La educación pública en la Argentina
padece un fuerte deterioro desde hace décadas. Cuando menos, desde 1966, en
ocasión de la tristemente célebre “Noche de los Bastones Largos” ocasión en que
la novel dictadura militar, encabezada por Juan Carlos Onganía, redujo a
cenizas la autonomía universitaria y la libertad de cátedra.
Fue
el primer paso en acabar, no con la educación pública, sino con la calidad de
la educación pública.
Desde
entonces, de a poco, pero sin pausa, la matrícula en los establecimientos
privados de educación –en todos los niveles- fue “in crescendo”. Probablemente
no a causa de un accionar deliberado para aumentar el número de estudiantes
“privados”, sino como una forma de control político en un mundo signado por la
“Guerra Fría”.
Más
allá de los antecedentes, desde aquel momento, quienes gozaban de un mejor
nivel de vida comenzaron a emigrar hacia los colegios privados y hacia las
universidades no estatales.
Fue
goteo y no catarata. La educación pública, pese a todo, conservaba un aura de
prestigio que la resguardaba aún del desastre a que sería sometida en el
futuro.
El
deterioro arrancó en el nivel secundario. La escuela primaria aún disponía de
niveles de aprobación aceptables. Y la universidad, pese a numerosos intentos
de doblegarla, aún respondía. El prestigio de Buenos Aires, Córdoba, La Plata,
Cuyo o Litoral la mantenía vigente.
Como
era previsible, no iba a durar para siempre.
Intervenciones abiertamente
fascistas durante el efímero tercer gobierno del general Juan Domingo Perón con
el ministro de Educación, médico cirujano Oscar Ivanissevich, y con el rector
normalizador de la Universidad de Buenos Aires, Alberto Ottalagano, sucedieron
a la universidad “montonera” de Ernesto Villanueva y Mario Kestelboim.
La educación pública pasó
entonces a formar parte de una interna política, la del peronismo, que adquirió
características de “guerra civil”.
Y de lo malo, se alcanzó lo peor:
la sangrienta dictadura militar que comenzó en 1976. Entonces, la educación
pública quedó maltrecha. Muertes, desapariciones, persecuciones liquidaron, por
doquier, no solo a docentes y estudiantes, sino también a la ya deteriorada
“calidad educativa” del sector público.
Fue un efímero reverdecer aquel
período democrático de los años 80 signado por la presidencia de Raúl Alfonsín.
La libertad retornó, el tiempo perdido obviamente no. Fue un respiro, un gran
respiro, pero nada más. O sí, porque por
aquella época comenzaron los paros del gremialismo docente inscripto,
invariablemente, en las internas peronistas.
Luego, el peronismo menemista,
con Domingo Cavallo como todopoderoso ministro de Economía, redujo la educación
de gestión estatal a una simple categoría de gasto público.
Para sacárselo de encima, Cavallo
traspasó la responsabilidad a las provincias. El Estado Nacional solo quedó a
cargo de las Universidades Nacionales. Los restantes niveles estuvieron a
merced de las siempre flacas arcas provinciales.
Fue el puntapié inicial para la
multiplicación de conflictos en las 24 jurisdicciones en que se divide el país.
Fue, además, un abandono de la preocupación del Estado Nacional por el sistema
público educativo. Es decir, por la igualdad de oportunidades.
Es más, solo la resistencia
universitaria encabezada por el rector Oscar Shuberoff de la Universidad de
Buenos Aires, junto a otros rectores del interior del país, todos ellos de
extracción no peronista, impidió la desarticulación planificada de la educación
superior de gestión estatal.
Justo es señalar también a la
CTERA –la Confederación de Trabajadores de la Educación de la República
Argentina- con su carpa blanca y su dirigente Mary Sánchez –fallecida hace un
año-, aunque su preocupación fue, antes que nada, gremial y referida al salario
docente.
Lo prueba el desmantelamiento de
la Carpa Blanca fu retirada tras la sanción de la Ley de Financiamiento
Educativo, un fondo de 660 millones de pesos –con la cotización uno a uno del
dólar- destinado para salarios docentes, sancionada durante el fugaz gobierno
de Fernando de la Rúa.
Con la llegada del kirchnerismo,
el deterioro de la educación pública alcanzó niveles impensables cuando, desde
los niveles gubernamentales, los docentes eran presionados para aprobar a todos
los alumnos, sin importar el nivel de conocimiento alcanzado.
