Pasaron años y más años de
concientización del mundo sobre el fenómeno del calentamiento
global. Pero, de pronto, llegó Donald Trump, quién en aras de un
nacionalismo populista y demagógico resolvió, de un plumazo, que la
atmósfera permanecerá inalterable por más emisiones de gases de
efecto invernadero que se acumulen.
Como suelen hacer los demagogos
populistas, el todo lo envuelven en una bandera –en este caso la de
las barras y las estrellas- para dotarlo de un sentimiento xenófobo
que siempre resulta una herramienta eficaz para convencer incautos y
para alinear ambiciosos.
De nada valen, ni valieron, los
informes científicos como el emitido por el Grupo Intergubernamental
de Expertos sobre el Cambio Climático donde afirman que más del 95
por ciento de las causas del calentamiento global se deben a las
emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) y otras actividades
humanas.
Tampoco las advertencias sobre el
fundido de los hielos polares, el consiguiente aumento del nivel y de
la superficie de los océanos, la desaparición bajo las aguas
marítimas de zonas habitadas y los cambios pluviométricos y de
temperatura que son perceptibles a simple vista.
Para Trump, todo es patraña y, si no
lo es, poco importa.
Mucho más interesante, para él y
para los populo-nacionalistas que lo rodean es mostrar pruebas del
“America first”, -“América primero”- que los satisfizo
sobremanera tras el inesperado resultado electoral que llevó a Trump
a la presidencia de la principal potencia del mundo.
Tampoco importa que la denuncia del
trabajosamente logrado “Tratado de Paris” arroje por la borda
cuanto acordaron 194 países, entre ellos los principales emisores de
GEI como China, India, Brasil, Rusia, Japón, Canadá, Alemania, la
República Democrática del Congo, Indonesia y Australia.
Trump prefirió unirse a los dos
países que no firmaron el acuerdo de París: Siria y Nicaragua…
De todas formas, el imprevisible Trump
–que cada día se torna más previsible por nadar contra la
corriente- deberá esperar cuatro años, según el propio Acuerdo,
para desandar el camino y lograr así que los Estados Unidos
recalienten el planeta a piacere.
De nada sirvió que el Acuerdo de
Paris dejase librado a cada país signatario su método y sus metas
para reducir los efectos del gas invernadero. El manipulador Trump
pretendió que dicha libertad de acción perjudica a su “América
primero” y que, por ende, es preferible retirarse.
A esta altura de las circunstancias,
no queda duda que Trump se empecina en cavar una “brecha”
–palabra de moda en la Argentina, si las hay- entre quienes apoyan
su aislacionismo y quienes prefieren valerse de los beneficios –y
los riesgos- de la mundialización.
De cualquier forma, la política
exterior norteamericana retornó, quizás con mayor virulencia, al
unilateralismo que la caracterizó hasta la llegada de Barak Obama a
la Casa Blanca.
Trump tardó 18 semanas en emprender
su primera gira por el mundo. Anduvo por Arabia Saudita y por Israel,
donde dijo cuánto saudíes e israelíes esperaban escuchar: que el
Irán shiíta de los ayatollahs es el enemigo, más allá del triunfo
de moderado Hassan Rohani en las elecciones presidenciales.
Y dijo, exactamente lo contrario,
cuando los escuchas eran los europeos. Lo contrario… de cuanto los
europeos aguardaban oir. Que deben pagar más por la OTAN, el tratado
de defensa de la Organización del Atlántico Norte y que se retira
del Acuerdo de Paris.
Se refirió en particular a chinos e
indios que gozan de prórrogas para cumplir con los postulados del
Acuerdo de Paris; con los europeos y, en particular, con los alemanes
a los que acusó de “prácticas desleales en comercio exterior en
contra de los Estados Unidos y de laxitud para solventar los gastos
de la OTAN”.
Ni lenta, ni perezosa. Angela Merkel,
la canciller federal –primer ministro- de Alemania respondió: “hay
que tomar nota y los europeos debemos prepararnos para tomar en
nuestras manos a nuestro destino”.
Como antes de la Segunda Guerra
Mundial, un Estados Unidos aislacionista.
Odebrecht
Por estos lares, el aprendiz de
dictador, el venezolano Nicolás Maduro avanza con su proyecto de una
Constitución hecha a medida para asegurar el gobierno, la impunidad
y los “beneficios” de la corrupción a los herederos del golpista
y ex presidente Hugo Chávez.
