MUNICIPIO DE MARCOS PAZ

jueves, 19 de enero de 2017

Tiempo de Descuento. Por Luis Domenianni*.

La figura de la semana, sin lugar a dudas, es el novel presidente de los Estados Unidos, Donald Trump.Tal vez, por “contrario sensu” a su inexperiencia, es que intentó cumplir con sus propuestas de campaña en la primera semana de gobierno.

               Suele decirse que los primeros cien días son los que caracterizan a una administración. Y también suele decirse que aquello que no se lleva a cabo en ese período –algunos lo extienden hasta los 180 días- queda de lado.
               Se verifique o no, lo cierto es que el presidente Trump metió acelerador a fondo y en solo una semana desmanteló, en la práctica, el Obamacare, el sistema de salud para quienes no tienen cobertura.
               También dispuso la iniciación del más que controvertido muro de separación con México; la autorización para las obras, en territorio norteamericano, del oleoducto Keystone que deberá alcanzar, desde Canadá, el Golfo de México; y el fin de la participación de los Estados Unidos en el Tratado de Asociación Transpacífico.
               Eliminó además los subsidios estatales para las organizaciones que promueven el aborto y ordenó a los generales del Pentágono que presenten, en un plazo de treinta días, un plan para “destruir” la organización terrorista Estado Islámico que aún ocupa una superficie considerable de Siria y de Irak.
               Trump desmantela, en horas, el trabajo de Obama. Y lo hace mediante las denominadas “órdenes presidenciales”, un instrumento jurídico de menor valor que una ley, una suerte de decreto reglamentario. 
               Así, el presidente no puede derogar el Obamacare, tarea del Congreso, pero puede ordenar reducir al máximo los gastos estatales que el sistema requiere.
               El nuevo presidente delinea, de esta manera, los contornos de su gobierno. Abandona el multilateralismo, impuesto por Barack Obama, y lo reemplaza por una suerte de bilateralismo para casos concretos.
               Las primeras víctimas son el NAFTA, el tratado de libre comercio entre Canadá, Estados Unidos y México; y el TPP, el Acuerdo Estratégico Trans-Pacífico de Asociación Económica del que formas parte los estados del continente americano, Chile, Canadá, Estados Unidos –ahora retirado-, México y Perú; los asiáticos de Brunei, Singapur, Japón, Malasia y Vietnam; y los oceánicos Australia y Nueva Zelandia.
               ¿Es una contradicción con el libre mercado? Sí, claro. Pero no lo es frente a las  decisiones que sobre comercio exterior practicaron los Estados Unidos, en el pasado. La última de las cuales fue la que aplicó el conservador Ronald Reagan frente a los productos de origen japonés, en la década del 80.
               Mucho antes, la cuestión del proteccionismo –y de la economía cerrada- opuso a los estados industriales del norte, proteccionistas, frente a los estados del sur, demócratas y esclavistas, partidarios de una economía abierta que les permitiese exportar su algodón y comprar bienes industriales en el exterior, más baratos que los que provenía el norte industrializado. El resultado fue la guerra civil… en la que venció el norte.
               Claro que se trató de otro tipo de proteccionismo. Por aquel entonces, el objetivo fue promover la creación de una industria nacional. Hoy día, se trata de un proteccionismo defensivo frente a la concurrencia externa.
Primero fueron Japón y Alemania, recuperados de la Segunda Mundial. Luego, los “tigres asiáticos” con Corea del Sur, Taiwan y Singapur. Ahora, China. Cada vez que Estados Unidos tuvo una concurrencia externa –con libre comercio o con dumping- los aranceles subieron y siempre ocurrió con gobiernos republicanos.
Relaciones Exteriores
               La situación del intercambio modificará sensiblemente las condiciones productivas en el mundo. Si Estados Unidos mira hacia adentro, no serán pocos los industriales extranjeros que quedarán excluidos.
               La pregunta del millón es si China podrá suplantar a Estados Unidos. La respuesta es que… difícilmente.
               Con las decisiones de Trump, Estados Unidos dejará de importar, mientras que China, durante todo este tiempo, buscó exportar. Precisamente, entre sus mercados principales se encuentra Estados Unidos.
               De allí que la tensión entre ambos países puede crecer. Un Estados Unidos cerrado afectará sobre manera la producción china.
