MUNICIPIO DE MARCOS PAZ

domingo, 27 de noviembre de 2016

El Condicionamiento de Diciembre. Por Luis Domenianni*

A juzgar por los gestos y las decisiones que exhibe, el gobierno del presidente Mauricio Macri dejó de lado su preocupación por la exhibición pública de un descontento social en diciembre y la reemplazó por el pánico.


                La mezcla de malos resultados que exhibe en economía, la inacción frente a cortes de calles, marchas y cualquier tipo de protesta que moleste a todos los que no protestan, y las especulaciones políticas frente a la corrupción del gobierno anterior, se ligan para generar preocupación no ya entre quienes se opusieron de entrada al gobierno de cambiemos, sino entre quienes lo votaron y entre quienes lo defienden.
                El gobierno prometió mucho. No prometió bien. Prometer, en términos políticos, no significa un compromiso inmediato, sino una línea de acción de gobierno. Por tanto, el juicio de valor que se verifique a posteriori poco y nada tiene que ver con la intencionalidad, sino con los resultados obtenidos.
                Pero resulta que, a veces, los malos manejos, las inconsistencias y las idas y vueltas ponen en duda ya no el resultado sino la intención. Fue cuanto le ocurrió al gobierno de Cambiemos con el tema de las tarifas.
                Hoy en día, cuando todo el mundo se moviliza por la razón que sea, nadie lo hace contra los aumentos de tarifas. Sencillamente, porque tanto en la Capital Federal como en el Gran Buenos Aires, las regiones elegidas a dedo por el populismo kirchnerista para “regalar el gas y la electricidad”, los incrementos partieron desde una base tan baja que los “grandes aumentos” se transformaron en un pago más de los tantos que enfrenta una familia.
                Y, sin embargo, se sigue hablando de “tarifazo”. Una clara y palpable demostración de una derrota cultural del gobierno. Hablar de “tarifazo” implica una acusación sobre las intenciones del gobierno. Sobre su insensibilidad. Sobre su falta de preocupación por los demás.
                Curioso, pero no inexplicable. El gobierno que más gasta en materia social. El que cede ante cada demanda que provenga de los sectores laborales y mucho más aún de los mal llamados “movimientos sociales” que no son otra cosa que un gerenciamiento –en algunos casos, honesto, y en muchos otros no- del reparto de dinero público, es el que resulta señalado como “gobierno de ricos” o “gobierno de gerentes”, CEOS como le dicen ahora.
                Sin duda debe el presidente Macri rever cuanto ocurre a sus costados. Debe oxigenar un gobierno que ya no está a la altura de las circunstancias. Que solo cede ante una hipotética  movilización “descontrolada” para las fiestas de fin de año
                Como dice un amigo mío: “que diciembre termine de una vez por todas, sino entre impuestos e inflación me van a convertir en piquetero”.
La imagen
                Si el pseudo “tarifazo” fue un traspié en la imagen colectiva del gobierno, pese a su predisposición para trabajar en redes sociales, su inacción frente a la corrupción anterior debió haber sido una luz de alerta para quienes expresamos nuestras opiniones a través de los medios de comunicación.
                Más aún para quienes forman parte de la coalición de gobierno. El reproche, claro, no incluye a la diputada Elisa Carrió, siempre preocupada por la afirmación de una justicia republicana.
                Lo cierto es que el gobierno se escudó detrás de una independencia a rajatabla del Poder Judicial para no modificar, casi en nada, la existencia de Tribunales colonizado en gran medida por el kirchnerismo.
                Así, la declamada “independencia judicial” amparó a Justicia Legítima, el vergonzoso brazo K de la justicia. Un aparato urdido y creado para garantizar impunidad a los culpables de la mayor corrupción que registra la historia argentina.
                Pruebas al canto: con excepción del ex juez Norberto Oyarbide –que camina suelto por las calles adyacentes a su costosísimo domicilio- y recién ahora de la procuradora bonaerense María del Carmen Balbo, ambos jubilados, todos los jueces y funcionarios judiciales del kirchnerismo permanecen en sus cargos, sin hostigamiento alguno, salvo el periodismo, cumpliendo su rol de garantes de la impunidad.
                Sí es cierto, no es fácil destituirlos. El gobierno no cuenta con mayorías en las cámaras legislativas.