Como suele ocurrir en estos casos,
desde que los golpes de Estado tradicionales quedaron en el olvido,
el poder político fuerza toda la legalidad para avanzar sobre la
República, sus leyes y sus instituciones.
Casi necesariamente debe contar con el
apoyo de uno de los otros dos poderes. En el caso de Venezuela, el
latrocinio queda asegurado con la complicidad del Tribunal Supremo de
Justicia que llegó hasta declarar legal un eventual cierre del
Congreso Nacional.
En Brasil, en cambio, el presidente
Michel Temer resiste en el poder quizás con la complicidad del resto
de los sectores políticos y de buena parte del empresariado y los
sindicatos, de alguna manera temerosos de caer en un vacío de poder
institucional.
En el país más grande de la América
del Sur, el proceso anticorrupción llevado a cabo por la
independiente justicia brasileña avanza sin pausa gracias a la
voluntad judicial junto a un instrumento ideal para quebrar la
impunidad de la que siempre gozaban los gobernantes: la ley del
arrepentido.
Merced a dicha ley, los procesos
judiciales cuentan con la delación y la entrega de pruebas por parte
de los ejecutivos de las empresas –Odebrecht, en particular- que
pagaron las coimas a los funcionarios de turno.
Así, las confesiones de los
principales gerentes de la constructora más grande del continente
reconocen haber pagado 35 millones de dólares en coimas al gobierno
argentino de la época K.
Ahora bien, la ley del arrepentido
establece también una suerte de impunidad. No ya para el que recibió
el cohecho, sino para quién lo pagó.
Esa impunidad consagrada a cambio de
la delación es la que impide que la justicia brasileña entregue,
abiertamente, los datos sobre quienes recibieron y quienes pagaron
los citados 35 millones de dólares.
Es que la ley argentina no prevé el
mismo tratamiento. Seguramente para salvaguardar impunidades, nunca
en la Argentina fue sancionada una ley similar a la brasileña.
Ergo, las confesiones están pero no
se las puede conocer. Brasil no está en condiciones de entregarlas
sin violar su propia ley del arrepentido. Es cuánto se les dijo a
los fiscales argentinos que viajaron al país vecino.
El gobierno argentino reaccionó tarde
y mal. A falta de previsiones, ahora pretende amedrentar a los
ejecutivos de Odebrecht con eventuales sanciones sobre la continuidad
de las obras adjudicadas, en particular el soterramiento del ramal
Once-Moreno del ferrocarril Sarmiento.
Por supuesto, que el kirchnerismo hizo
todo lo posible por trabar cualquier avance sobre la materia. Tiene
mucho para esconder. Desde la propia Cristina Kirchner con paradas en
Julio de Vido, José López y Ricardo Jaime, por citar algunas de sus
figuras siempre involucradas.
Hizo todo lo posible en el Congreso
Nacional y en la justicia, donde sus encubridores reunidos en la
banda Justicia Legítima encabezada por la aún procuradora general
de la Nación, Alejandra Gils Carbó, demuestran, cuando menos, una
lentitud exasperante.
El presidente Macri se encargó por
estos días de reaccionar. Curiosamente, como no lo había hecho
hasta el momento. Trató de Gils Carbó de encubridora y advirtió a
los “muchos amigos” con que cuenta Julio de Vido en la justicia.
Es una apuesta que huele demasiado a
política. No porque las acusaciones del presidente resulten falsas.
Por el contrario, parecen prudentes.
Pero preludian una de las tres grandes
patas con que Cambiemos encarará la campaña electoral. Se trata de
la comparación con el pasado. La diferencia entre un gobierno
honesto y uno corrupto.
Será uno de los ejes de la campaña.
Quizás no el que más le hubiese gustado al “gurú” Jaime Durán
Barba, poco afecto a hablar del pasado, aún del inmediato. Pero, la
falta de mejores resultados en la economía, recupera un rol
protagónico para la corrupción.
La duda, desde ahora hasta la
elección, es si como afirma el dicho popular: “tarde piaste”.
Es que en cuestiones judiciales, el
gobierno muestra escasa habilidad. Pasó con los nombramientos de los
jueces de la Corte Suprema. Pasó con los fallos sobre los aumentos
tarifarios. Pasó con el 2X1 para los sentenciados por violaciones a
los derechos humanos. Pasó con la resistencia de Gils Carbó.
