¿Cuánto ocurrirá de aquí en más en
la Argentina? La pregunta parece ingenua porque desde tiempos inmemoriales el
género humano siempre pretendió conocer el futuro por anticipado. Sin embargo,
no lo es, dadas las particularidades que rodean los procesos políticos en
nuestro país, en especial, en tiempos electorales.
Una
de las peculiaridades a tener siempre en cuenta es, sin lugar a dudas, el
peronismo. En todas sus variables que pueden ser múltiples o concentradas, pero
que reconocen, en general, similares características.
La
otra, es el resto. Que se junta o no, según las circunstancias. Que gana o
pierde. Y que representa lo contrario al peronismo aunque, por momentos,
aparece como más de lo mismo.
A
la hora de rotular, el peronismo es el populismo, y el resto –con los vaivenes
de la extrema izquierda- conforma el republicanismo.
De
esa gran división, surgen ramas menores con más o menos pronunciados tintes
ideológicos en el republicanismo, con meras ambiciones de poder en el
populismo.
A
la fecha, el populismo gana terreno sobre el republicanismo en gran parte del
mundo. Se autocalifique de derecha o de izquierda. Nacionalista o progresista.
Poco importa.
Desde
comunistas-capitalistas como los chinos, hasta versiones nacionalistas como la
Rusia de Putin o los pretendidos herederos de la revolución cubana en
Venezuela, Bolivia, Ecuador o Nicaragua, todos se congregan en torno a la
estrategia del combate a la República.
No
están solos. A las consabidas compañías en el África y en el Mundo Árabe de los
dictadores, agregan los gobiernos de algunos países europeos como Grecia,
Hungría o Eslovaquia y hasta la posibilidad de acercarse al poder en países
centrales como Francia, Austria, Holanda o España.
Pero
el gran avance del populismo es, sin dudas, el nuevo presidente de los Estados
Unidos, Donald Trump.
Nadie
estaba en condiciones de imaginar a un populista a la cabeza de la primera
República del mundo. Ni ahora, ni nunca. Pero lo está y ello, por sí solo,
obliga a modificar el imaginario colectivo sobre el devenir mundial.
Dicho
en otras palabras. Nacionalismo en lugar de globalización. Proteccionismo en
lugar de libre mercado. Uniformidad en lugar de pluralismo.
Se
trata de recetas antiguas que probablemente fracasen porque no se adaptan al
progreso científico y tecnológico que a ritmo vertiginoso vive la humanidad.
Pero
están ahí. Como una reacción frente a los inevitables desequilibrios que la
globalización deja, al menos mientras no solucione la contradicción que
representa la convivencia entre mundialización y vigencia de los estados
nacionales. El “Brexit” británico es prueba de ello.
Frente externo
Es
por demás curioso que cuando el populismo alcanza la presidencia de los Estados
Unidos, en la Argentina exista un gobierno que, al menos en teoría, representa
lo contrario.
No
es curioso por la contradicción. Casi siempre, la Argentina marchó a contramano
del camino que recorrieron los Estados Unidos, pero por razones opuestas a las
actuales. El populismo gobierna casi siempre en la Argentina, no lo hizo nunca
hasta Trump en los Estados Unidos.
Es
curioso porque se invierten los términos. Populismo allá. República aquí.
Alguien
podrá insistir con aquello del antiimperialismo, pero va siendo hora de acabar
con los relatos.
El
gobierno del presidente Mauricio Macri atraviesa, desde lo externo,
circunstancias adversas.
Arrancó
bien. Alineó al país del lado del republicanismo. Recuperó confianza en los
mercados internacionales. Ofreció perspectivas de inversión –reglas claras- que
comenzaron a llegar, aunque con cuentagotas. Lo alejó del relato “bolivariano”
Pero,
en materia de política exterior, cometió alguna imprudencia. La primera fue el
excesivo respaldo a la ambición de la canciller Susana Malcorra en su
aspiración de convertirse en secretaria general de las Naciones Unidas, en
reemplazo del surcoreano Ban Ki Moon.
Salió
mal, como no podía ser de otra manera. Un país que recién vuelve a ser
confiable para la comunidad internacional no puede de buenas a primeras colocar
al número uno de las Naciones Unidas. La confianza se gana de a poco. Por
etapas.