                Pero, el problema no está ahí. Sino en la pretensión de alcanzar un triunfo electoral en octubre próximo a través de una división del peronismo.
                Tal vez lo alcance. Tal vez, tenga éxito. De cualquier forma tendió un manto de duda sobre sus intenciones. Los K están sueltos y levantan la cabeza.
                De a poco, hasta Milagro Sala logra instalar que es una perseguida política, social y hasta racial, en lugar de una delincuente amparada en la impunidad del Poder K.
                Quizás el comentario parezca extemporáneo en momentos en que el juez Bonadío avanza en la causa por el “dólar futuro” frente a la propia Cristina Kirchner. No lo es. Está comprobado que la actuación de Bonadío es individual, propia de un juez, en este caso sí independiente, que busca la verdad para hacer justicia.
Tironeos
                La especulación macrista sobre la división peronista y su derivación en el mantenimiento del aparato judicial K que evite o dilate los inevitables sometimientos a juicios orales de los principales responsables de la corrupción kirchnerista, quizás pudo auto justificarse si los buenos resultados hubiesen acompañado la gestión Macri.
                Pero no fue y no es así. Ni las inversiones llegaron. Ni la inflación desapareció y nada indica que va a mermar cuanto debiera. Ni el segundo semestre mostró mejorías. Ni la producción, salvo la agropecuaria, creció. Ni la presión impositiva disminuyó. Ni el gasto público se achicó. Ni el déficit fiscal fue reducido. Por el contrario, fue ampliado.
                Y como siempre, cuando los resultados no son buenos, las pujas sectoriales de todo tipo se imponen.
                Incapaz por especulación política de atacar al kirchnerismo, el gobierno quedó con las manos atadas. Debió mostrar éxitos y no pudo hacerlo.
                Entonces todos sacaron la cabeza. Algunos con razones valederas. Otros, para nada. Casi todos con las contradicciones propias de un país que está convencido que los males vienen de afuera y que nosotros no tenemos ningún tipo de culpa.
                Así los maestros retornaron a los paros que “pretenden la reivindicación justa de un justo salario”, eso sí sin someterse a evaluaciones y, de ninguna manera, con cambios en el Estatuto del Docente que es la obra maestra de la irresponsabilidad laboral.
                Así los empleados del Estado, en casi todas sus variantes, salieron a la calle a reclamar contra los despidos, que fueron casi nada, frente al más de un millón de nuevos “empleados públicos” que dejó el kirchnerismo.
                Así, los “movimientos sociales” además de su trabajo de cortar calles, salieron a reclamar ser asimilados a los empleados públicos bajo el eufemismo de la creación de un millón de nuevos puestos estatales. Es decir salarios sin obligaciones, gastos sin producción.
                Así los empresarios industriales salen a reclamar reactivación pese a su escasa y nula predisposición a la inversión y a la innovación.
                Así la oposición levanta cabeza. Con un peronismo no K que busca su lugar, con un massismo que oscila entre caros apoyos y reclamos con algún sentido de oportunidad y con un kirchnerismo que busca agudizar las carencias gubernativas para prolongar su impunidad.
                El gobierno cae, necesariamente, en la defensiva. El episodio de la reforma electoral así lo demuestra.
                De nada sirven las buenas letras con la mayoría de los gobernadores justicialistas cuando se trata de poner en juego sus propias vigencias.
                Más allá de los detalles, con voto electrónico o con boleta única papel, las mañas de punteros políticos se terminan o, cuando menos, quedan reducidas a las meras intenciones. Ergo: algunos gobernadores peronistas, con transparencia, arriesgarían sus cargos.
                La derrota que el gobierno experimentó sobre la materia pone en evidencia esa debilidad a la que hacíamos referencia. Ahora “se le atreven”.
                La pregunta del millón consiste en definir si el gobierno puede hacer otra cosa.
                Obviamente su condición de minoritario en ambas cámaras legislativas dificulta seriamente su tarea. Nadie puede dejar de reconocerlo. Y lo obliga a la negociación permanente.
