La Columna de la Semana: ¿Ganan poco los maestros?
Sí,
claro. Los maestros que no faltan, que dan clase a conciencia, que se preparan
y que se capacitan. Aquellos, que no regalan notas, que solo aprueban a quienes
deben aprobar y reprueban al resto. Esos que logran que sus alumnos superen las
pruebas de matemáticas o que comprendan cuanto leen en los textos.
Esos
cobran poco. Muy poco. Y difícilmente se les pueda pagar su aporte a la niñez y
a la adolescencia.
No.
Por supuesto que no cobran poco aquellos que faltan sin justificación real. Que
recurren a interminables tratamientos médicos para no ir a trabajar, pero que
se los ve campantes por las calles y alegres en las reuniones sociales. Que no
faltan nunca a las marchas de protesta pero casi siempre al aula. Esos que se
amparan en un estatuto que premia al vago y castiga al trabajador.
Esos
cobran muchísimo. Más aún cuando no faltan al trabajo vespertino que consiste
en dictar clase en una escuela privada y hacen lo contrario en el horario
matinal en la escuela pública. O viceversa.
También
cobran muchísimo esos otros que se las arreglan para jamás estar frente al
aula. Siempre consiguen algún puesto administrativo que les permite no llevar a
cabo tareas docentes, pero gozar de dos meses de vacaciones pagas en verano y
quince días en invierno, además de toda la pléyade de feriados que el
calendario “estatal” argentino regala.
Están
pues los que ganan poco y están los que ganan muchísimo. No puede, no debe
haber un aumento parejo.
Es
hora de decir la verdad y hacerla prevalecer. Y la verdad, en materia docente,
solo se obtiene mediante la evaluación a la que los sindicatos, en particular
los vinculados al kirchnerismo, se oponen férreamente.
En
el mientras tanto, la escuela pública cede educandos a la escuela privada. No a
la escuela privada de alta cuota mensual, sino a la que está al alcance de
quienes perciben un ingreso medio o medio bajo –la mayoría de los trabajadores
en blanco- donde los maestros hacen, al menos, lo mínimo indispensable:
concurrir.
No
nos cansaremos de señalarlo: ningún sindicato se ocupa de la desastrosa calidad
educativa que padecen el sistema de gestión pública. Ni se hace cargo de un
pasado oprobioso cuando el populismo prohibió las amonestaciones y las notas
bajas, con la ridícula excusa de la “estigmatización”.
Dicho sea de paso, también para
los maestros, estigma siempre estuvo referido a las marcas corporales hechas
con un hierro candente como signo de esclavitud o de infamia.
Cierto es que luego quedó
ampliado a una deshonra social, como la prostitución hasta hace algunas
décadas, o la delincuencia. De allí a que alguien hable de “estigmatizar” en
cualquiera de sus sentidos, para un acreedor de amonestaciones en la escuela
secundaria, hay como un larguísimo trecho.
Ocurre que en la sociedad
argentina, todo el mundo quiere ser premiado y nadie castigado. Nadie es
responsable por nada, pero todos se anotan a la hora del beneficio.
Digresiones aparte, la huelga
docente pasó a ser la huelga de algunos docentes. Menos de la mitad en la
provincia de Buenos Aires. Son aquellos que, no es casualidad, sienten
responsabilidad por la educación de los niños y de los adolescentes, aun si
están en desacuerdo con el salario que perciben.
“Contrario sensu” ¿Cuál es la
verdadera representación de sindicatos que llaman a la huelga pero su llamado
no es acatado sino por una porción de sus “representados? ¿No llegó la hora de
cuestionar a algunas conducciones eternizadas que, por otra parte, jamás
dictaron clase?
Dirán los kirchneristas de
siempre que la respuesta estuvo en las movilizaciones. Cierto, fueron
importantes. Pero ¿Fueron todos maestros? Nadie, absolutamente nadie, ignora a
esta altura del partido, el reparto de guardapolvos blancos entre gente
beneficiaria de planes sociales que nada tiene que ver con la educación
pública. Maestros por un día.
Es la historia de siempre: la
movilización de los que solo hacen número. De los utilizables y luego
descartables hasta la próxima movilización o hasta la hora de votar.
Por último, un argumento
económico. La recuperación del Fondo de Reparación Histórica del Conurbano
Bonaerense. Un reclamo de estricta justicia a favor de la provincia de Buenos
Aires que percibe menos de la mitad de lo que aporta en materia económica a la
Nación.
