedó unida por muchos puentes
y un túnel al resto del territorio nacional y a sus vecinos.
La razón del aislamiento y, por
ende, del atraso debe buscarse en la consecuencia estratégica de aquella
hipótesis de conflicto. Dificultar el avance de los blindados brasileños al
contar con un único puente sobre el Rio Uruguay –el de Paso de los
Libres-Uruguaiana- y ninguno sobre el Paraná y al no pavimentar la mencionada
ruta 14.
Con la democracia recuperada, la
posibilidad de una conflagración bélica con el Brasil quedó superada por
completo. La idea de los presidentes Raúl Alfonsín y José Sarney de lanzar un
mercado común, el Mercosur, comprendía, por supuesto, el incremento del
intercambio y la complementación entre las economía de los socios, pero sobre
todo terminaba con el temor mutuo.
Otro tanto ocurrió con Chile.
Los pasos, a través de la Cordillera de los Andes, quedaban limitados al túnel
del Cristo Redentor en Mendoza y algún paso más –muy mal mantenido- en la
Patagonia.
El conflicto por las islas de
Canal del Beagle estuvo al borde de derivar en una guerra generalizada entre
ambos vecinos y numerosos episodios filo bélicos ocurrieron hasta entonces a lo
largo de una frontera no demarcada en su totalidad.
También allí, con el retorno de
la democracia en Argentina y años después en Chile, la hipótesis de conflicto
quedó superada –laudo papal y plebiscito sobre el Beagle- y numerosos pasos
quedaron abiertos a lo largo de toda la frontera, desde Jujuy hasta Tierra del
Fuego.
Síntesis, imaginar un retorno a
la belicosidad entre vecinos no parece una circunstancia factible, al menos,
mientras los gobiernos democráticos se sucedan a uno y otro lado de las
fronteras.
De allí que la planificación
militar del país debería imaginar otros objetivos y actuar en consecuencia.
Así, por ejemplo, el rol de la artillería y la caballería motorizada pierde
relevancia.
Soberanía
Si lo de las hipótesis de
conflicto quedó en el pasado, no ocurre lo mismo en cuanto a soberanía se
refiere.
Aquí se debe contar con el
mantenimiento, abastecimiento y logística general de las misiones a la
Antártida y, sobre todo del patrullaje de la extensísima zona marítima de
explotación económica exclusiva.
Nadie ignora el ingreso de
barcos pesqueros –muchos de ellos, factoría- que arriban clandestinamente a la
zona económica exclusiva detrás de los cardúmenes de especies pesqueras
comercializable. Que se retiran una vez que son avistados por patrullas argentinas
y que vuelven a entrar una vez que las patrullas, a su vez, se retiran.
De nada sirve declarar una zona
de explotación económica exclusiva si no se cuenta con las herramientas
necesarias para hacer valer dicha declaración.
Es un rol central para la Marina
de Guerra. Un rol que solo cumple a medias, en función del estado del material
y que no debe quedar en manos de la Prefectura Naval, ideada para el patrullaje
de costas y de ríos, con propósitos distintos.
Obviamente, la Armada argentina
no está en condiciones de cumplir acabadamente la tarea. Faltan unidades y las
que existen o no sirven para los citados propósitos o no están en condiciones óptimas
de navegación.
Punto aparte merece la cuestión
Malvinas. Es directamente descabellado imaginar otra aventura bélica como la
que llevó a cabo la última dictadura militar. No obstante, tampoco es
conducente –mientras el reclamo de soberanía continúe en pie- eliminar por
completo cualquier actividad militar vinculada al problema.
No se trata, claro, de invasiones,
ni de nada que se le parezca. Se trata, al menos, de obligar a mantener un
gasto militar del Reino Unido de la Gran Bretaña.
Antártida, Malvinas y
fundamentalmente la zona de explotación económica exclusiva obligan a mantener
operativa a la Armada y a planificar la compra de material con objeto de
cumplir adecuadamente dichas premisas.
Narcotráfico
Mucho se debate en el mundo
acerca de la conveniencia o no de la lucha contra el narcotráfico encarada
desde las Fuerzas Armadas nacionales.
Quienes sostienen la posición,
argumentan en la capacidad bélica que desarrolla el narcotráfico. Aviones,
barcos, submarinos forman parte del transporte, pero también del arsenal con
que cuentan los narcotraficantes.
Quienes sostienen lo contrario,
aducen la posible “contaminación” de las unidades, sobre todo de Ejército,
destinadas a su combate.
