El gobierno ensaya. Trabaja a prueba y error.
Cambia el rumbo a medida que se acerca el tiempo electoral con el que, a su
vez, muta de objetivo, mientras por un lado, niega su trascendencia y, por el
otro, se obsesiona con su cercanía.
Y sí. Así es muy difícil. Desde lo político,
por supuesto. Pero sobre todo desde las perspectivas económico-sociales en un
año electoral a punto de comenzar.
El comienzo del gobierno de Cambiemos fue una
apuesta a la inversión. A la posible “lluvia” de dólares que se verificaría por
el mero cambio en la conducción del Estado.
No se verificó. Inversiones vinieron pero no de
la magnitud esperada y el famoso “segundo semestre” convertido en el slogan de
la reactivación quedó deshilachado con el paso del tiempo. Ahora, con manía cronológica,
el gobierno habla del primer trimestre del año por comenzar.
Y ahora, junto con la insuficiencia de los
dólares “invertidos”, el área económica del gobierno lanza su mirada sobre el
consumo, como reemplazo de la inversión.
Inversión o consumo. Tarifazo o retoques.
Reducción del déficit fiscal o endeudamiento externo. Conforman un muestreo de
marchas y contra marchas de un gobierno de coalición cuyo socio principal
presenta una limitada historia política pero cuya principal preocupación pasó a
ser ganar las elecciones de medio año.
Si para ello hace falta limitar la adecuación
de las tarifas, no reducir el Estado e incentivar el consumo, aun a riesgo de
inflación, se hará. Es, como siempre, lo inmediato que posterga la
transformación de un país que insiste con las recetas de un “estado de
bienestar” que dejó de existir hace ya cuatro décadas a nivel mundial.
¿Ganará, pues, Cambiemos, las elecciones de
octubre próximo? Es la gran incógnita. Es la historia del huevo y la gallina.
Es la apuesta central de un gobierno que imagina –tal vez con razón- que en ese
resultado electoral, la va la vida. Será el eventual triunfo, el gran
justificativo de todo lo previo. O lo contrario. A posteriori, claro.
Con todo, algo queda en claro. El pragmatismo
del gobierno lo coloca en situación de competencia de igual a igual con el ya
legendario pragmatismo de la oposición, centrada en el peronismo o si se
prefiere, en las actuales variantes del peronismo.
La lucha será sin cuartel. Probablemente, sin
desbordes, salvo los que pueda protagonizar alguna marginalidad política. Pero
con utilización de todas las herramientas posibles. Como corresponde al choque
de pragmatismos.
Las muestras (uno)
La semana que acaba de concluir fue pródiga en
anticipos de cuanto veremos a lo largo del 2017.
La oposición peronista votó una ley en el
Senado de la Nación que estipula la obligación por parte del Estado de la
creación de un millón de puestos de trabajo. En rigor se trata de contabilizar
como empleados públicos a quienes ya perciben ingresos por la vía de los planes
sociales.
Pura “cháchara” diría algunas décadas atrás
aquel recordado senador justicialista por Catamarca, Vicente Leónidas Saadi,
cuando enfrentó al entonces canciller, Dante Caputo, en el histórico debate por
el laudo papal sobre el Canal de Beagle.
Sí, pura cháchara, pero que sirve para dejar en
evidencia la intencionalidad política de los actores y no para otra cosa.
Veamos: el gobierno mostró como un gran logro
la recuperación de la credibilidad en las estadísticas del Estado. Tal vez
debió mostrar mayor prudencia, pero para ganar esa credibilidad de un plumazo,
dijo lo que parece ser la “gran verdad” que el kirchnerismo ocultó durante su
etapa de falsificador serial de estadísticas.
Sinceró que en la Argentina, un tercio de la
población subsiste por debajo de la imaginaria línea de la pobreza. Sinceró
cuanto el kirchnerismo populista ocultó durante años.
El sinceramiento dejó un doble efecto. Por un
lado, la certidumbre sobre la mentira K. Pero, por el otro, el justificativo
para el reclamo social. No ya de quienes padecen una situación de pobreza, sino
de quienes encuentran una bandera para enfrentar al gobierno.
