Solo restan dos días para las elecciones
presidenciales en los Estados Unidos y cuando ello ocurre, como de costumbre
cada cuatro años, el planeta parece detenerse, al menos en lo que a toma de
decisiones se refiere.
Por
supuesto, las batallas en Irak para recuperar la ciudad de Mosul en manos de
Estado Islámico no cesan. Ocurre lo propio en Siria con los combates dentro de
la destrozada ciudad patrimonio de la humanidad de Alepo. Y el terrorismo no se
detiene ni en Nigeria, ni en Libia, ni en Somalia. Y la guerra civil continúa
en Yemen.
Pero,
el mundo en paz si, cuando menos, ralentiza su actividad en pos de la decisión
de los ciudadanos de los Estados Unidos respecto de su gobierno.
Baste
con observar el “turismo político” que se origina alrededor de los comicios
estadounidenses. Empresas y “lobbys” por doquier organizan estadías, charlas,
encuentros, y alguna que otra mirada a la votación para ávidos políticos de
gran parte del mundo que en buena parte de los casos encuentran la manera
“justificada” de evadirse por unos cuantos días.
Ningún
problema, por supuesto, si lo hacen con dinero propio. No es lo mismo cuando se
hacen pagar los viajes por algún organismo del Estado. Y los hay.
Los
latinoamericanos, muchos de ellos grandes voceros de la “liberación”, nunca se
sabe muy bien de qué, viajan en tropel. No parece, luego, que recojan muchas
experiencias. Al menos, el sistema electoral argentino, hasta aquí, no lo
indica.
Pero
volvamos a la elección norteamericana. Nadie parece estar muy contento fuera de
las fronteras de los Estados Unidos con los aspirantes con pretensiones. Ni
Hillary Clinton, ni Donald Trump, colman las expectativas.
Si
las excentricidades de Trump lo llevan al espectáculo que prodiga, los errores
de Clinton impiden que la ex primera dama tome distancia.
Ambos
no parecen estar a la altura de las circunstancias ¿Es así?
Para
un observador extranjero y, latinoamericano, en particular, los pecados de
Clinton no parecen mortales, en cambio los de Trump no son, precisamente,
veniales.
En
Latinoamérica, la ideología o, por lo general, la pseudo ideología ocupa un
lugar central en la discusión política. Salvo en los países de la Alianza del
Pacífico, los que más avanzan, la derecha –como sinónimo del liberalismo
político y económico- parece mala palabra. O, al menos, políticamente
incorrecto.
Así,
en aras de un progresismo vociferado, a puro slogan y con grandilocuencia, el
populismo ocupa un lugar de preeminencia que lleva a verdaderos desastres y que
sirve de pantalla para el enriquecimiento ilícito de los revolucionarios de
escritorio.
Para
ellos, todo cuanto provenga de Estados Unidos es malo. Así sea la libertad, el
progreso, el desarrollo, la ciencia o el deporte. Ni que hablar del cine, la
historia o el despreciado capitalismo.
De
esta forma, se la prefiere a Clinton como un mal menor frente a un Trump que
encarna todos los males.
Curioso,
los populistas latinoamericanos se alejan del populista norteamericano. Lo
bueno por aquí, no es bueno por allá.
Y
en eso, se asimilan con los republicanos al sur del Río Grande, que optan
imaginariamente por Clinton para frenar al populismo de Trump.
Claro
que en este juego de absurdos, los republicanos de Latinoamérica rechazan al
candidato del Partido Republicano de los Estados, Donald Trump, por….
populista.
Por allá
La
visión no es la misma desde los Estados Unidos. Más allá de errores de campaña
y de opiniones controversiales, en el país del norte, son otras razones las que
se juzgan.
Nadie
imagina un populismo de Trump como un mecanismo para destruir el valor del
dólar, ni para iniciar un período de corrupción generalizada. Nadie imagina
tampoco que vaya a forjar una justicia “dependiente y a medida”.
En
todo caso, los tres elementos centrales debatibles en torno a Trump son la
inmigración, la situación de las mujeres y la política exterior.
No
caben dudas que Trump es un enemigo acérrimo de la inmigración, en particular
la de habla hispana, a la que asemeja a delincuentes, narcotraficantes y
pandilleros.