Para
peor, esa “distracción” en una candidatura individual llevó a la negligencia en
temas donde el populismo local –en las distintas vertientes peronistas- se
movilizó internacionalmente para cercar al gobierno por el caso Milagro Sala.
Y
finalmente, casi como improvisados en la materia, la Cancillería –y, en buena
medida, el presidente- jugaron sus cartas al triunfo de Hillary Clinton y la
derrota de Donald Trump.
Ahora,
todo está en duda. Desde la recuperada exportación de limones tucumanos hasta
el nivel en que se ubicarán la tasas de interés en los mercados financieros
internacionales.
El
punto no es menor. No solo por la necesidad de recuperar el comercio exterior
argentino y de dar salida a producciones regionales, sino porque el gradualismo
en materia de saneamiento de las cuentas públicas está basado en el
endeudamiento externo.
Conclusión:
el frente externo, que siempre genera consecuencias sobre el frente interno, no
presenta la nitidez que reflejaba antes de la asunción del presidente Trump.
Quedó encapotado.
Por casa
Esas
dificultades en el frente externo ocurren cuando, fronteras para adentro, el
país ingresa en un momento electoral.
Por
supuesto que falta mucho para la elección, desdoblada en primaria en agosto y
en abierta en octubre, para el nivel nacional. Y diseminada a lo largo del año
para los niveles provinciales y locales.
Pero,
para la clase dirigente, el signo a tener en cuenta son las elecciones.
Obviamente,
para los políticos. Tanto los del bando republicano como los del bando
populista. Para unos –y pese a los dichos de la gobernadora María Eugenia Vidal
sobre una supuesta neutralidad del resultado electoral- se juega la
continuidad. Para los otros, no se trata solo de contabilizar legisladores,
sino que se trata de avanzar en la recuperación del poder.
Pero,
también para los empresarios que, individualmente, deben decidir sobre
inversiones, o corporativamente, definir si prefieren una economía cerrada o
abierta.
Y
para los sindicatos que incidirán, con sus actitudes, bastante más allá de la mera defensa del
salario o de los puestos del trabajo.
O
para los piqueteros, cuyos continuos cortes de calles y rutas indican una
voluntad de participación en la discusión política que supera lo puramente
reivindicativo.
Objetivamente,
el populismo lleva todas las de ganar. Todos hablan de la libertad en la
Argentina pero casi nadie la quiere. Prefieren la comodidad de la protección,
aunque todo el mundo sabe que esa protección, a la no muy larga, lleva al
desastre.
Así
las cosas, el gobierno parece tentado en avanzar hacia un esquema que copia
esas recetas del pasado. Desde gasto público creciente hasta medidas de corte
xenófobo o represivo.
En
rigor, lo antedicho se trata de un enunciado por demás exagerado. Pero no está
claro hasta donde al gobierno le conviene aclararlo.
Si
el gasto público crece, pero se traduce en inversión en materia de
infraestructura es un punto. Si en cambio, crece para mantener subsidios de
cualquier tipo, es otra. Si crece en aras a la modernización del país puede ser
válido, si lo hace para buscar un clientelismo político es otra.
Controlar
la inmigración para que no ingresen delincuentes no es xenofobia, ni modificar
la edad de la imputabilidad por hechos delictivos a menores, no es represión.
Pero, para el pseudo progresismo argentino, en mucho se le parece.
El
dilema del gobierno es que está frente a la posibilidad de perder una elección
que, habida cuenta del escaso apego del peronismo a la institucionalidad,
precipitaría el final. Y frente a ello debe decidir si pospone o no su
concepción republicana de la política, para dar pelea con las armas del
adversario.
La
incógnita es si todos aquellos que buscan protección, lo votarán aun si les
ofrece lo que buscan. A priori, no parece ser el caso.
A
los piqueteros les dieron reconocimiento, 30 mil millones de pesos y obra
social, pero las calles de las grandes ciudades –de Buenos Aires, en
particular- permanecen cortadas casi a diario.
A
los sindicatos no se les recortó ninguna conquista social pero se aprestan
para… la lucha. Los gremios del Estado se niegan a hablar de productividad, en
particular los que representan a los docentes.
El gobierno duda. No tanto porque
sienta miedo o aversión por los “remedios” populistas sino porque en la
Argentina de la reacción rápida, ese camino tiene un límite que se llama
inflación.