Y acaba de suceder con el fracaso para
iniciar juicio político al camarista K más rico de Argentina
–perdón, más enriquecido- Eduardo Freiler. A este próspero
camarista K no le tembló el pulso, ni la voz, para afirmar que su
millonaria vivienda y sus autos de alga gama fueron adquiridos con la
ayuda de su “mamá” quien cobra la jubilación mínima. Tampoco,
milagrosamente, no le creció la nariz.
Todo se debe a la composición K del
Consejo de la Magistratura, una institución encargada de vigilar la
conducta de los jueces, también desvirtuada en su accionar por obra
y gracia del kirchnerismo.
Al punto que Freiler no fue suspendido
de sus funciones pese al informe terminante en su contra. Lo salvó
un consejero académico K que primero coqueteó con el oficialismo,
hasta que le tiraron el prontuario sobre la mesa y dio vuelta su voto
a favor del redil k.
Elecciones
Si el peligro del retroceso al pasado
corrupto con el fantasma venezolano como telón de fondo será una
táctica de Cambiemos, a nivel nacional, para vencer en octubre
próximo, no será la única.
Estará la ejecución y probable
conclusión de obras públicas, sobre todo aquella que hacen a una
infraestructura deteriorada y olvidada durante la “década ganada”
K.
La inversión pública es notoria como
no se vio desde hace décadas. No se trata, en rigor, de modernizar
el país, sino de recuperar el atraso y, sobre todo, de poner en
valor una infraestructura en estado calamitoso.
Será, sin dudas, el momento de la
mirada hacia adelante. Pero el gobierno comprendió con dicha mirada
no alcanza. Al menos no permite penetrar sobre sectores que viven el
día a día y que conforman buena parte de la base electoral que aún
conserva el peronismo, en particular, en su versión kirchnerista.
Es que el kirchnerismo habla de “días
felices” para recordar cuando todo estaba subsidiado. Nada dice de
las terribles consecuencias de dicha política. Nada sobre la
corrupción. Nada sobre la inflación. Nada sobre el atraso del país.
Y en los sectores que viven el hoy,
sin mayores reflexiones sobre el mañana, dada la urgencia de las
necesidades, ese discurso cala.
De allí entonces que se abra paso, al
menos hasta la elección, un modelo de populismo oficialista que,
como siempre, consistirá en el reparto de recursos con intenciones
electoralistas.
En dichas acciones se inscribe la
reciente decisión del gobierno provincial de subsidiar el 50 por
ciento de consumos pagados con tarjetas de crédito o débito del
Banco Provincia hasta un monto de 2.500 pesos.
En cuanto a las listas, poco avanzó
el armado oficialista con excepción de la dudosa participación del
ministro de Educación, Esteban Bullrich, como candidato a primer
senador por la provincia de Buenos Aires.
En algunos círculos cercanos a la
gobernadora Vidal, hablan de su reemplazo por la actual interventora
del Sindicato de Obreros Marítimos Unidos (SOMU), Gladys González,
esposa del presidente de la Cámara de Diputados provincial, Manuel
Mosca.
Se trata de la teoría de la
clonación. González “clonaría” a Vidal en la campaña
electoral para alcanzar el triunfo.
Suena a ingenuidad. Sobre todo si
quien se planta en la vereda de enfrente es Cristina Kirchner.
Además, la eventual salida de Bullrich de la candidatura se debe,
precisamente, a que no recibe “automáticamente” la proyección
de Vidal.
De allí, que más allá del
experimento González, no son pocos quienes retornan a la idea de una
Elisa Carrió dispuesta a enfrentar a Cristina Kirchner.
Del lado peronista, todo parece
indicar que Florencio Randazzo está dispuesto a competir en la PASO
frente a la ex presidente o quien ella coloque.
No son muchos
quienes lo siguen, de momento. Claro que todo puede cambiar. Pero,
por ahora, la pregunta que cabe es para qué se lanza.
No tiene respuesta aún. Pero la
tendrá en los próximos días ¿Será para posicionarse? ¿Será
para negociar su participación? ¿O será para juntarse, a último
momento, con Sergio Massa?
Veremos.
*Periodista y Militante Radical en CAMBIEMOS.
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