Seguramente no será un argumento
válido para quienes emplean “espaldas mojadas” como se denominan los
inmigrantes ilegales que vienen desde México pero, como toda generalización
populista, cala hondo entre aquellos que siempre ven a los “otros” como autores
del mal o de sus desgracias.
En cuanto a las mujeres, para
Trump, no se trata de una minusvalía como la que proclaman los islamistas, pero
sí en cambio un alejamiento de cuanto predique el feminismo militante como el
aborto.
Al respecto, Trump es un
conservador como gran parte de los norteamericanos, sobre todo en los Estados
Unidos profundos fuera de las grandes y cosmopolitas ciudades.
Por último, en política exterior,
Trump, pese a su escasa experiencia y su falta de conocimientos, depara una
certeza: no le temblará el pulso si debe ir a la guerra.
En la vereda de enfrente, Hillary
Clinton, intenta reconstruir la coalición que dio el triunfo a Barack Obama
hace ocho años.
Fue la coalición entre el votante
demócrata tradicional, con excepción de los demócratas del sur que dejaron el
partido tras las leyes de integración racial, junto con los negros, los
hispanos y los jóvenes.
¿Puede reconstruirla? No es tan
fácil. Ni aún frente a Trump, algo que debería facilitar la tarea. Primero,
porque Clinton, a diferencia de su marido, no enamora. Segundo, porque genera
desconfianza.
Que la señora Clinton no enamore
determina que la coalición de marras se debilita. En Estados Unidos hace falta
inscribirse para ejercer el derecho –no la obligación- de votar. Por tanto, un
candidato que enamora logra inscripciones más significativas en número que uno
que no lo hace.
Tanto negros, como hispanos, como
jóvenes no suelen votar masivamente. Se inscribieron para hacerlo por Obama, no
parece ocurrir lo mismo con Clinton.
En cuanto a la desconfianza, el
poco claro asunto de Clinton de usar sus correos privados para cuestiones
oficiales del Departamento de Estado levanta una ola de sospechas sobre ella.
¿Por qué lo hizo? No parece ser
por ignorancia. No en ella. La reciente reapertura de la investigación por
parte del FBI trajo a la memoria el episodio Lewinski protagonizado por su
marido.
En aquella ocasión, no fue la
infidelidad cuanto sancionaron los norteamericanos, fue la mentira. O mejor
dicho, la negativa a reconocer la verdad. Algo que en parte se asemeja al uso
de los correos privados, mientras Hillary Clinton no encuentre una excusa
creible.
Política exterior
Gane
Clinton o gane Trump, difícilmente las prioridades de la política exterior
norteamericana cambien.
El
Pacífico resultará la opción número uno. Lo fue desde hace mucho tiempo. Más
aún después de la Segunda Guerra Mundial. Y allí están Corea del Sur y Japón,
los aliados tradicionales. Frente a Corea del Norte, China y Rusia, los
adversarios desde hace varias décadas.
Pero,
además, allí, está el mercado en expansión más grande del mundo, con el
advenimiento de China y de Vietnam al capitalismo.
La
segunda prioridad es Europa, como resabio de la Guerra Fría que continúa en
función del sueño ruso de reconstrucción del imperio de los zares y del
comunismo posterior.
Conflictos
no faltan. Ucrania, Georgia, los tres países bálticos –Estonia, Letonia y
Lituania, más la desconfianza generalizada de todos los ex países del Este que
ingresaron a la OTAN, la Organización del Tratado del Atlántico Norte, la
alianza militar ofensiva-defensiva que encabeza Estados Unidos.
Muy
a su pesar, viene luego el mundo islámico, con los conflictos de Siria e Irak a
la cabeza. Con el casi insuperable litigio palestino-israelí. Con el terrorismo
de Estado Islámico. Con la controversia no saldada aunque en gran medida
solucionada con Irán. Y con el problema del petróleo de la Península Arábiga.
No
resulta del todo difícil imaginar una continuidad de la política prudente de
Obama frente al Medio Oriente, si gana Clinton, pero es casi imposible de
descifrar que hará Trump.
