A juzgar por los gestos y las
decisiones que exhibe, el gobierno del presidente Mauricio Macri dejó de lado
su preocupación por la exhibición pública de un descontento social en diciembre
y la reemplazó por el pánico.
La
mezcla de malos resultados que exhibe en economía, la inacción frente a cortes
de calles, marchas y cualquier tipo de protesta que moleste a todos los que no
protestan, y las especulaciones políticas frente a la corrupción del gobierno
anterior, se ligan para generar preocupación no ya entre quienes se opusieron
de entrada al gobierno de cambiemos, sino entre quienes lo votaron y entre
quienes lo defienden.
El
gobierno prometió mucho. No prometió bien. Prometer, en términos políticos, no
significa un compromiso inmediato, sino una línea de acción de gobierno. Por
tanto, el juicio de valor que se verifique a posteriori poco y nada tiene que
ver con la intencionalidad, sino con los resultados obtenidos.
Pero
resulta que, a veces, los malos manejos, las inconsistencias y las idas y
vueltas ponen en duda ya no el resultado sino la intención. Fue cuanto le
ocurrió al gobierno de Cambiemos con el tema de las tarifas.
Hoy
en día, cuando todo el mundo se moviliza por la razón que sea, nadie lo hace
contra los aumentos de tarifas. Sencillamente, porque tanto en la Capital
Federal como en el Gran Buenos Aires, las regiones elegidas a dedo por el
populismo kirchnerista para “regalar el gas y la electricidad”, los incrementos
partieron desde una base tan baja que los “grandes aumentos” se transformaron
en un pago más de los tantos que enfrenta una familia.
Y,
sin embargo, se sigue hablando de “tarifazo”. Una clara y palpable demostración
de una derrota cultural del gobierno. Hablar de “tarifazo” implica una
acusación sobre las intenciones del gobierno. Sobre su insensibilidad. Sobre su
falta de preocupación por los demás.
Curioso,
pero no inexplicable. El gobierno que más gasta en materia social. El que cede
ante cada demanda que provenga de los sectores laborales y mucho más aún de los
mal llamados “movimientos sociales” que no son otra cosa que un gerenciamiento
–en algunos casos, honesto, y en muchos otros no- del reparto de dinero
público, es el que resulta señalado como “gobierno de ricos” o “gobierno de
gerentes”, CEOS como le dicen ahora.
Sin
duda debe el presidente Macri rever cuanto ocurre a sus costados. Debe oxigenar
un gobierno que ya no está a la altura de las circunstancias. Que solo cede
ante una hipotética movilización
“descontrolada” para las fiestas de fin de año
Como
dice un amigo mío: “que diciembre termine de una vez por todas, sino entre
impuestos e inflación me van a convertir en piquetero”.
La imagen
Si
el pseudo “tarifazo” fue un traspié en la imagen colectiva del gobierno, pese a
su predisposición para trabajar en redes sociales, su inacción frente a la
corrupción anterior debió haber sido una luz de alerta para quienes expresamos
nuestras opiniones a través de los medios de comunicación.
Más
aún para quienes forman parte de la coalición de gobierno. El reproche, claro,
no incluye a la diputada Elisa Carrió, siempre preocupada por la afirmación de
una justicia republicana.
Lo
cierto es que el gobierno se escudó detrás de una independencia a rajatabla del
Poder Judicial para no modificar, casi en nada, la existencia de Tribunales
colonizado en gran medida por el kirchnerismo.
Así,
la declamada “independencia judicial” amparó a Justicia Legítima, el vergonzoso
brazo K de la justicia. Un aparato urdido y creado para garantizar impunidad a
los culpables de la mayor corrupción que registra la historia argentina.
Pruebas
al canto: con excepción del ex juez Norberto Oyarbide –que camina suelto por
las calles adyacentes a su costosísimo domicilio- y recién ahora de la
procuradora bonaerense María del Carmen Balbo, ambos jubilados, todos los
jueces y funcionarios judiciales del kirchnerismo permanecen en sus cargos, sin
hostigamiento alguno, salvo el periodismo, cumpliendo su rol de garantes de la
impunidad.
Sí
es cierto, no es fácil destituirlos. El gobierno no cuenta con mayorías en las
cámaras legislativas.
