A medida que
transcurren los días y se acerca la elección, los resultados que son aguardados
parecen confirmar una tendencia que corrobora la eventual derrota de Cristina
Kirchner en la provincia de Buenos Aires, a manos del oficialista Cambiemos.
Múltiples son los factores que
convergen para otorgar credibilidad a dicho pronóstico.
El primero de ellos es la
polarización que no debe confundirse con la grieta que parte en dos a la sociedad
bonaerense, en particular.
La polarización es un fenómeno
típico de un sistema político presidencialista. Es la búsqueda, con conciencia
o no, del llamado voto útil.
En el sistema político
presidencialista, se gana o se pierde. Se alcanza la meta o no. Y la meta, es
una sola: llegar primero ganar.
Es lo contrario del sistema
parlamentario que rige en casi toda Europa. Allá, el gobierno surge de una
mayoría parlamentaria que solo a veces –raras veces- queda conformad por los
representantes que pertenecen a un determinado partido político.
Por lo general, esa mayoría es
construida a partir de negociaciones para la conformación de alianzas.
Negociaciones que abarcan a distintos partidos que alcanzaron la representación
parlamentaria dado que superaron el piso electoral.
Para el votante común, el voto
“se pierde”, en un sistema presidencialista, si se lo ofrece a algún partidos
político de menor envergadura, de allí la polarización. En un sistema
parlamentario, no ocurre así, dado que un partido sin posibilidades de ganar,
bien puede colaborar en la formación del gobierno para alcanzar la mayoría,
imponer algunas condiciones y aportar algún ministro.
Las recientes elecciones en
Alemania sirven para ejemplificar con mayor claridad la explicación.
Ganó Merkel, pero…
La primera lectura de las
elecciones del fin de semana anterior en Alemania deja en claro que ningún
elector se preocupó por la polarización
De izquierda a derecha, el Linke
–la izquierda- obtuvo el 9,1 por ciento del total de los votos emitidos. A su
derecha, el tradicional Partido Socialdemócrata recibió el 20,4 por ciento. Los
Verdes totalizaron un 9 por ciento. El Partido Liberal Alemán llegó al 10,7.
Los conservadores de Merkel, el 32,8 por ciento. Y la sorpresa de la elección,
el populista, anti europeo y anti inmigración, Alianza por Alemania, fue votado
por el 13 por ciento de los alemanes que emitieron su voto.
Ergo, como nadie alcanzó la
mayoría por sí mismo, se impone la formación de una coalición, como casi
siempre ocurre.
No existe, por ende,
polarización. Ni se la crea, ni se la fomenta. No hace falta.
Por supuesto que la formación
del gobierno que emana de dicha elección no es tarea sencilla.
Por lo general, el jefe del
partido que resulta primero en la elección, es el convocado por el presidente
de la República, para solicitarle que forme gobierno. Comienzan entonces las
negociaciones que no son sencillas, ni rápidas. Mientras tanto, la
administración saliente asegura la rutina gubernamental.
Retomemos la cuestión alemana.
La canciller federal –nombre que recibe el jefe de gobierno- Angela Merkel y su
partido conservador resultaron el partido más votado y obtuvieron 153 mandatos,
lejos, demasiado lejos de los 355 necesarios para conformar un gobierno
mayoritario monocolor.
Merkel debe pues encontrar
aliados para lograr esa mayoría. No puede contar con los socialdemócratas para
reintentar aquello que en Alemania se conoce como “la gran coalición” formada
por los dos partidos principales.
Es que el cogobierno que duró
los últimos cuatro años de conservadores y socialdemócratas resultó malo, muy
malo, para ambas formaciones. Los conservadores de Merkel perdieron el 6,7 por
ciento de los votos y 63 diputados. Los socialdemócratas cedieron el 5,3 por
ciento y 40 escaños.
Entre ambos ocupan el 57 por
ciento de los asientos parlamentarios frente al 67 por ciento, como peor suma
registrada en 1949.
Es más, los conservadores
consiguieron el segundo peor resultado de su historia en la Alemania de
posguerra. Los socialdemócratas, el peor si solo se contabilizan aquellos
posteriores a su integración en otras “grandes coaliciones”.