               Si con China la cosa va mal, con Rusia va mejor. Varias son las coincidencias entre Trump y el presidente ruso, el todopoderoso Vladimir Putin.
               Por un lado, la lucha contra el fundamentalismo islámico. Para Putin se trata, inclusive, de un problema fronteras adentro, con los musulmanes que pueblan algunas repúblicas del Cáucaso, entre ellos los chechenos.
               Tanto Al Qaeda como Estado Islámico cuentan con adherentes en el Cáucaso. Adherentes que no solo van a luchas a Irak y a Siria, sino que mantienen un “foquismo” armado en la región.
               Para Trump, el fundamentalismo islámico es un enemigo a vencer. Es más, a acabar. Y no le es repulsiva la idea de combatir directamente el extremismo en el terreno. El punto quedará resuelto a fines de febrero.
               Mientras tanto, el nuevo presidente de los Estados Unidos suspendió la llegada de refugiados políticos de diversos países musulmanes, tales como Siria, Irak, Irán, Libia, Somalia, Yemen y Sudán. Hizo extensiva la suspensión a personas que ya habían obtenido la visa norteamericana.
               Se trata, según la nueva administración, de preservar al país dela infiltración de terroristas islámicos. Una generalización que, obviamente, no es unánimemente aceptada.
               Más aún porque una generalización del mismo tipo se emplea frente a los mexicanos y centroamericanos para justificar el muro que Trump ya ordenó construir, aunque se ignora como financiará la construcción, más allá de sus intenciones de cargar la factura a los mexicanos.
               La decisión generó inclusive la revitalización de un alicaído movimiento separatista que pretende proclamar –por vías legales- la República de California.
               El Calexit, tal el nombre del movimiento, ya recibió autorización del gobierno estadual para iniciar la recolección de firmas que permita llevar la propuesta a un referéndum. Si logran algo más de 585 mil firmas, antes de julio próximo, el referéndum se llevara a cabo junto a las elecciones estaduales del 2018.
               Por último, la autorización para avanzar en los trabajos del oleoducto Keystone, de Canadá al Golfo de México en Nueva Orleans, satisface a los canadienses pero levanta la temperatura de las asociaciones ecologistas e indigenistas que, hasta aquí, con éxito, habían logrado paralizar el proyecto.
               Trump puso en marcha su batería de medidas. Por ahora, sin resquebrajaduras en el andamiaje republicano. Por ahora…
Delitos
               Las decisiones de Trump llevaron a los interesados locales a interpretar de manera arbitraria la decisión del gobierno nacional de restringir la política inmigratoria para los casos de personas con antecedentes penales y de introducir la figura de la expulsión para aquellos que hayan cometido delitos en territorio nacional.
               Cierto es que la Argentina fue un país conformado a partir de la inmigración. No menos cierto es que el Preámbulo de la Constitución habla de “todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino”.
               De allí a imaginar que se infringe la Constitución o los derechos humanos universales porque se expulse del país a quién decidió vivir al margen de la Constitución y las leyes, parece solo un producto del oportunismo político de quienes sueñan con un rápido retorno.
               Aquí no se habla de indocumentados como en los Estados Unidos de Trump, aquí se habla básicamente de narcotraficantes.
               Y cuando la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, dice que un tercio de quienes son detenidos por narcotráfico son ciudadanos de nacionalidad peruana, boliviana o paraguaya, no hace sino reflejar datos estadísticos.
               No se trata, como pretende hacer creer el interesado gobierno boliviano de Evo Morales, de un menosprecio a los ciudadanos de su país instalados en la Argentina. No se habla de bolivianos, sino de delincuentes bolivianos.
               El punto se inscribe dentro de una ofensiva que intenta llevar a cabo el kirchnerismo y sus aliados dentro del país como fuera de él, para recuperar el poder que perdieron en el 2015 cuando la ciudadanía se hartó del gobierno más corrupto que conoció la historia argentina.
               Desde entonces, todo viene bien. Desde manteros del Once hasta narcotraficantes extranjeros, todos resultan víctimas de un gobierno insensible que “persigue al pueblo”.
