MUNICIPIO DE MARCOS PAZ

domingo, 6 de noviembre de 2016

Trump o Clinton, Por Luis Domenianni*.

Solo restan dos días para las elecciones presidenciales en los Estados Unidos y cuando ello ocurre, como de costumbre cada cuatro años, el planeta parece detenerse, al menos en lo que a toma de decisiones se refiere.

                Por supuesto, las batallas en Irak para recuperar la ciudad de Mosul en manos de Estado Islámico no cesan. Ocurre lo propio en Siria con los combates dentro de la destrozada ciudad patrimonio de la humanidad de Alepo. Y el terrorismo no se detiene ni en Nigeria, ni en Libia, ni en Somalia. Y la guerra civil continúa en Yemen.
                Pero, el mundo en paz si, cuando menos, ralentiza su actividad en pos de la decisión de los ciudadanos de los Estados Unidos respecto de su gobierno.
                Baste con observar el “turismo político” que se origina alrededor de los comicios estadounidenses. Empresas y “lobbys” por doquier organizan estadías, charlas, encuentros, y alguna que otra mirada a la votación para ávidos políticos de gran parte del mundo que en buena parte de los casos encuentran la manera “justificada” de evadirse por unos cuantos días.
                Ningún problema, por supuesto, si lo hacen con dinero propio. No es lo mismo cuando se hacen pagar los viajes por algún organismo del Estado. Y los hay.
                Los latinoamericanos, muchos de ellos grandes voceros de la “liberación”, nunca se sabe muy bien de qué, viajan en tropel. No parece, luego, que recojan muchas experiencias. Al menos, el sistema electoral argentino, hasta aquí, no lo indica.
                Pero volvamos a la elección norteamericana. Nadie parece estar muy contento fuera de las fronteras de los Estados Unidos con los aspirantes con pretensiones. Ni Hillary Clinton, ni Donald Trump, colman las expectativas.
                Si las excentricidades de Trump lo llevan al espectáculo que prodiga, los errores de Clinton impiden que la ex primera dama tome distancia.
                Ambos no parecen estar a la altura de las circunstancias ¿Es así?
                Para un observador extranjero y, latinoamericano, en particular, los pecados de Clinton no parecen mortales, en cambio los de Trump no son, precisamente, veniales.
                En Latinoamérica, la ideología o, por lo general, la pseudo ideología ocupa un lugar central en la discusión política. Salvo en los países de la Alianza del Pacífico, los que más avanzan, la derecha –como sinónimo del liberalismo político y económico- parece mala palabra. O, al menos, políticamente incorrecto.
                Así, en aras de un progresismo vociferado, a puro slogan y con grandilocuencia, el populismo ocupa un lugar de preeminencia que lleva a verdaderos desastres y que sirve de pantalla para el enriquecimiento ilícito de los revolucionarios de escritorio.
                Para ellos, todo cuanto provenga de Estados Unidos es malo. Así sea la libertad, el progreso, el desarrollo, la ciencia o el deporte. Ni que hablar del cine, la historia o el despreciado capitalismo.
                De esta forma, se la prefiere a Clinton como un mal menor frente a un Trump que encarna todos los males.
                Curioso, los populistas latinoamericanos se alejan del populista norteamericano. Lo bueno por aquí, no es bueno por allá.
                Y en eso, se asimilan con los republicanos al sur del Río Grande, que optan imaginariamente por Clinton para frenar al populismo de Trump.
                Claro que en este juego de absurdos, los republicanos de Latinoamérica rechazan al candidato del Partido Republicano de los Estados, Donald Trump, por…. populista.
Por allá
                La visión no es la misma desde los Estados Unidos. Más allá de errores de campaña y de opiniones controversiales, en el país del norte, son otras razones las que se juzgan.
                Nadie imagina un populismo de Trump como un mecanismo para destruir el valor del dólar, ni para iniciar un período de corrupción generalizada. Nadie imagina tampoco que vaya a forjar una justicia “dependiente y a medida”.
                En todo caso, los tres elementos centrales debatibles en torno a Trump son la inmigración, la situación de las mujeres y la política exterior.