En consecuencia, los
socialdemócratas anunciaron su pase a la oposición, mientras que a los
conservadores no les queda otra que convocar a formaciones más pequeñas.
De todas las combinaciones
posibles, la que tiene mayores posibilidades de resultar es la que vincularía a
los conservadores con los liberales y con los verdes.
Es este el otro punto por el
cual el sistema parlamentario suele ser, en mucho mayor medida, respetuoso de
la voluntad popular que el presidencialista.
Y es que las formaciones
políticas no solo negocian cargos ministeriales sino política. Así, los
liberales, además pretender el ministerio de Finanzas, se muestran contrarios a
las regulaciones en general y a un cambio en materia de política exterior.
Lo contrario ocurre con los
Verdes, quienes como su esencia lo indica pretenden incrementar las
regulaciones, sobre todo en materia medio ambiental.
Merkel deberá alcanzar un
acuerdo con los jefes de ambos partidos. Un acuerdo que siempre resultará
provisorio pero que impide que alguien alcance la suma del poder público como
suele ocurrir por estas latitudes.
Por
casa…
Por aquí, por los mares del sur,
las coaliciones, como la del oficialista Cambiemos, poco y nada tienen que ver
con las europeas. Aquí, el sistema presidencialista determina que las
coaliciones, más que tales, resultan alianzas electorales, donde las áreas no
quedan delimitadas y donde uno de los partidos ocupa el rol dominante.
La elección de fines de octubre
dejará en evidencia un predominio de Cambiemos en gran parte del país, con una
posición dominante del PRO, o ex PRO –ya veremos- frente a un peronismo que
deberá reconstituirse y recrearse, y un kirchnerismo con vocación de formación
minoritaria.
De cumplirse ¿Cuáles serán las
reformas que el gobierno piensa llevar adelante?
Desde lo político propiamente
dicho, la discusión no pasa lamentablemente por el sistema político más
conveniente, sino por profundizar la precariedad de los partidos políticos.
Para buena parte del elenco
gobernante, el PRO ya no debe ser PRO, sino Cambiemos. Pero no Cambiemos como
una alianza de partidos políticos, sino como un partido en sí mismo.
Obviamente, dicha intención no
está generalizada y cuenta con una resistencia, a priori, del radicalismo para
cuyos integrantes, la pérdida de la identidad partidaria no aparece en el
horizonte.
Con Cambiemos como partido o con
Cambiemos como coalición de gobierno, el gobierno buscará sumar actores a las
filas del multicolor espacio.
En particular, peronistas. Y más
en particular, aún. Peronistas con responsabilidades de gobierno.
Es que allí está el talón de
Aquiles de cualquier veleidad de independencia política. Los gobernadores y los
intendentes deben recurrir, al menos hasta que se celebre un nuevo pacto
federal de distribución de recursos, a las arcas nacionales para financiar
obras y en algunos casos para pagar sueldos y aún para evitar la cesación de
pagos de alguna comuna.
Con una lógica sumamente
parecida a la del kirchnerismo, el gobierno cambia apoyo por pertenencia. Al
menos, así lo hacen los funcionarios que revisten en dependencias políticas.
Y es que, una vez más, queda
comprobado que el sistema de partidos políticos estalló en la Argentina. Ya no
se trata de respetar ni las pertenencias del otro, ni la orientación del voto
de la gente. Se reemplaza a los partidos con personas.
Con el kirchnerismo se trató de
la llamada transversalidad cuyos costos los pagaron los partidos tradicionales
como el radicalismo y el socialismo.
Con Cambiemos, los paga
fundamentalemente el peronismo, aunque el radicalismo no queda exento de caer
en la volteada. Sus gobernadores y, sobre todo, sus intendentes pueden ser
presas apetitosas para la voracidad oficialista. De momento, no ocurrió.
Y la justicia
El probable triunfo de Cambiemos
traerá aparejado un aceleramiento de las causas judiciales por corrupción que
involucran a buena parte del gobierno K.
Por estos días, aun sin el
veredicto de las urnas, dicho aceleramiento queda en evidencia.
No obstante, la sensación que
prevalece en los mentideros políticos es que hasta que el gobierno no logre
despedir a la procuradora Alejandra Gils Carbó, el kirchnerismo contará con una
aliada de primer nivel para frenar causas, torcer investigaciones y cajoneas
expedientes.