               Es que, a medida, que se reduzca el calendario electoral, la sensibilidad kirchnerista irá en aumento. En primer lugar, porque una mala elección los dejará descolocados casi definitivamente.
               En segundo término, aunque más importante, porque ya finaliza las feria judicial y los expedientes por corrupción de la señora del lenguaje soez y de sus principales colaboradores deberán moverse, casi inercialmente, hacia los juicios orales aún pendientes.
               Y entonces todo vale. Más aún cuando la mayor parte del peronismo dirigencial busca diferenciarse de los K.
               Así quienes convirtieron los feriados en un tema meramente turístico, y hasta inventaron los “puente”, ahora se rasgan las vestiduras si una fecha es cambiada.
               Cierto es que al gobierno no le dio el cuero para suprimir feriados de dudosa validez. Es que, digámoslo con todas las letras, en el 24 de marzo, día del golpe militar de 1973, no reside motivo alguno para el festejo.
               Por más argumentos que se le busquen, no hay nada objetivo que lo equipare con el 25 de mayo, el 9 de julio o el 20 de junio. Sin embargo, el resultado es el mismo: un día sin trabajar, sin cursar y con muchísimas escapadas de fin de semana largo. Poco, poquísimo serio.
               Otro tanto ocurre con el 2 de abril. Ese día no fue el del combatiente de Malvinas. En todo caso no parece ser el más indicado para homenajearlo. Porque en aquel día de 1982, un borracho que presidía los destinos del país invadió las islas Malvinas solo para intentar perpetuarse en el poder. Y eso no se festeja.
               Va siendo hora de poner las cosas en su lugar, aunque todo resulte difícil de llevar a cabo al mismo tiempo. Pero, ya pasó un año del gobierno del presidente Macri y muchas cosas aún quedan por verse.
               Sobre todo en materia de corrupción. Donde día a día aparecen nuevas evidencias del asalto al Estado que caracterizó la asociación ilícita que gobernó el país hasta diciembre del 2015.
               Lo último, es la falsificación de firmas de empresarios de la construcción en las licitaciones de Vialidad Nacional, allí donde “capeaba” la figura del testaferro presidencial de aquel entonces, Lázaro Báez. Un organismo del Estado dependiente del otrora ministro Julio de Vido y de su “ayudante” José “Revoleo de Bolsos” López.
La economía
               De su lado, la economía vuelve a dar señales contradictorias. De un lado, retoman vigor los llamados “brotes verdes” con algunos indicadores que hablan de una reactivación que dio comienzo en noviembre.
               Por el otro, cunden algunas señales de alerta como la decisión del Banco Central de suspender momentáneamente la política de reducción de las tasas interés en virtud de indicios de un posible recalentamiento de los precios.
               El gobierno sabe que el resultado electoral de octubre del 2017 está atado a la percepción de la ciudadanía en materia económica. Si la esperanza continúa, gana. Caso contrario, pierde.
               Habrá matices, claro. Como los candidatos, o como situaciones locales, pero la generalidad de una elección legislativa de medio tiempo es que, al gobierno nacional, se lo castiga o se lo premia.
               Para el premio, el gobierno alista varios éxitos, aunque algunos se diluyen en el tiempo, como el arreglo con los acreedores de la deuda impaga o como la salida del cepo cambiario.
               En su arsenal quedan el exitoso blanqueo; la cosecha record y la inversión en la obra pública. Posiblemente, una mejoría sustantiva en materia de créditos a particulares y empresas. Y claro, el espanto de la vereda de enfrente tras los doce años del kirchnerismo.
               En el debe, un consumo que no crece, finanzas públicas que solo cierran con endeudamiento externo y una inflación que lejos está aún de ser domada.
               En el medio, cierto sabor a indefinición en materia de ocupación. Nadie considera que su despido es inminente como intentaron hacer creer hace unos meses desde las distintas variantes del peronismo. Pero nadie tampoco arriesga en el consumo y quienes pueden intentan el ahorro.
               En marzo y, sobre todo, en abril, para bien o para mal, estas incertidumbres quedarán despejadas. 

               Comenzó el tiempo de descuento para todos. Para quienes deben salvar al gobierno y para quienes deben salvarse de la cárcel.

*Periodista y Militante Radical en CAMBIEMOS.

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