Pero,
el problema no está ahí. Sino en la pretensión de alcanzar un triunfo electoral
en octubre próximo a través de una división del peronismo.
Tal
vez lo alcance. Tal vez, tenga éxito. De cualquier forma tendió un manto de duda
sobre sus intenciones. Los K están sueltos y levantan la cabeza.
De
a poco, hasta Milagro Sala logra instalar que es una perseguida política,
social y hasta racial, en lugar de una delincuente amparada en la impunidad del
Poder K.
Quizás
el comentario parezca extemporáneo en momentos en que el juez Bonadío avanza en
la causa por el “dólar futuro” frente a la propia Cristina Kirchner. No lo es.
Está comprobado que la actuación de Bonadío es individual, propia de un juez,
en este caso sí independiente, que busca la verdad para hacer justicia.
Tironeos
La
especulación macrista sobre la división peronista y su derivación en el
mantenimiento del aparato judicial K que evite o dilate los inevitables
sometimientos a juicios orales de los principales responsables de la corrupción
kirchnerista, quizás pudo auto justificarse si los buenos resultados hubiesen
acompañado la gestión Macri.
Pero
no fue y no es así. Ni las inversiones llegaron. Ni la inflación desapareció y
nada indica que va a mermar cuanto debiera. Ni el segundo semestre mostró
mejorías. Ni la producción, salvo la agropecuaria, creció. Ni la presión
impositiva disminuyó. Ni el gasto público se achicó. Ni el déficit fiscal fue
reducido. Por el contrario, fue ampliado.
Y
como siempre, cuando los resultados no son buenos, las pujas sectoriales de
todo tipo se imponen.
Incapaz
por especulación política de atacar al kirchnerismo, el gobierno quedó con las
manos atadas. Debió mostrar éxitos y no pudo hacerlo.
Entonces
todos sacaron la cabeza. Algunos con razones valederas. Otros, para nada. Casi
todos con las contradicciones propias de un país que está convencido que los
males vienen de afuera y que nosotros no tenemos ningún tipo de culpa.
Así
los maestros retornaron a los paros que “pretenden la reivindicación justa de
un justo salario”, eso sí sin someterse a evaluaciones y, de ninguna manera,
con cambios en el Estatuto del Docente que es la obra maestra de la
irresponsabilidad laboral.
Así
los empleados del Estado, en casi todas sus variantes, salieron a la calle a
reclamar contra los despidos, que fueron casi nada, frente al más de un millón
de nuevos “empleados públicos” que dejó el kirchnerismo.
Así,
los “movimientos sociales” además de su trabajo de cortar calles, salieron a
reclamar ser asimilados a los empleados públicos bajo el eufemismo de la
creación de un millón de nuevos puestos estatales. Es decir salarios sin
obligaciones, gastos sin producción.
Así
los empresarios industriales salen a reclamar reactivación pese a su escasa y
nula predisposición a la inversión y a la innovación.
Así
la oposición levanta cabeza. Con un peronismo no K que busca su lugar, con un
massismo que oscila entre caros apoyos y reclamos con algún sentido de
oportunidad y con un kirchnerismo que busca agudizar las carencias gubernativas
para prolongar su impunidad.
El
gobierno cae, necesariamente, en la defensiva. El episodio de la reforma
electoral así lo demuestra.
De
nada sirven las buenas letras con la mayoría de los gobernadores justicialistas
cuando se trata de poner en juego sus propias vigencias.
Más
allá de los detalles, con voto electrónico o con boleta única papel, las mañas
de punteros políticos se terminan o, cuando menos, quedan reducidas a las meras
intenciones. Ergo: algunos gobernadores peronistas, con transparencia,
arriesgarían sus cargos.
La
derrota que el gobierno experimentó sobre la materia pone en evidencia esa
debilidad a la que hacíamos referencia. Ahora “se le atreven”.
La
pregunta del millón consiste en definir si el gobierno puede hacer otra cosa.
Obviamente
su condición de minoritario en ambas cámaras legislativas dificulta seriamente
su tarea. Nadie puede dejar de reconocerlo. Y lo obliga a la negociación
permanente.