                No caben dudas que Trump es un enemigo acérrimo de la inmigración, en particular la de habla hispana, a la que asemeja a delincuentes, narcotraficantes y pandilleros.
Seguramente no será un argumento válido para quienes emplean “espaldas mojadas” como se denominan los inmigrantes ilegales que vienen desde México pero, como toda generalización populista, cala hondo entre aquellos que siempre ven a los “otros” como autores del mal o de sus desgracias.
En cuanto a las mujeres, para Trump, no se trata de una minusvalía como la que proclaman los islamistas, pero sí en cambio un alejamiento de cuanto predique el feminismo militante como el aborto.
Al respecto, Trump es un conservador como gran parte de los norteamericanos, sobre todo en los Estados Unidos profundos fuera de las grandes y cosmopolitas ciudades.
Por último, en política exterior, Trump, pese a su escasa experiencia y su falta de conocimientos, depara una certeza: no le temblará el pulso si debe ir a la guerra.
En la vereda de enfrente, Hillary Clinton, intenta reconstruir la coalición que dio el triunfo a Barack Obama hace ocho años.
Fue la coalición entre el votante demócrata tradicional, con excepción de los demócratas del sur que dejaron el partido tras las leyes de integración racial, junto con los negros, los hispanos y los jóvenes.
¿Puede reconstruirla? No es tan fácil. Ni aún frente a Trump, algo que debería facilitar la tarea. Primero, porque Clinton, a diferencia de su marido, no enamora. Segundo, porque genera desconfianza.
Que la señora Clinton no enamore determina que la coalición de marras se debilita. En Estados Unidos hace falta inscribirse para ejercer el derecho –no la obligación- de votar. Por tanto, un candidato que enamora logra inscripciones más significativas en número que uno que no lo hace.
Tanto negros, como hispanos, como jóvenes no suelen votar masivamente. Se inscribieron para hacerlo por Obama, no parece ocurrir lo mismo con Clinton.
En cuanto a la desconfianza, el poco claro asunto de Clinton de usar sus correos privados para cuestiones oficiales del Departamento de Estado levanta una ola de sospechas sobre ella.
¿Por qué lo hizo? No parece ser por ignorancia. No en ella. La reciente reapertura de la investigación por parte del FBI trajo a la memoria el episodio Lewinski protagonizado por su marido.
En aquella ocasión, no fue la infidelidad cuanto sancionaron los norteamericanos, fue la mentira. O mejor dicho, la negativa a reconocer la verdad. Algo que en parte se asemeja al uso de los correos privados, mientras Hillary Clinton no encuentre una excusa creible.
Política exterior
                Gane Clinton o gane Trump, difícilmente las prioridades de la política exterior norteamericana cambien.
                El Pacífico resultará la opción número uno. Lo fue desde hace mucho tiempo. Más aún después de la Segunda Guerra Mundial. Y allí están Corea del Sur y Japón, los aliados tradicionales. Frente a Corea del Norte, China y Rusia, los adversarios desde hace varias décadas.
                Pero, además, allí, está el mercado en expansión más grande del mundo, con el advenimiento de China y de Vietnam al capitalismo.
                La segunda prioridad es Europa, como resabio de la Guerra Fría que continúa en función del sueño ruso de reconstrucción del imperio de los zares y del comunismo posterior.
                Conflictos no faltan. Ucrania, Georgia, los tres países bálticos –Estonia, Letonia y Lituania, más la desconfianza generalizada de todos los ex países del Este que ingresaron a la OTAN, la Organización del Tratado del Atlántico Norte, la alianza militar ofensiva-defensiva que encabeza Estados Unidos.
                Muy a su pesar, viene luego el mundo islámico, con los conflictos de Siria e Irak a la cabeza. Con el casi insuperable litigio palestino-israelí. Con el terrorismo de Estado Islámico. Con la controversia no saldada aunque en gran medida solucionada con Irán. Y con el problema del petróleo de la Península Arábiga.
                No resulta del todo difícil imaginar una continuidad de la política prudente de Obama frente al Medio Oriente, si gana Clinton, pero es casi imposible de descifrar que hará Trump.