Desde el arco opositor legislativo, del tema se
ocuparon los justicialistas Juan Manuel Abal Medina y Teresita Luna y el
“margarito” Jaime Linares. Una rara mezcla por cierto, pero para nada imposible
en tiempos de pragmatismo.
El resultado fue el engendro de la “creación de
un millón de empleos” por ley –casi como por arte de magia-, con la
irresponsabilidad de intentar cargar los 50 mil millones de pesos de su costo
anual a un déficit fiscal que ya supera el 7 por ciento del Producto Bruto
Interno. Es decir, una certificación de una inflación anual para el año próximo
superior al cuarenta por ciento.
Por supuesto, que el trío Abal Medina, Luna,
Linares, sabe de memoria que su absurdo proyecto no pasará (en diputados no fue
tratado en Comisión y ya no queda tiempo para votarlo en sesiones ordinarias).
Pero ese, no es el problema. La cuestión es tensar la soga con el gobierno
frente a la elección próxima.
Desde ya que ninguno del trío habrá avanzado
gran cosa en el posicionamiento político, salvo que alguno de ellos responda al
proyecto político del gremialismo de convertirse nuevamente en “columna
vertebral” del peronismo, hasta arrastrarlo a una futura candidatura
presidencial de origen gremial. Por ejemplo: Hugo Moyano.
Hugo Moyano nunca dejó de mirarse en el espejo
de Luiz Inacio da Silva, Lula, aquel obrero metalúrgico que alcanzó la
presidencia de Brasil. Por supuesto que Moyano, no se refleja en el Lula
actual, cuestionado y procesado por corrupción. Sino en aquel que ocupó la
máxima magistratura.
Conviene recordar aquí que Moyano creó en su
momento un partido político y que su amigo, el Momo Venegas, con su partido FE,
forma parte de Cambiemos.
Pero, sobre todo, conviene interpretar
correctamente este acercamiento que se afianza entre CGT y los llamados
movimientos sociales. Obviamente, intereses de obreros formales y de
piqueteros, no son los mismos y hasta suelen ser contrapuestos.
Los unos, en su gran mayoría, requieren una
economía estable y en crecimiento. Para que alcance el salario y para que no se
pierdan puestos de trabajo. Los otros, en cambio, solo pueden vivir del gasto
público que representa, tras el terremoto kirchnerista, más inflación y menos
inversión.
Sin embargo, se unen y marchan juntos a favor
de una ley inaplicable. Juego político que le dicen.
Pero, además, Moyano sabe desde hace rato –poco
tiempo después de la 125- que para ganar una elección hace falta una alianza
social. Por tanto, es la CGT y no la pseudo combativa CTA quién encabeza, pero
sobre todo quién ordena la protesta.
En otras palabras, sumar piqueteros pero no
espantar a la clase media. En esa línea, además se trata entonces de
reivindicar peronismo –gremial, claro- junto con abjurar del kirchnerismo.
Es la obvia lectura de las palabras del
moyanista Juan Carlos Schmid que aludió al macrismo cuando dijo “el pueblo
trabajador no anda fugando capitales” pero que dejó en claro su separación del
kirchnerismo cuando agregó “ni anda revoleando bolsos por los muros”.
No son comportamientos, ni palabras gremiales.
Son comportamientos y palabras políticas.
¿Y el peronismo político? Afuera. Presagio de
una interna dura en la integración de las listas justicialistas. La eventual de
Sergio Massa y la eventual de Florencio Randazzo, si es que concurren
separados. Con un kirchnerismo residual que va por otro camino.
Hugo Moyano, o tal vez, Juan Carlos Schmid,
actores a tener en cuenta.
Las muestras (dos)
Junto al pragmatismo gremial-peronista se alza
el pragmatismo oficialista. Ya perfiló cuando se trató de dar marcha atrás con
el tarifazo. Ahora se trata de abandonar –o al menos postergar- la consigna de
la inversión como motor de la economía y reemplazarla por el consumo.