El ejemplo de México y, en menor
medida, el de Venezuela, bien son prueba de ello. Por el contrario, el de
Colombia-apoyado por los Estados Unidos- muestra mucho menos “contaminación” y
bastante más eficacia.
Como quiere que sea, nadie
discute sobre la necesidad de “radarizar” el país y complementar dicha “radarización”
con unidades de la Fuerza Aérea capaces de interceptar los cargamentos de droga
que entran al país a través de sus cielos poco y nada vigilados.
De nada sirve contar con una Ley
de Derribo que implica identificar, advertir, intimidar y hacer uso de la
fuerza como último recurso, si no se cuenta con los aviones caza necesarios
para dichas intercepciones.
Se trata pues de una misión
específica de la Fuerza Aérea.
Queda claro que la lucha contra
el narcotráfico debe encararse de una forma conjunta entre los cuerpos de
seguridad –policía, prefectura, gendarmería-, la inteligencia estatal y, por
supuesto, el poder judicial.
No obstante, resultaría
conveniente estudiar, sin preconceptos, el empleo de militares en la contienda
con el narcotráfico.
Particularmente de
la Fuerza Aérea, pero también elementos terrestres ante el probable crecimiento
del poder de fuego de los narcos y de la Marina de Guerra para interceptar los
barcos que sacan la droga –en especial desde el puerto de Rosario- con destino
al África para, de allí, pasar a Europa.
Asimismo, la lucha
contra el narcotráfico fue una de las prioridades que la actual administración
que encabeza el presidente Mauricio Macri decidió encarar. Algo que habla del
presente y del futuro, pero también del pasado.
No están claros los
lazos del gobierno anterior con temas como el contrabando de efedrina o la
proliferación de narcos colombianos, peruanos y bolivianos, en el país. Tampoco
los vínculos con la administración venezolana chavista sindicada como cercana
al narcotráfico.
No es inocente pues
el estado de abandono que exhibe la defensa nacional. Formó parte de una
decisión política propia de un régimen corrupto. Debe llegar la hora del
cambio. No ya de palabra, sino en los hechos. En la manera de combatir el
tráfico de drogas.
Terrorismo
Hace tiempo que la Argentina no
recibe una muestra del terrorismo internacional que tanto daño causa alrededor
del mundo.
Sin embargo, no está exenta. Así
quedó en claro tras los atentados contra la Embajada de Israel y contra la
mutual AMIA.
Ni la lejanía respecto del Medio
Oriente, ni la relación con las distintas partes del conflicto medio oriental
evitaron que el terrorismo cobrara víctimas argentinas, sin que hasta el
momento, además, haya sido posible esclarecer de manera fehaciente lo
acontecido en ambos casos.
La lucha contra el terrorismo
internacional, como su propia denominación así lo señala, es internacional y no
local.
Si la Argentina pretende
reinsertarse en el mundo, si pretende recuperar la confianza dilapidada con el
gobierno anterior, debe hacer causa común con los países que combaten el
terrorismo en cualquier parte del mundo.
No es cuestión de mirar para
otro lado. Tuvimos dos atentados tremendos. No esperemos a un tercero.
Y tampoco es cuestión de
participar en alguna que otra “misión de paz” de las Naciones Unidas. No sirven
de mucho, como lo probaron los genocidios de Ruanda y de la ex Yugoslavia,
aunque se deba participar de ellas como un tributo a la comunidad
internacional.
No. Hace falta participar
activamente de las misiones de guerra contra el terrorismo internacional. Allí
donde sea necesario.
Es el nuevo modelo de guerra en
vigencia desde hace ya más de una década con las diferentes ramificaciones de
Al Qaeda y, sobre todo, con la aparición de Estado Islámico.
Creer que es posible evitar
consecuencias, si el país se mantiene al margen, equivale a imaginar que lo de
la Embajada de Israel y lo de la AMIA, no pasó.
En consecuencia, desde esta
columna, estamos plenamente a favor de la existencia de Fuerzas Armadas
argentinas.
Proponemos un nuevo modelo de
Fuerzas Armadas, plenamente equipadas y adiestradas para asegurar la soberanía,
en particular, en la zona marítima de explotación exclusiva; para enfrentar el
narcotráfico, en particular en el espacio aéreo; y para participar activamente
de la lucha contra el terrorismo internacional.
En tal sentido, hace falta
redimensionarlas y dotarlas de los elementos legales que otorguen marco a su
accionar. No es un problema de tiempo, ni de gradualismo. Es una decisión
política.
Que la tragedia del ARA San Juan
no resulte en vano.
*Periodista y Militante Radical en Cambiemos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario