¿La gira del
presidente Mauricio Macri por los Estados Unidos fue, o no, un éxito?
Por lo general, ante una salida
al exterior presidencial, los objetivos no se logran de inmediato, sino que se
intenta buscar un acercamiento que los posibilite en el corto plazo.
Cierto es que, en numerosas
ocasiones, los acuerdos sobre algo concreto ya fueron negociados de antemano.
Pero, en este caso, no fue así.
Si en el caso de los limones
tucumanos, la solución al problema de la restricción de la importación puede
aguardarse para un futuro más o menos inmediato, el tema de las ventas de
biodiesel no parece haber sido demasiado tenido en cuenta.
Limones y biodiesel comparten el
rol de problemas concretos –y no menores, por cierto- pero lejos están de
constituir el eje de la relación bilateral entre la Argentina y los Estados
Unidos.
El presidente Macri entiende sus
desplazamientos al exterior como la siembra de una confianza que, más temprano
que tarde, deberá fructificar en inversiones extranjeras en el territorio
nacional.
Así, anduvo por España, Holanda y
Estados Unidos. Así, se apresta a visitar China y Japón.
En todos los casos, es escuchado,
es bien atendido, es objeto de aliento, es comprendido como el retorno de la
Argentina a la comunidad internacional, luego de 12 años de aislamiento.
¿Sirve? Va a servir. Habrá que
hacer algunos deberes, pero va a servir si efectivamente se los hace.
¿Cuáles deberes? Por un lado, el
que les toca a los ciudadanos. En las próximas elecciones, deben decidir
–soberanamente- si prefieren aquel aislamiento que nos llevó a la situación en
la que estábamos y aún estamos. O si deciden integrarse al mundo que no es
garantía de éxito, pero es condición “sine qua non”.
No se trata de servilismo, ni de
cipayismo, ni ninguna de las tonteras que inventan los pseudo revolucionarios
pacotilleros del nacionalismo vernáculo. Se trata de presentarse al mundo y a
nosotros mismos como un país serio y previsible o lo contrario.
Pero también el gobierno debe
hacer deberes. No puede mantener un altísimo gasto público, en gran medida
improductivo, que altera los equilibrios de precios y que genera una voracidad
fiscal que aleja inversores, foráneos y nativos.
Tampoco puede mirar para el
costado frente a los intentos de copamiento de la vía pública y la consiguiente
paralización o retraso de la actividad.
Las buenas intenciones están.
Ahora hace falta mostrar pruebas. De la ciudadanía y del gobierno. De momento,
todas son palmadas en la espalda. Tras las elecciones de octubre –no antes-
será el tiempo de concretar.
Pero las giras del presidente,
incluyen además un capítulo político, de relaciones internacionales que van más
allá del “imán” para atraer capitales.
Y allí es mucho cuanto se debe
trabajar. Mucho más de cuanto se trabaja.
La región
Desde hace algo más de tres
décadas, la política exterior argentina brinda una mirada especial hacia el
entorno latinoamericano, en particular, a la zona sudamericana.
Sin embargo es poco, bastante
poco, cuanto se avanzó desde aquella piedra fundacional de los presidentes Raúl
Alfonsín y José Sarney, de Argentina y Brasil, respectivamente.
Organismos es lo que sobra. En
otras palabras, burocracia es lo que sobra. UNASUR y Mercosur solo son dos
nombres más entre las tantas asociaciones que se escalonaron a lo largo de la
historia sudamericana.
Un proceso de integración trunco
en un subcontinente incapaz de resolver sus propios desafíos.
Con excepción de la Alianza del
Pacífico que integran Chile, Colombia, México y Perú, el resto de los
organismos no funciona.
Las dificultades de integración
latinoamericana no deben buscarse solo en las relaciones multilaterales. La
puja entre el nacionalismo proteccionista y el liberalismo globalizador genera
tensiones internas dentro de cada uno de los países.
Derrotado el kirchnerismo en las
urnas, el caso Venezuela acapara todas las miradas, bajo el marco de un proceso
de desintegración y violencia cotidiana que no parece alcanzar solución.
El presidente Macri aparece como
el principal –no el único- acusador frente al desastre chavista y frente a los
intentos de golpe de Estado desde el propio gobierno que intentó disolver el
Congreso, donde la oposición cuenta con mayoría.