El resultado fue el trasvase de
alumnos del sistema educativo público al privado, por un lado, y la inseguridad
de los docentes que, fieles a su vocación, intentaron resistir semejantes
directivas. Así, se sucedieron las agresiones hacia maestros y profesores por
parte de alumnos y padres o madres violentos.
Nadie resultaba castigado. Todo
daba igual. Parafraseando a Enrique Santos Discépolo “lo mismo un burro que un
gran profesor”. En el país de Sarmiento, de Houssay, de Leloir, de Milstein, la
ignorancia vencía a la sapiencia.
Fue cuando las estadísticas
demostraban que el 84 por ciento de los alumnos que egresan de la escuela
secundaria no están en condiciones de comprehender el significado de un texto
leído.
Fue cuando el kirchnerismo –para
variar- hizo trampa al no incluir un gran número de escuelas en las pruebas
PISA (Programa Internacional de Evaluación de Alumnos) para tratar de tapar la
verdad sobre su desastre educativo. No solo fue descubierto, sino que los
resultados no fueron tenidos en cuenta dado el bajísimo números de escuelas
sometidas a prueba.
¿Y ahora, qué?
Cierto
es que, por aquel entonces, los gremios docentes paralizaron en varias
ocasiones sus tareas. Siempre, por salarios. Tan cierto como que a ninguno se
le ocurrió protestar por cuánto sucedía en la educación argentina.
Por
el contrario, a Roberto Baradel se lo veía sonriendo y fotografiándose junto
con los pro hombres Luis D’Elía, Amado Boudou y Hugo Yaski, acompañados por
Juan Manuel Abal Medina y Gustavo Filmus, todos ellos posando abrazados
mientras saludan con los dedos en V. Kirchnerismo al mango.
Y
la discusión salarial servía para dos objetivos. El de la interna peronista
como deteriorar al gobierno del genuflexo Daniel Scioli y el gremial para
evitar discutir sobre calidad educativa.
Poco
o mucho, más vale poco, los aumentos se sucedieron pero la calidad no solo no
mejoró, sino que empeoró.
Es
que nunca se tomó el toro por las astas. Ni entonces, ni ahora. Antes por la
lógica populista. Ahora…
La
resistencia gremial docente ni siquiera se ve amenazada. Nadie habla de revisar
el famoso estatuto que representa un catálogo de excusas para no trabajar.
Nadie
dice nada respecto a la cantidad de docentes que no prestan tareas porque se refugian
en alguno de los artículos estatutarios, mientras cobran el sueldo que la
sociedad solventa con sus impuestos.
Poco
se habla de la evaluación de los docentes. Algo que, al no llevarse a cabo,
obviamente perjudica a aquellos –y no son pocos- que prestan tareas digna y
esforzadamente, que no faltan nunca, que sienten compromiso.
Nada
importa. Si el docente es bueno o si es malo. Si falta o si concurre. Si se
actualiza o no. Todo pasa por una negociación salarial teñida de política
partidaria y de facilismo populista.
Recién
ahora, tanto el presidente Mauricio Macri como la gobernadora bonaerense María
Eugenia Vidal, esbozan alguna reacción. Los gobiernos provinciales, por su
parte, ofrecen cuánto consideran que están en condiciones de ofrecer. No más.
Otro
sería el cantar, si los sueldos corrieran parejos con el presentismo y con la
evaluación del docente. A mejor y más cumplidor docente, mayor sueldo. Como
debe ser. Como debiera ser en un país que resuelve no igualar para abajo, sino
alentar lo mejor.
Seguramente,
el paro de los gremialistas docentes que comienza mañana y se extiende hasta el
martes, perjudicará a muchos padres –en las escuelas públicas- que contaban con
las “clases” para “depositar” a sus hijos. Más aún, a aquellos cuyas condiciones
socio-económicas los hace depender de una alimentación escolar.
Pero,
la educación pública no debe ser un depósito de niños, ni un mero comedor o
merendero.
Aun cuando deba continuar con
dichas prestaciones dadas las condiciones en que quedó el país en materia de
pobreza luego de doce años de kirchnerismo, su función es la de educar, la de
formar a los estudiantes para ingresar al mundo laboral y productivo. La de
garantizar igualdad de oportunidades para todos.
Tal vez este politizado paro
docente constituya una oportunidad para llevar la discusión adonde debe
llevarse. Al terreno de una educación pública de prestigio.
Errores
El
manejo de las oportunidades no parece ser una materia en la que el gobierno del
presidente Macri sobresalga. Hace ya rato que perdió la iniciativa con sus
increíbles y famosos “errores no forzados”.