Como
toda negociación, cambia de cariz cuando uno de los interlocutores –el gobierno
en este caso- se fortalece o se debilita.
Y
esa debilidad del gobierno refleja, entre otras cosas, una cuestión
cronológica: diciembre. Es algo así, como pasemos diciembre y después veremos
Recesión
Sin
dudas la actual debilidad gubernamental radica en su incapacidad momentánea
para superar la recesión en la economía argentina.
Casi
en todos los renglones, las ventas no paran de caer. El consumo se restringe. Y
la inflación no desaparece.
El
gobierno toma conciencia parcialmente. Lo invade el voluntarismo. Reemplaza
aquel fallido resurgimiento durante el segundo semestre del 2016 a punto de
finalizar y lo traslada, con más modestia, al primer trimestre del año próximo…
o al segundo.
Con
todo, los problemas que el gobierno debe resolver son dos. Por un lado, las
señales contradictorias que emite como, por ejemplo, cuando hace crecer el
déficit fiscal para atender demandas sectoriales, en buena medida, maquilladas
como sociales.
Por
el otro, la reticencia de los inversores, nacionales o extranjeros, a invertir
en una Argentina cuyo destino resulta incierto, al menos hasta después de la
elección del año próximo.
El
correlato político tradicional frente a la incertidumbre suele ser la
oxigenación. Es lo que propone el sector del PRO que encabeza Emilio Monzó.
Reclama
un cambio de gabinete. Una salida de ministros, algunos de ellos cuestionados
por demasiada exposición y otros por pasar completamente desapercibidos.
¿Es
Monzó solo? No. En buena medida se suman algunos radicales “influyentes” como
Ernesto Sanz. También reclama cambios la diputada Elisa Carrió, aunque lo suyo
está focalizado en otras cuestiones.
Y
lo hacen los representantes empresarios, la mayoría de los cuales juzgan como
inviable el reparto de poder entre varios ministros vinculados al área
económica.
En
particular cuando se refieren al doble comando que, para ellos, representan la
conducción del Palacio de Hacienda a cargo de Alfonso Prat-Gay y la del Banco
Central, en manos de Federico Sturzenegger.
¿Qué
hará Macri? Probablemente nada. No le gusta actuar bajo presión. Mucho menos
modificar su esquema de equilibrios.
Con
todo, en los últimos días ofreció señales “realistas”. Decidió apostar al
consumo a través de una reducción de la tasa de interés en los redescuentos del
Banco Central. En otras palabras, convenció a Sturzenegger que aflojara su
política restrictiva del circulante con la esperanza que se redirija al
consumo.
Pero,
el dato se contrapone con el resultado de la última encuesta conocida, punto a
favor inexplotado por el gobierno: el nuevo Indec que reconoció la realidad de
un tercio de la población que subsiste bajo la línea de pobreza, acaba de
informar que la desocupación disminuyó.
Si durante el segundo trimestre del año en curso
la desocupación alcanzaba al 9,3 por ciento de la población activa, tras el
tercer trimestre las personas sin trabajo no superaban el 8,5 por ciento.
No
necesariamente implica una reactivación. Bien puede ser solo estacional. Pero
el dato merecía una difusión mayor y, sobre todo, debió ser empleado contra el
discurso “insensible” que algunos, en particular, los K atribuyen al gobierno.
Fidel Castro
Sin
dudas, una figura enorme de la política internacional del siglo XX. También un
dictador que no permitió el disenso y que encarceló a quienes reclamaban
libertad y democracia.
Para
algunos, la “revolución” todo lo justifica. Para otros –entre los que este
columnista se inscribe- no.
Con
Fidel Castro, el pueblo cubano logró mayor nivel de educación generalizada. Y
mejor salud. Accedió al deporte. Pero cedió libertad. Obtuvo igualdad, pero una
igualdad en la pobreza, no en la abundancia.
A
ciencia cierta, la Revolución Cubana de los Castro no se prolongará en el
tiempo. Tal vez se adapte a la modernidad. O quizás sufra un colapso como el
del comunismo soviético.
De
cualquier forma, es el pasado. Casi la nostalgia de una utopía que no se
convirtió en realidad.
* Periodista y Militante Radical en CAMBIEMOS.
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