El gobierno argentino marca al
venezolano en todos los fueros. Lo denuncia ante la Organización de Estados
Americanos, ante la UNASUR y ante el Mercosur. La enemistad es total, estado de
situación que difícilmente cambie si no se producen cambios internos en ninguno
de los dos países.
Con Brasil no se vislumbran
problemas particulares a excepción de la crisis política que amenaza al vecino
de habla portuguesa. Con un aditamento, las vinculaciones –aún no dilucidadas-
de las relaciones corruptas entre el gobierno kirchnerista y la constructora
Odebrecht.
Este estado de cosas lleva a
desactivar un Mercosur en crisis, donde la membresía de Venezuela fue
suspendida como producto de la conducta autoritaria del gobierno de Nicolás
Maduro.
La administración
Macri opta entonces por la esperanzadora Alianza del Pacífico, de la que la
Argentina es país observador desde el 2016 y sobre la que manifiesta su deseo
de unirse.
Estados Unidos
Para el presidente Donald Trump
resulta positivo que el presidente Macri tome distancia de la administración
desastrosa del venezolano Maduro.
Pero no aparece Trump como
demasiado preocupado por la región, a excepción de la cuestión migratoria que
en prácticamente nada afecta a la Argentina.
Junto a la cuestión migratoria,
particularmente sensible en México, Centroamérica y el Caribe, se alza como
tema de importancia la deslocalización de empresas norteamericanas que
aprovechan la mano de obra barata del río Grande hacia el sur y que reexportan
a Estados Unidos, muchas veces con preferencias arancelarias.
La importancia que el novel y
volátil presidente norteamericano atribuye a estas cuestiones no necesariamente
representa un beneficio para la Argentina actual, no incluida dentro de dichas
cuestiones. Solo le asigna un carácter neutro.
De allí que la visita del
presidente argentino no ocupó prácticamente ningún espacio en la prensa
norteamericana. Desinterés periodístico que refleja la decadencia de un país
con años de aislamiento.
No obstante, el reflejo mediático
no fue correspondido por el interés empresarial. Al presidente Macri le fue
bien en términos de expectativas empresariales. En particular, entre los
petroleros tejanos, interesados en la reserva de Vaca Muerta. De allí, la etapa
de Houston, Texas, a la que Macri asignó especial importancia.
Con todo, y más allá de las
relaciones personales, lo cierto es que, casi como una constante histórica, los
Estados Unidos y la Argentina –salvando todas las distancias- se inscriben, una
vez más, en corrientes diferentes dentro del pensamiento actual.
No llegó a un año de vida la
coexistencia entre los modelos similares de Macri y el ex presidente Barak
Obama. Durante sus ocho años de presidencia, Obama coincidió con la década
aislacionista del kirchnerismo. Y durante su cuatrienio, Macri deberán convivir
con el proteccionista Trump.
Europa y Asia
De allí, la necesidad de
acercarse, en el tablero internacional a quienes piensan parecido. Es decir a
quienes ven en la globalización una oportunidad y no un perjuicio.
Por eso, los viajes previos a
España y Holanda. En España gobierno el conservador Mariano Rajoy, luego de
haber derrotado a los populistas de Podemos, similares al kirchnerismo
vernáculo.
En Holanda, además de la reina
Máxima, de familia argentina, el liberal Mark Rutte –actual primer ministro-
logró vencer, contra todos los pronósticos, al populista nacionalista Gert
Wilders.
De allí que para las relaciones
exteriores argentinas, cualquier paso en Europa debe tener en cuenta la
realidad política que atraviesa el Viejo Continente fragmentado entre quienes
pretenden, con un lenguaje de derecha o de izquierda, indistintamente,
retrotraer el mundo a la etapa de los nacionalismos xenófobos con su
correspondencia económica, el proteccionismo.
No se trata de ideologizar el
comercio exterior o las eventuales inversiones. Sí, en cambio, de ofrecer
previsibilidad.
Se puede y se debe hablar y
comerciar con China. Pero no se puede perder de vista que China es un país
gobernado dictatorialmente, con menosprecio por los derechos humanos y por las
minorías –tibetanos, uigures- en territorios ocupados por la fuerza.
Por ende, no es tan sencillo de
explicar el próximo viaje del presidente Macri a China. No alcanza con la
retórica de la atracción de inversiones.
