La elección terminó y el resultado
no dejó lugar a dudas. Ni siquiera a diversas interpretaciones. Ganó el
gobierno. No en todos lados, pero sí en los suficientes como para volcar a su
favor la voluntad popular.
Como
siempre, el análisis posterior a los comicios da lugar a ponderar diversas
causas de distintas maneras. No obstante, afirmar que Cambiemos ganó la
elección como producto de tal o cual razón única es cuando menos aventurado.
Sin
lugar a dudas y sin ser causa única, el rechazo de lo anterior, encarnado por
Cristina Fernández de Kirchner, pero representativo de una forma de gobernar,
fue muy importante.
La
hegemonía, la perpetuación, la soberbia, la imposición fueron vilipendiadas por
la mayor parte del conjunto electoral. Pero, sobre todo, fue la corrupción que,
por fin, generó un rechazo mayoritario en un país acostumbrado al nefasto
“roban pero hacen”.
La
percepción que la sociedad –o su mayor parte- plantea sobre la corrupción kirchnerista
es que superó cuanto resultaba imaginable.
Nadie
puede creer, con seriedad, que los viajes, aviones y vida fastuosa de Ricardo
Jaime resultan inocuos a la hora de emitir el voto. Otro tanto ocurre con el
revoleo de bolsos con millones de dólares de José López.
Ni
que hablar de las imágenes de La Rosadita con el hijo de Lázaro Báez contando y
pesando billetes verdes. O los cinco millones de dólares de las cuentas de la
hija de la ex presidente, joven que nunca trabajó en su vida.
Resulta
imposible olvidar la sonrisa de Amado Boudou y su intento de apropiarse, nada
más y nada menos, que de la empresa que imprime billetes de dinero en la
Argentina. O los hoteles del matrimonio Kirchner, nunca ocupados, pero siempre
repletos, como método para el lavado de dinero, con clientes cautivos como el
propio Báez, Cristóbal López o Aerolíneas Argentinas, regida entonces el
cómplice Mariano Recalde.
Y
está claro el número uno. O mejor dicho, el número dos en el orden de los
corruptos de la Argentina. Fue dos, cuando el uno correspondía a Néstor
Kirchner. Y fue dos, cuando el máximo exponente de la corrupción pasó a ser
Cristina Kirchner.
Se
trata, obvio, de Julio De Vido, por fin encarcelado luego de un desafuero
histórico de la Cámara de Diputados de la Nación.
Cuesta,
al respecto, interpretar la decisión del bloque del Frente para la Victoria,
ahora Unidad Ciudadana, de no bajar al recinto para participar del desafuero.
Es que si para ellos, De Vido no era culpable debieron ocupar sus bancas y
defenderlo. En caso contrario, debieron bajar para desaforarlo. Ni sí, ni no,
propio de una retirada que amenaza con convertirse en desbandada.
Maldonado
Importante,
importantísima, no fue la corrupción un motivo único para el voto favorable al
oficialismo. También, ocupó un espacio considerable el relato. Mejor dicho, el
repudio al relato.
La
memoria, en general, suele ser corta. A las sociedades, las ocupa el presente y
las preocupa el futuro. El pasado ya fue. Salvo que… se lo pretenda revivir.
Ocurrió
con el caso Santiago Maldonado. Fue el kirchnerismo, junto a grupos de
izquierda –siempre listos para gastar la suela de los zapatos o zapatillas-,
los anarquistas de oscuro origen que nadie individualiza, y el grupo extremista
autodenominado RAM, Resistencia Ancestral Mapuche, quienes construyeron la
leyenda de Maldonado como desaparición forzada. La primera desaparición forzada
durante el gobierno del presidente Mauricio Macri.
Como
suele ocurrir con las “realidades inventadas”, primero no le prestaron casi
atención. Luego, cuando la economía comenzó a mostrar signos positivos y tras
los resultados de las PASO, los “relatores” dedicaron toda su atención al tema.
Intentaron
con la utilización de Maldonado, suplir la falta de propuestas; tapar la
corrupción del decenio y algo más K, y movilizar –como siempre con colectivos
pagos y con pesos para los asistentes- con el objetivo de provocar una
represión que les dejase un muerto del que agarrarse.