Los guarismos aún son altos. Más
altos aun cuando el contexto determina que la ansiada reactivación todavía no
se produjo. Es por lo tanto, una inflación por exceso de gasto público y no por
exceso de demanda. Pero bajar gasto público implica recortar subsidios en año
electoral. Círculo vicioso que le dicen.
Estamos frente a una reactivación
que tarda en verificarse y una inflación que amenaza. Todo ello, repito, en año
electoral. Muy difícil.
La vereda de en frente
Para
el peronismo, la coyuntura resultaría sumamente favorable a no ser por dos
puntos sin resolver. Por un lado, la división partidaria. Por el otro, la
secuela de corrupción y antinomia sembrada por el kirchnerismo.
La
división partidaria es una cuenta pendiente que, posiblemente, quede saldada
tras la elección de octubre próximo.
Más
allá de nombres y apellidos, la división partidaria encuentra a tres sectores
que disputan el liderazgo.
Por
un lado, el kirchnerismo con Cristina Kirchner, al frente. Por el otro, la
denominada renovación, con Sergio Massa como abanderado. Por último, la
ortodoxia, compuesta por quienes tomaron distancia del kirchnerismo y por
quienes conforman el denominado “peronismo federal”, léase los gobernadores.
Ninguno
de los tres sectores queda exento de la desconfianza que genera el legado de
corrupción de la cúpula gobernante anterior aunque, por supuesto, el más
golpeado es el kirchnerismo que se empecina en hacer creer sobre pretendidas
inocencias vulneradas por una arbitraria decisión de persecución política.
Al
kirchnerismo solo le queda una salida en lo inmediato. Ganar en la provincia de
Buenos Aires con Cristina Kirchner como candidata a senadora nacional. Si
ocurre, se produce un doble efecto: la ralentización de los juicios por
corrupción y la reivindicación del relato.
Si
no ocurre, posiblemente el kirchnerismo quede herido de muerte como, en su
momento, quedó el menemismo.
No
son pocas las dificultades que Cristina Kirchner debe enfrentar para un eventual
renacimiento. Si va de candidata en Buenos Aires, casi con certeza que deberá
competir con Elisa Carrió y eso es un altísimo riesgo no solo por el resultado
de la contienda.
Si
en cambio, Cristina Kirchner compite por Santa Cruz –donde nada le garantiza
que le vaya bien- o como candidata a diputada en Buenos Aires, la única lectura
posible es que busca refugio en los fueros para evitar seguras condenas por
corrupción.
La
situación de Massa es diametralmente opuesta. Hasta aquí no consiguió nuclear
al peronismo para enfrentar al kirchnerismo como lo hizo la renovación de
Antonio Cafiero, Carlos Menem y José de la Sota cuando desalojó a Herminio
Iglesias de la cúpula partidaria en el único ejercicio de democracia interna
que reconoce a lo largo de su historia.
Por
el contrario, Massa pierde influencia aun cuando en las encuestas no aparece
mal ubicado. Su dilema resulta de la necesidad de ampliar su espectro dada la
pérdida de no pocos intendentes del Gran Buenos Aires que lo respaldaban.
Busca
remedio en la incorporación de Margarita Stolbizer, sin que esté del todo claro
si esa alianza arrastrará o no al socialismo santafesino. Aliarse con Stolbizer
no representa, necesariamente, una sumatoria.
Para muchos peronistas cercanos a
Massa, ceder lugares en esa dirección no parece ser un camino sin obstáculos. Y
para muchos no peronistas, votar a Massa y algunos barones del Gran Buenos
Aires, no resultará sencillo.
Para el peronismo tradicional
todo puede resultar más fácil. Primero porque muchos gobernadores ganarán en
sus provincias. Pero por sobre todas las cosas, porque de esas filas puede
emerger un candidato presidencial si José Manuel de la Sota triunfa en las
elecciones cordobesas por amplio margen.
Es que De la Sota es una figura
de reserva en el peronismo. Y es alguien que no espanta a los sectores medios,
entre otras cosas, porque emergió no contaminado de la
era K.
Todo el mundo sabe que el
peronismo sin un jefe es un barco a la deriva. Si lo consigue, en cambio, se
une tras de él sin importar mucho cuando diga o cuanto piense.
* Periodista y Militante Radical en CAMBIEMOS.
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