El episodio del “Pata” Medina,
en la ciudad de La Plata, ilustra como pocos lo antedicho.
Mientras la procuradora general
de la provincia fue María del Carmen Falbo, un émulo bonaerense de Gils Carbó,
Medina hizo de las suyas, ya no solo en La Plata, sino en toda la provincia de
Buenos Aires.
Además de cobrar “peaje” para
ordenar a sus esbirros que permitiesen a los trabajadores, trabajar, y para
garantizar que las obras “no sufriesen daños”, él y su familia se adueñaron de
cuanto les pareció interesante.
Su capacidad mafiosa fue tal que
en oportunidad del cumpleaños de una hija, la joven y sus amigos concurrieron a
un local de La Plata y bebieron champagne “a go go”, cuando llegó la cuenta,
suelta de cuerpo, la joven dijo que no iban a pagar porque “soy la hija del
Pata”.
El dueño del local pretendió,
como corresponde, cobrar igual. No solo no lo consiguió, sino que su local
resultó destrozado por la banda del sindicalista mafioso.
Fue necesario el cambio de
Falbo, por el actual procurador Gerardo Conte Grand para tomar y ejecutar la
decisión de detener al “Pata” Medina y su poco ejemplar familia.
Si en provincia de Buenos Aires
pudo llevarse a cabo, en Nación queda la asignatura pendiente mientras Gils
Carbó continúe en el cargo.
La economía
Los indicadores dan bien. Todo
mejoró. Un poco menos de déficit fiscal. Bastante más actividad económica. Algo
de inversión. Buenas expectativas. Leve disminución del desempleo. Inflación
alta pero bajo control.
Todo bien, pero…
El financiamiento externo no es
hoy un problema pero amenaza con serlo mañana si continúa como fuente de
financiamiento de los desequilibrios internos.
De momento, la deuda externa no
supera el 60 por ciento del Producto Bruto Interno y así resulta manejable. El
punto en cuestión es si continúa avanzando.
En la decisión gradualista del
gobierno frente a la necesidad de sincerar las variables económicas, la reforma
impositiva se impone para después de las elecciones si se pretende hacer crecer
la economía para evitar males mayores de ajuste,
Inevitablemente, al inicio,
reforma redundará en una menor recaudación para el fisco. Si aquello que se
pretende es fomentar la inversión, incrementar la producción, ampliar las
fuentes de trabajo, aumentar el consumo y las exportaciones, pues entonces
habrá que reducir impuestos y financiar su faltante con endeudamiento.
De ahora hasta la elección, la
cuestión se discute con sordina. Luego, será el momento de las definiciones.
Desde los ingresos brutos provinciales hasta el impuesto al cheque y el
eventual sobre las transacciones financieras formarán parte de un cocktail cuyo
porcentaje de ingredientes aún no está decidido.
Tan importante como la reforma
tributaria, será la inevitable reforma laboral. Nos guste o no, la inversión en
el mundo requiere, no de bajos salarios, ni de condiciones laborales leoninas,
sino de una flexibilidad que acompañe los vaivenes de la economía y, por ende,
la suerte de las empresas.
Claro que dicha flexibilidad no
debe quedar hecha a la medida de algunos empresarios siempre predispuestos a
vaciar empresas.
Tal vez llegó el momento de
pensar en un seguro de desempleo decreciente con capacitación obligatoria y con
estrictas limitaciones para rechazar un puesto de trabajo. No es fácil, ni es
inmediato, pero, como estamos, la Argentina no atrae inversiones y, por ende,
crea pocos empleos.
Por último queda la reforma
clave para el futuro del país: la reforma educativa. Cuestión sensible como
pocas, si se pretende recuperar algún nivel de excelencia perdido y abandonado
cuando los maestros y profesores decidieron pasar a ser “trabajadores de la
educación”.
Sin un cambio sustancial en la
materia, la Argentina está condenada a
olvidarse por completo aquella movilidad social ascendente que la
caracterizó durante décadas y que hizo de su población una de las mejor
preparadas para enfrentar los desafíos de la modernidad.
Hoy, gran parte de la población
argentina solo está preparada para vivir de la caridad pública.
* Periodista y Militante Radical en CAMBIEMOS.
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