Ya
sobre el final de la campaña, los K se abrieron del relato Maldonado y
volvieron a la campaña negativa con la utilización del supuesto pensamiento de
Juan Domingo Perón, Eva Perón, Raúl Alfonsín y Ernesto “Che” Guevara. Exégetas
de los muertos, pegaron afiches con la leyenda “si ellos vivieran, también le
pondrían un freno a Macri”.
Relato
sobre relato. Ya no se trata de interpretar de la manera más conveniente la
realidad, con falsedades, mentiras y pos verdades, sino que se utiliza a los
muertos, algunos como el Che Guevara que falleció, asesinado en 1967. Hace 50
años.
El hacer
Vinculada
con ambas cuestiones previas, la corrupción y el relato, la cuestión de la obra
pública fue otra de las razones para la composición del voto oficialista.
Sí,
por supuesto, porque la obra pública está, se la ve, y no son pocos quienes ya
se benefician de ella.
Rutas
por doquier que se vuelven a asfaltar luego de años y años de solo ofrecer
baches y pozos. Trabajos en autopistas que permitirán recuperar el atraso en la
materia, en un país donde fueron levantados los ramales ferroviarios y sólo se
transporta, casi con exclusividad, en camiones.
Agua potable y cloacas, elementos
centrales para la salud pública y para dotar de calidad de vida a los sectores
menos favorecidos. Asfalto en calles que nunca fueron asfaltadas.
Pero más allá de la obra física
–clave y fundamental- está la percepción contraria de la que imperó en la
Argentina con el peronismo y que exacerbó el kirchnerismo: como ya se dijo el
“roban pero hacen”.
No. Ahora se hace sin que se
robe. Y por eso, quizás es lo que nos falta aprehender a los argentinos, por
eso, precisamente por eso, se hace.
Quién
no recuerda o no conoce casos de dobles y triples inauguraciones durante el
gobierno anterior. Quién olvida las renovaciones ferroviarias que nunca se
hicieron, tales como los talleres de Tafí Viejo en Tucumán o el soterramiento
del ferrocarril Sarmiento en Buenos Aires.
Son
solo dos de los ejemplos del efecto del “roban pero hacen”. Es que lo robado es
dinero que luego, obviamente, no puede ser destinado a hacer más. Ya se gastó.
Se evaporó. Terminó en los bolsillos de Cristina, De Vido y los demás. No, en
la obra pública.
El
“hacer” del gobierno de Cambiemos es y será de aquí en más un valor a tener en
cuenta a la hora de decidir un voto. Debió ser así siempre. Pero no lo fue.
La economía
Una
cuarta razón a considerar en el análisis del voto oficialista radica en el
arranque de la economía.
Lento,
tranquilo, pausado, pero arranque al fin, luego de más de un año largo de
recesión que se sumó a los últimos dos del desgobierno de Cristina Kirchner.
Sin
abusar demasiado del argumento, da la sensación que la sociedad comprendió que
los platos rotos hay que pagarlos.
Que
tal vez no está dispuesta a pagarlos de una sola vez: el ajuste. Pero que sí
hace falta hacerle frente a la cuestión, aunque sea de la manera más suave
posible: el gradualismo.
Mientras
tanto, con algo de racionalidad en tanto los brotes verdes se reproducen, la
sociedad se nutre de esperanza. De una esperanza relativamente factible. De un
crecimiento que, inevitablemente, sobrevendrá de la mano de la citada obra
pública pero, sobre todo, de la recuperación de la capacidad instalada que
quedó ociosa luego del largo período recesivo.
Claro
que no todas son rosas, el déficit fiscal obliga, para evitar la emisión
monetaria lisa y llana, al endeudamiento externo que vuelca dinero en plaza y
que alimenta una inflación que disminuyó pero no cede.
De
allí el trabajo del Banco Central con la tasa de interés. Trabajo contractivo
para la inversión privada pero inevitable si se pretende que la inflación no se
dispare.
El
gobierno y la sociedad saben que el endeudamiento externo no es una solución en
el tiempo. Le pasó a Domingo Cavallo cuando, durante los gobierno de Carlos
Menem y de Fernando de la Rúa, financiaba el gasto público con endeudamiento
externo.