Sí, claro, con esos fondos sería
posible mejorar sueldos de maestros y demás agentes estatales, si se insiste en
no hablar de productividad, es decir de premiar a los vagos y castigar a los
que trabajan.
Claro que en los doce años de la
“década ganada” –década más dos-, ni el señor Baradel recordó formular el
reclamo, ni el señor Scioli hizo lo propio, ni la procesada Cristina Kirchner –nacida en La Plata y alumna de una escuela pública-
se preocupó por el tema.
Tampoco el señor Baradel vincula,
por ejemplo, los más de 70 mil millones de pesos que la ex presidente Kirchner
“regaló” a los sectores “concentrados de la economía” a los que decía combatir
con la venta por parte del Estado de dólares a 10 pesos cuyo valor de mercado
era 14 pesos.
En fin, como siempre, el
kirchnerismo no da tregua. Ahora, una jueza de La Plata resolvió que no se
deben descontar los días no trabajados, ni pagar suplementos a los que fueron a
trabajar porque se atenta contra… “el derecho de huelga”.
Un precedente genial. De acá en
más, todos nos declaramos en huelga, no vamos a trabajar y recurrimos a la
jueza María Ventura Martínez –así se llama esta jurista de porte- para que
obligue a que nos paguen igual. En diez días no queda nada en pie en la
Argentina.
El conflicto docente es una
muestra más de la brecha que separa a los argentinos, le guste o no al
gobierno. La que inevitablemente existe entre quienes trabajan, estudian y
cumplen con sus obligaciones frente a los que hacen lo contrario.
Derechos humanos anti macristas
La
movilización por los derechos humanos fue un muestrario acabado de la Argentina
que resulta necesario dejar atrás.
En
primer lugar, por el feriado de la fecha. Resulta imposible, salvo en la
Argentina kirchnerista, que no se trabaje el día del golpe de Estado que derivó
en la dictadura más sangrienta de la historia argentina.
Para
algunos, sirvió para llevar a cabo un acto político anti gubernamental. Para
otros, se trató de un fin de semana largo que permitió escapar a la Costa
Atlántica, a las Sierras de Córdoba o de Tandil, a otros destinos nacionales. O
hacer compras en Chile o disfrutar de las playas uruguayas.
Para
el grueso de los trabajadores estatales, bancarios y de otros servicios fue un
día para estar en casa. Y punto.
De
la memoria, poco y nada. Salvo una visión maniquea en la Plaza de Mayo.
Cuánto
más serio hubiese resultado trabajar como se debe y detener las actividades
durante cinco o diez minutos para, en silencio, repudiar cuanto ocurrió en esa
etapa nefasta de la vida argentina.
Hubiese
representado reflexión, contracción, ejercicio de memoria, toma de conciencia.
Así
fue solo un feriado o una razón más para dividir a los argentinos.
Para
variar, la marcha fue copada por el kirchnerismo, empecinado en ganar en la
calle cuanto no es capaz de lograr en las urnas.
Y
como no podía ser de otra manera, los derechos humanos quedaron convertidos en
un acto contra el presidente Macri. Es que para las tácticas kirchneristas,
hace falta voltear a Macri lo antes posible. Obligarlo a dejar el poder antes
de fin de año. Antes de las elecciones.
Entonces,
hay que demonizarlo. Hoy es un dictador, un gestor del hambre, un ajustador
serial. Es un enemigo peor que Videla y Massera. Y María Eugenia Vidal es una
“asesina” según el decir de Hebe de Bonafini, la antorcha del odio.
Pero,
el folklore –el relato- debe continuar. Entonces ahora se trata de los 30 mil.
No importa que el informe de la CONADEP, el Nunca Más, mencione 8.500 casos. No
importa que no resulte comprobable. Es la prepotencia que impone como verdad un
embuste.
Alguien
dirá que importa. Después de todo, 8.500 es igual de grave. No se trata de
restar gravedad. Se trata de decir la verdad. De no sucumbir ante un relato. De
no aceptar la imposición. De desechar y condenar la mentira. De decir basta.
El
kirchnerismo mostró sus rostros intolerante. Como Dios los crea y ellos se
juntan, en un camión llegaron juntos a la Plaza de Mayo, Hebe de Bonafini,
Aníbal Fernández y Roberto Baradel.
Hicieron un acto paralelo. Habló
Bonafini. Bueno, no habló, tal como es su costumbre, insultó. En especial a
Estela de Carlotto, al presidente Macri. E hizo profesión de kirchnerismo.