                Con él todas las opciones quedan abiertas. Hasta los extremos. O Estados Unidos refugiados en sí mismos. O Estados Unidos, gendarme del mundo. Con todos los pasos intermedios habidos y por haber entre la A y la Z.
                Africa subsahariana perderá importancia con la partida de Obama, parte de cuya familia es originaria de Kenya. Probablemente menos con Clinton que con Trump. No debe olvidarse que Clinton fue secretaria de Estado –ministro de Relaciones Exteriores- de Obama.
                Y queda América Latina. Ninguno de los dos candidatos muestra predilección por el sur de las Américas. A Clinton le interesan solo los votos de los inmigrantes hispanos legales. A Trump solo le preocupa que no ingresen más ilegales a Estados Unidos. Y no mucho más.
                ¿Qué harán con Cuba? Con Trump, volver atrás. Con Clinton continuar el proceso de vecindad iniciado por Obama.
La Argentina
                Nada especial. Para ambos candidatos, es mejor el actual gobierno que el anterior. Pero a nadie quita el sueño.
                Es que las “locuras” latinoamericanas siempre terminan mal. De allí que salvo durante la época de la Guerra Fría, la región carece de importancia estratégica. Los problemas superan a las ventajas. Narcotráfico, inmigración, populismo y corrupción es la visión que se observa.
                Claro que existen grados. No es lo mismo Venezuela, Nicaragua, Bolivia o Ecuador que Colombia, Chile, Perú o México.
                La Argentina, como ocurre por otra parte fuera de los Estados Unidos, está en proceso de observación. Nada en particular ocurrirá, fuera de loas poco prácticas, hasta las elecciones del 2017. De ese resultado depende el retorno real del país a la comunidad internacional.
                Mientras tanto, los préstamos externos aparecen con un grifo a medio abrir. Argentina no tiene hoy, como en el pasado K, dificultades para colocar deuda. Pero, la tasa de interés que se le cobra al país es aún alta para el standard internacional.
                En cuanto al comercio exterior, de a poco, la Argentina mejora sus perspectivas. En materia de importaciones porque ya no tiene inconvenientes en surtirse de insumos industriales. En materia de exportaciones, porque si bien el ingreso de dólares mantiene planchada la cotización de la divisa norteamericana, la gran cosecha fina en plena ejecución y la perspectiva de siembra de la gruesa, auguran un saldo de balanza netamente positivo.
                Queda claro el problema del consumo interno que no acaba de despegar y el de la ineficiencia y, sobre todo, ineficacia del aparato estatal.
                Esa ineficacia no solo redunda en una burocracia entorpecedora y en un Estado hipertrofiado replete de agentes cuya productividad es casi nula, sino que muestra un aparato de seguridad del Estado penetrado por el narcotráfico.
                Desde lo interno, implica una violencia delincuencial creciente y la formación de bandas dedicadas al narcomenudeo en obvia complicidad con policías, servicios penitenciarios y algunos jueces.
                Desde lo externo, son las rutas para la exportación al mundo desarrollado de cocaína a través del ingreso de camiones procedentes de Bolivia y Paraguay y de barcazas que bajan el río Paraná desde este último país.
                La droga es embarcada luego, particularmente en Rosario, y enviada al África, al Golfo de Guinea, para luego atravesar el Sahara y desembocar en Europa, vía Libia y los países balcánicos.
                Este recorrido implica actividad para todas las agencias internacionales de lucha contra el narcotráfico en la Argentina. Y en particular, un monitoreo de las actitudes, al respecto, del gobierno argentino.
                Obviamente, entre esas agencias está la DEA norteamericana cuya colaboración con la Argentina quedó suspendida durante la etapa kirchnerista por obvias razones.
                Ante este panorama de infiltración del narcotráfico en algunas policías provinciales, el gobierno reaccionó primero con una marcha atrás. Dispuso el despliegue de la Gendarmería en la periferia de las grandes ciudades, en particular, Buenos Aires, Rosario y Córdoba.
                ¿Y las fronteras? El gobierno estudia emplear las Fuerzas Armadas.

* Periodista y Militante Radical en CAMBIEMOS.



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