Saben
que en algún momento, cuando los prestamistas consideran que la capacidad de
pago de la Argentina se agota, el país no puede acceder más al financiamiento
externo y cae en el consabido default que solo los irresponsables como Adolfo
Rodríguez Sáa y los legisladores peronistas de aquel entonces aplaudieron.
El
gobierno es conciente que no debe llegar a tal extremo. Que debe enderezar la
economía antes. Que debe dotarla de competitividad para vender en el mundo. Y
que para ello hace falta adecuar la política fiscal, la impositiva, la laboral.
Y, hacia allí va.
No
va a ser fácil. Todo el mundo siempre está dispuesto a que la crisis… la pague
el otro. El sacrificio suele ser un vocablo que no entusiasma a nadie. Menos
aún en una sociedad que vivió un populismo –ergo, un facilismo- alimentado
desde el irrepetible precio internacional del “yuyo”, perdón, la soja.
No
obstante, como quedó demostrado en los comicios, gran parte de la sociedad
entiende que aquella oportunidad fue dilapidada, que el país que debió ser hoy
está en los bolsillos de los corruptos y no en la infraestructura, ni en el
desarrollo del país deseado.
El gasto social
Resulta
el capítulo más difícil de superar para la administración Macri. Por un lado,
por el prejuicio. Por el otro, por la escasez.
Y
aquí se mezclan conceptos. En este capítulo entra todo. Desde el docente que
vive de licencia en licencia, y que obliga a pagar a uno o más suplentes, hasta
el gasto en los comedores escolares o la reparación histórica de las
jubilaciones.
Como
siempre, a río revuelto, ganancia de pescadores. Solo que esta vez, los
pescadores no pescaron. Y ahora se vienen las reformas.
Es
que resulta sencillo para los estereotipos políticos, ubicar a Mauricio Macri
del lado de los insensibles ricos que solo se preocupan por sus ganancias y a
los que la vida de los demás no les quita el sueño.
Pero
no es así. El actual gobierno es el que mayor gasto social exhibe en los
últimos años. En particular, si se lo compara con el gobierno K.
Que
no lo admitan es otra cosa. Pero con Cambiemos, los pasivos perciben la
reparación histórica de las míseras jubilaciones y pensiones que les aprobaba
el kirchnerismo.
Con
Cambiemos, mejoraron las prestaciones en los comedores escolares, el transporte
rural de los niños funciona y se paga, las asignaciones familiares no solo
continúan, sino que fueron incrementadas en términos reales, por solo citar
algunas prestaciones.
El
todo mientras resulta imprescindible reducir el déficit fiscal para hacer
funcionar la economía.
Una
cosa es clara, mal que les duela a los kirchneristas y a los conservadores de
la izquierda argentina: no son los sectores más vulnerables los que pagarán la
crisis que dejó el gobierno anterior.
No
es un señor o una señora carenciada quién deberá pagar el impuesto a la renta
financiera por depósitos bancarios superiores a 1.400.000 pesos, que el
gobierno se apresta a sancionar.
No
es un propietario de una pequeña vivienda en un barrio humilde quién cargará
con la mayor parte de la alícuota que deberá pagarse por el revalúo de las
propiedades en la provincia de Buenos Aires.
Hasta
el momento, y pese al relato, el gobierno decide medidas que tienen en cuenta
un concepto que nadie aguardaba de su administración: el de la equidad.
Y
porque se trata de equidad, hace falta proporcionar una educación pública y una
salud pública de calidad para todos los componentes de esta sociedad.
La
de la salud pública con la implementación de las guardias dotadas de aparatología
en los hospitales que solo eran cascarones vacíos será un paso significativo
para comenzar con la equiparación de la salud para todos.
Pero
será, sin dudas, la batalla por la educación pública de calidad, la madre de
todas las batallas para los próximos dos años.
Comienza
en el 2018 y contempla la reforma del Estatuto del Docente.
No
es una batalla más. Es la base central para conformar una sociedad mejor. La
sociedad de la igualdad de oportunidades para todos.
* Periodista y Militante Radical en CAMBIEMOS.
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