¿Qué le va a explicar Macri a los
chinos? ¿Qué el país cambió? ¿Qué se dejó de lado el populismo? ¿Qué ahora las
instituciones son respetadas? ¿Qué fue
abandonado el pensamiento único? ¿Qué se abrió el paso al pluralismo?
¿Cuánto vale todo esto en China?
Nada. Para el gobierno chino, absolutamente nada. Todo lo contrario
Alguien dirá “pero el viaje a
China es solo para hablar de inversiones y de comercio exterior”. Y si solo es
para eso ¿Hace falta mover a un presidente de la República? ¿No alcanza con los
funcionarios del área?
Tal vez, nuevamente, la falta de
experiencia pase recibo al gobierno. Un presidente que viaja es bastante más
que un agente comercial o financiero. Un presidente que viaje es alguien que
tiene cosas para decir al mundo, con independencia de la importancia relativa
del país que representa.
Macri pasará por China sin hablar
de la persecución a los independentistas de Hong Kong, de la represión en Tibet
y en el Sinkiang, del expansionismo chino en el Mar
Amarillo, de Corea del Norte.
Probablemente arranque un párrafo
sobre Malvinas, algo que a la diplomacia argentina ni se le ocurrió mencionar
en los Estados Unidos.
Del resto del mundo, la
diplomacia argentina no se ocupa.
Antes y ahora
Claro que las diferencias con la
etapa anterior no solo son notorias sino que muestran un carácter “sanitario”
que antes no poseían.
Nadie debe olvidar aquellos
viajes de Cristina Kirchner con Guillermo Moreno por Angola y por Vietnam.
Viajes que no representaron nada en aquel momento, ni nada para adelante.
Viajes que solo quedan en la memoria por los papelones que representaron.
Por aquel entonces, la Argentina
buscaba países “antiimperialistas” para orientar un comercio exterior que solo
representó un puñado de miles de dólares.
La Argentina, al igual que ahora,
vendía a China, pero se codeaba con Venezuela, Ecuador, Nicaragua, Cuba y
Bolivia, en la región.
Con Angola, Vietnam y Rusia en el
resto del mundo. Y sobre todo, con Irán y con su gobierno de la llamada
Revolución Islámica.
Nadie en la Argentina ignora los
atentados contra la Embajada de Israel y contra la AMIA, la mutual judía,
durante la etapa menemista.
Fue un ataque contra el país
todo. Por obra del terrorismo internacional, murieron ciudadanos argentinos
absolutamente inocentes de cualquier enfrentamiento en el Medio Oriente.
El kirchnerismo decidió tapar la
cuestión. Por oficios del fallecido presidente de Venezuela, el autoritario
Hugo Chávez, Cristina Kirchner prefirió encubrir a los presuntos responsables
iraníes mediante un vergonzoso memorándum de entendimiento.
El asunto significó además la
muerte, en circunstancias no solo dudosas sino aún no elucidadas del fiscal
Alberto Nissman, cuando se aprestaba a acusar a Cristina Kirchner y Héctor
Timmerman, su ministro de Relaciones Exteriores, por encubrimiento y traición a
la patria.
El atentado a la AMIA debería
servir para comprender, por parte de la opinión pública y del gobierno, que en
el mundo globalizado, el país no está exento de sufrir las consecuencias de
conflictos que ocurren en latitudes muy alejadas.
Pasa en Europa, en los Estados
Unidos y en los países árabes. El terrorismo internacional bajo la fórmula de
fundamentalismo religioso llegó para quedarse. Al menos durante los próximos
años.
El gobierno argentino debería
prestar mayor atención sobre la materia.
Como debería prestar más atención
a la necesidad de una mayor eficiencia en la lucha contra el narcotráfico
internacional –más allá de sus consecuencias locales- que utiliza rutas, ríos y
aeropuertos para sus embarques a Europa y Estados Unidos, vía el África
sahariana.
En síntesis, no
está mal que el gobierno ofrezca previsibilidad para atraer inversiones y para
ampliar el comercio exterior. Solo que limitar la relación con el mundo a ese
solo objetivo es consecuencia de una mirada amateur sobre el tema.
Es hora que la defensa, la
inteligencia y la diplomacia unan esfuerzos bajo las directivas presidenciales.
Por ahora, no parece ser así.
* Periodista y Militante Radical en CAMBIEMOS.
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