Con
él todas las opciones quedan abiertas. Hasta los extremos. O Estados Unidos
refugiados en sí mismos. O Estados Unidos, gendarme del mundo. Con todos los
pasos intermedios habidos y por haber entre la A y la Z.
Africa
subsahariana perderá importancia con la partida de Obama, parte de cuya familia
es originaria de Kenya. Probablemente menos con Clinton que con Trump. No debe
olvidarse que Clinton fue secretaria de Estado –ministro de Relaciones Exteriores-
de Obama.
Y
queda América Latina. Ninguno de los dos candidatos muestra predilección por el
sur de las Américas. A Clinton le interesan solo los votos de los inmigrantes
hispanos legales. A Trump solo le preocupa que no ingresen más ilegales a
Estados Unidos. Y no mucho más.
¿Qué
harán con Cuba? Con Trump, volver atrás. Con Clinton continuar el proceso de
vecindad iniciado por Obama.
La Argentina
Nada
especial. Para ambos candidatos, es mejor el actual gobierno que el anterior.
Pero a nadie quita el sueño.
Es
que las “locuras” latinoamericanas siempre terminan mal. De allí que salvo
durante la época de la Guerra Fría, la región carece de importancia
estratégica. Los problemas superan a las ventajas. Narcotráfico, inmigración,
populismo y corrupción es la visión que se observa.
Claro
que existen grados. No es lo mismo Venezuela, Nicaragua, Bolivia o Ecuador que
Colombia, Chile, Perú o México.
La
Argentina, como ocurre por otra parte fuera de los Estados Unidos, está en
proceso de observación. Nada en particular ocurrirá, fuera de loas poco
prácticas, hasta las elecciones del 2017. De ese resultado depende el retorno
real del país a la comunidad internacional.
Mientras
tanto, los préstamos externos aparecen con un grifo a medio abrir. Argentina no
tiene hoy, como en el pasado K, dificultades para colocar deuda. Pero, la tasa
de interés que se le cobra al país es aún alta para el standard internacional.
En
cuanto al comercio exterior, de a poco, la Argentina mejora sus perspectivas.
En materia de importaciones porque ya no tiene inconvenientes en surtirse de
insumos industriales. En materia de exportaciones, porque si bien el ingreso de
dólares mantiene planchada la cotización de la divisa norteamericana, la gran
cosecha fina en plena ejecución y la perspectiva de siembra de la gruesa,
auguran un saldo de balanza netamente positivo.
Queda
claro el problema del consumo interno que no acaba de despegar y el de la
ineficiencia y, sobre todo, ineficacia del aparato estatal.
Esa
ineficacia no solo redunda en una burocracia entorpecedora y en un Estado
hipertrofiado replete de agentes cuya productividad es casi nula, sino que
muestra un aparato de seguridad del Estado penetrado por el narcotráfico.
Desde
lo interno, implica una violencia delincuencial creciente y la formación de
bandas dedicadas al narcomenudeo en obvia complicidad con policías, servicios
penitenciarios y algunos jueces.
Desde
lo externo, son las rutas para la exportación al mundo desarrollado de cocaína
a través del ingreso de camiones procedentes de Bolivia y Paraguay y de
barcazas que bajan el río Paraná desde este último país.
La
droga es embarcada luego, particularmente en Rosario, y enviada al África, al
Golfo de Guinea, para luego atravesar el Sahara y desembocar en Europa, vía
Libia y los países balcánicos.
Este
recorrido implica actividad para todas las agencias internacionales de lucha
contra el narcotráfico en la Argentina. Y en particular, un monitoreo de las
actitudes, al respecto, del gobierno argentino.
Obviamente,
entre esas agencias está la DEA norteamericana cuya colaboración con la
Argentina quedó suspendida durante la etapa kirchnerista por obvias razones.
Ante
este panorama de infiltración del narcotráfico en algunas policías
provinciales, el gobierno reaccionó primero con una marcha atrás. Dispuso el
despliegue de la Gendarmería en la periferia de las grandes ciudades, en
particular, Buenos Aires, Rosario y Córdoba.
¿Y
las fronteras? El gobierno estudia emplear las Fuerzas Armadas.
* Periodista y Militante Radical en CAMBIEMOS.
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