Temas
como la reducción insignificante pero absolutamente inapropiada de las
jubilaciones o la indemnización no cobrada por el gobierno anterior al padre
del presidente por el incumplimiento del contrato del Correo, tapan cuestiones
de mayor relevancia –sin quitar méritos a nada- como es la educación.
Y
es que en la “filosofía” duránbarbista de la no confrontación y las buenas
nuevas, el gobierno comenzó el 2016 catalogando como un mérito la iniciación en
términos de las clases en la provincia de Buenos Aires y en la mayoría de las
jurisdicciones.
Nadie
habló entonces de calidad educativa. Bastaba con comenzar a tiempo. Y para ello
había que pagar casi todo cuanto los gremios reclamaban ¿Y después? Después,
veremos.
Por
supuesto que es mejor el dictado de clases que lo contrario. Pero es malo
cuando el árbol tapa el bosque. Porque al año siguiente…
Y
así llegamos al ahora.
A
la confrontación.
Más
allá de Durán Barba, lo cierto es que la política equivale a confrontación.
Civilizada, pacífica, no violenta para quienes se definen como republicanos,
pluralistas, tolerantes. Pero confrontación, al fin.
Confrontación
entre populismo y república, para simplificarlo. O lo uno, o lo otro.
Aún
si se debe avanzar con prudencia y con sentido de la oportunidad. Hubiese sido
mejor, el año anterior, cuando la imagen del gobierno no sufría deterioro
alguno. Es más difícil ahora. Pero, nunca es tarde.
Ni
siquiera, electoralmente. Llegó la hora para el gobierno de demostrar que puede
ganar una elección porque enfrenta los problemas para materializar
transformaciones. Más allá de especular con alquimias electoralistas.
CGT
¿Es
buena la situación económica? No tan mala como algunos pretenden pintarla, pero
no es buena. De la recesión, solo escapan las prognosis de una reactivación
futura que siempre se posterga un trimestre o un semestre. Pronósticos que no
solo repiten los funcionarios, sino que corroboran muchos economistas. Y
algunos sectores reactivados, como el agro.
Pero
la recesión está. Algunas industrias cierran, muchas suspenden personal. Algo
que, de por sí, contradice la ansiada e “inminente” reactivación.
Da
ello motivo para una marcha contra “las políticas del gobierno”. Difícil de
precisar. ¿Es la CGT un partido político? No lo es, aunque se mimetiza con el
peronismo.
Ese
dato de la realidad, desde hace más de medio siglo explica en buena medida la
vigencia del populismo en la Argentina. Para definir las cosas: en la Argentina
populismo es sinónimo de peronismo.
Y
el peronismo, tras la aventura K, está en crisis. Como en la década del 80,
cuando el peronismo político también entró en crisis, lo
suple el peronismo sindical. Algo así como un ordenador del mientras tanto.
Ese
mientras tanto consistió en 14 paros generales contra el presidente Raúl
Alfonsín. Es ahora una marcha contra el gobierno de Mauricio Macri y un posible
paro general para el próximo 30 de marzo.
¿Defienden
al gobierno de Cristina Kirchner? Decididamente no, aunque los kirchneristas
intentarán participar de la marcha.
¿Defienden
los recursos de los sindicatos? No, el gobierno de Macri les reconoció la
totalidad de la deuda del Estado para con la obras sociales. Dinero que el
kirchnerismo les había birlado.
¿Defienden
los salarios de los trabajadores o las condiciones de trabajo? No, porque las
paritarias de los sectores privados son absolutamente libres.
¿Defienden
a los desocupados? No, porque las organizaciones piqueteras perciben con el
actual gobierno mucho más de cuanto percibían con el kirchnerismo.
¿Defienden
a los jubilados? No, porque más allá de la estupidez del 0,2 por ciento de la
semana anterior, es este el gobierno que reconoció los derechos negados durante
el kirchnerismo en los cálculos jubilatorios.
Párrafo
final para el próximo miércoles, el paro internacional de las mujeres con
“ruidazo” ¿Para qué? Para hacer visible el mapa de trabajo femenino, para
exigir el aborto legal, seguro y gratuito –esto último significa que lo pague
toda la sociedad-, para defender las disidencias sexuales y de género, para
decir basta a las violencias y femicidios, para denunciar que el Estado es
responsable (sic) y para exigir un estado laico; para construir el movimiento
de mujeres como sujeto político”.
Si
usted está de acuerdo con todo eso, pare. Si no, reflexione. Porque de
reflexionar se trata.
*Periodista y Militante Radical en CAMBIEMOS.
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