                Como toda negociación, cambia de cariz cuando uno de los interlocutores –el gobierno en este caso- se fortalece o se debilita.
                Y esa debilidad del gobierno refleja, entre otras cosas, una cuestión cronológica: diciembre. Es algo así, como pasemos diciembre y después veremos
Recesión
                Sin dudas la actual debilidad gubernamental radica en su incapacidad momentánea para superar la recesión en la economía argentina.
                Casi en todos los renglones, las ventas no paran de caer. El consumo se restringe. Y la inflación no desaparece.
                El gobierno toma conciencia parcialmente. Lo invade el voluntarismo. Reemplaza aquel fallido resurgimiento durante el segundo semestre del 2016 a punto de finalizar y lo traslada, con más modestia, al primer trimestre del año próximo… o al segundo.
                Con todo, los problemas que el gobierno debe resolver son dos. Por un lado, las señales contradictorias que emite como, por ejemplo, cuando hace crecer el déficit fiscal para atender demandas sectoriales, en buena medida, maquilladas como sociales.
                Por el otro, la reticencia de los inversores, nacionales o extranjeros, a invertir en una Argentina cuyo destino resulta incierto, al menos hasta después de la elección del año próximo.
                El correlato político tradicional frente a la incertidumbre suele ser la oxigenación. Es lo que propone el sector del PRO que encabeza Emilio Monzó.
                Reclama un cambio de gabinete. Una salida de ministros, algunos de ellos cuestionados por demasiada exposición y otros por pasar completamente desapercibidos.
                ¿Es Monzó solo? No. En buena medida se suman algunos radicales “influyentes” como Ernesto Sanz. También reclama cambios la diputada Elisa Carrió, aunque lo suyo está focalizado en otras cuestiones.
                Y lo hacen los representantes empresarios, la mayoría de los cuales juzgan como inviable el reparto de poder entre varios ministros vinculados al área económica.
                En particular cuando se refieren al doble comando que, para ellos, representan la conducción del Palacio de Hacienda a cargo de Alfonso Prat-Gay y la del Banco Central, en manos de Federico Sturzenegger.
                ¿Qué hará Macri? Probablemente nada. No le gusta actuar bajo presión. Mucho menos modificar su esquema de equilibrios.
                Con todo, en los últimos días ofreció señales “realistas”. Decidió apostar al consumo a través de una reducción de la tasa de interés en los redescuentos del Banco Central. En otras palabras, convenció a Sturzenegger que aflojara su política restrictiva del circulante con la esperanza que se redirija al consumo.
                Pero, el dato se contrapone con el resultado de la última encuesta conocida, punto a favor inexplotado por el gobierno: el nuevo Indec que reconoció la realidad de un tercio de la población que subsiste bajo la línea de pobreza, acaba de informar que la desocupación disminuyó.
                Si  durante el segundo trimestre del año en curso la desocupación alcanzaba al 9,3 por ciento de la población activa, tras el tercer trimestre las personas sin trabajo no superaban el 8,5 por ciento.
                No necesariamente implica una reactivación. Bien puede ser solo estacional. Pero el dato merecía una difusión mayor y, sobre todo, debió ser empleado contra el discurso “insensible” que algunos, en particular, los K atribuyen al gobierno.
Fidel Castro
                Sin dudas, una figura enorme de la política internacional del siglo XX. También un dictador que no permitió el disenso y que encarceló a quienes reclamaban libertad y democracia.
                Para algunos, la “revolución” todo lo justifica. Para otros –entre los que este columnista se inscribe- no.
                Con Fidel Castro, el pueblo cubano logró mayor nivel de educación generalizada. Y mejor salud. Accedió al deporte. Pero cedió libertad. Obtuvo igualdad, pero una igualdad en la pobreza, no en la abundancia.
                A ciencia cierta, la Revolución Cubana de los Castro no se prolongará en el tiempo. Tal vez se adapte a la modernidad. O quizás sufra un colapso como el del comunismo soviético.

                De cualquier forma, es el pasado. Casi la nostalgia de una utopía que no se convirtió en realidad.

* Periodista y Militante Radical en CAMBIEMOS.

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