“Basta de ser democráticos” se le oyó decir, a quién ahora revela –sincera- que
su porción de las Madres de Plaza de Mayo es un apéndice de Néstor y Cristina
Kirchner y no otra cosa.
Lo cierto es que la memora se
convirtió en una memoria fragmentada. De kirchnerismo divido. Y de nadie más.
Tal vez llegó la hora, como en
otras cosas, de marcar diferencias. Como decía, el ex presidente Alfonsín, los
derechos humanos son de todos. Si se los hace partidarios, es regalarle la
razón a la dictadura.
Distorsiones
Porque nadie puede justificar el
golpe de Estado de 1976, ni mucho menos cuánto siguió. Pero tampoco puede
justificarse, ni olvidarse, a los Montoneros y a la Triple A. No se justifican
los robos, los secuestros y los asesinatos del terrorismo de Estado. Tampoco
del terrorismo a secas.
A esa guerra inter peronista que
desembocó en aquel fatídico 24 de marzo. Hoy, kirchnerismo mediante, la memoria
es solo parcial. En rigor, distorsionada.
Unos, los Montoneros, eran buenos
jóvenes muchachos idealistas que luchaban por una utopía revolucionaria. Los
otros, los de la Triple A, se los esconde. Y a los homicidas militares se lo vitupera.
Unos querían la revolución y el
socialismo. Los otros, el puro peronismo filo fascista. Y los terceros, la
civilización occidental y cristiana. Puros justificativos. Todos mataban,
robaban, aterrorizaban.
Muchos jóvenes actuales creen que
reconfiguran la revolución porque se visten con alguna remera alusiva,
desentonan en alguna marcha o van a los recitales del Indio Solari –quién,
dicho sea de paso, no da la cara tras el desastre de Olavarría-.
Consideran que Macri es la
dictadura y que Cristina Kirchner y Milagro Sala son perseguidas políticas.
Para ellos, todas son patrañas inventadas por los medios monopólicos y los
poderes concentrados.
No importa el enriquecimiento
exponencial de los Kirchner, ni los sueños compartidos de Bonafini, ni las
fortunas de los Báez o los López, ni las conductas de Boudou, ni las
propiedades o los autos de la Sala. Nada es cierto, ni cuando se los ve
contando billetes, ni cuando arrojan bolsos con dólares.
Allá ellos. En todo caso, la
Argentina republicana debe seguir adelante. Pero para seguir adelante debe ser
defendida. No puede quedar en situación de riesgo.
No es posible que las calles
queden en manos de quienes no trabajan. No es posible que, del lado
republicano, exista una moderación que deja de ser prudente para convertirse en
pusilánime.
No es posible que los relatos
continúen. Que la enseñanza resulte distorsionada para en lugar de formar un
ciudadano libre capaz de pensar y de elegir, se deforme para convertirlo en
prisionero de una visión única y particularmente sesgada de los hechos.
No es posible que la justicia
continúe en manos de militantes K que solo obstruyen su accionar. No es posible
que los corruptos continúen en libertad. No es posible que no se avance en las
causas por narcotráfico.
No es posible que el gobierno
quede a la defensiva por mostrar las obras que lleva a cabo y que el
kirchnerismo –abusador serial del uso político de los medios de comunicación
del Estado- critique como si todo comenzó ayer.
Sí, estuvo bien Marcos Pena
cuando en el Congreso les dijo “háganse cargo”. Solo que el gobierno reacciona
tarde y mal, aunque más vale tarde que nunca.
¿Y las elecciones?
Cambiemos debe definir cuanto
antes a sus candidatos. Y debe definirlos con criterio político. Deben ser
aquellos capaces de redoblar la apuesta frente a un peronismo que corre serios
riesgos de caer nuevamente en manos de un kirchnerismo.
No es tiempo de especulaciones.
Ese tiempo ya pasó. La reactivación se insinúa pero no está a la vista. La
calle quedó en manos de los K. La CGT va a intentar paralizar el país. El
gobierno pone dinero pero no logra tranquilizar a los piqueteros que ya le
encontraron el punto débil que no es otro que es mismo, poner dinero.
Y como si todo esto fuese poco,
el gobierno queda preso de sus propios errores. No hace falta invitar a comer a
la conductora Mirtha Legrand, delante de las cámaras de televisión, en Olivos.
Hace falta tomar conciencia.
Ahora, antes de que sea tarde.
*Periodista y Militante Radical en CAMBIEMOS.
No hay comentarios:
Publicar un comentario