¿Está mal? No se trata de eso. Ni de bien, ni de mal. Se
trata de las consecuencias. Económicas, sociales y políticas.
Ortodoxia o no, el círculo virtuoso de la economía es
inversión, producción, empleo y, por ende, consumo. No lo contrario. Anteponer
el consumo es, para la sociedad, atarse a la burbuja de la prosperidad
inmediata y temporal. Luego, las imprevisibles consecuencias.
Consecuencias que afectan en lo social –pobreza- y en lo
político –derrota electoral-. Fue exactamente cuánto le ocurrió al
kirchnerismo.
¿Es entonces Cambiemos lo mismo que los K? No. Existen
diferencias abismales. Pero coexisten con similitudes llamativas.
Sin dudas, la primera diferencia es la corrupción. El
kirchnerismo fue una asociación ilícita que se apropió del Estado de manera
legal, para enriquecerse sin límite de
manera delincuencial. No pasa, ni remotamente, lo mismo con el actual gobierno.
La segunda diferencia radica, obviamente, en la
intolerancia, reflejada en un pensamiento único y en un relato basado en la
mentira histórica. No es el caso actual.
La tercera diferencia queda en evidencia en la
colonización del Estado, en particular del Poder Judicial para garantizar
impunidad, que no se verifica actualmente.
El de Cambiemos es un gobierno republicano, el de los K
fue un gobierno autoritario.
Sí, las diferencias son abismales pero conviven con
similitudes llamativas aunque las condiciones no resulten las mismas.
El kirchnerismo fue favorecido por un “viento de cola” sin
precedentes con el precio internacional de la soja que posibilitó un
despilfarro creciente a base de subsidios, en muchos casos injustificados,
prolongados indefinidamente.
Cambiemos, por el contrario, no goza siquiera de una brisa
internacional, menos aún con el reciente triunfo de Donald Trump en la elección
presidencial de los Estados Unidos.
Pero Cambiemos “disfruta” del desprestigio internacional
de los K y se muestra como previsible ante el mundo.
A los K, solo el colega Hugo Chávez les prestó dineros y
al 16 por ciento anual. A Cambiemos, le prestan sin problemas al 5 por ciento o
menos.
La desconfianza que generaban los K redundó en una
reducción de la importancia de la deuda externa de la Argentina. Como
contrapartida, al no contar con crédito internacional, para mantener su esquema
de consumo, los K se dedicaron a la emisión monetaria. Ergo, a la inflación.
El giro hacia el consumo de Cambiemos es idéntico en
cuanto a su objetivo político: ganar elecciones, pero sus componentes son
distintos.
Cambiemos goza de confianza externa, no para atraer
masivas inversiones genuinas, pero sí para recibir préstamos. Y entonces en
lugar de emisión monetaria, el gobierno financia el actual déficit
presupuestario con endeudamiento externo.
Claro que el endeudamiento externo tiene límites. Lejanos
aún, pero límites al fin. Sino preguntar por Menem, De la Rúa y Cavallo que
mantuvieron una ficticia economía, con un ficticio tipo de cambio –uno a uno-,
gracias al endeudamiento. Fue tal dicho endeudamiento que en un momento dado,
el crédito se cortó y el país debió declarar el default del que recién se pudo salir con el gobierno
de Cambiemos.
Por el momento, el gobierno tiene margen para seguir
endeudando al país sin que suenen las alertas rojas. Claro que recurrir al
crédito externo para financiar déficit es peligroso y no recomendable.
Hoy por hoy, el gobierno se endeuda para sostener déficit
y para generar obra pública. Esto último claramente positivo, más aún al no
registrarse corrupción desde el máximo nivel.
Pero ahora pasamos a una nueva etapa signada por el super
ampliado momento electoral. Y es que de aquí en más, el gobierno financiará el
consumo ¿Le suena? A mí, si.
Ya no se trata de los planes sociales o de las
asignaciones familiares. Se trata de subsidiar consumos de sectores medios. Por
ejemplo, la ampliación del Ahora 12 a 18 cuotas. No es el comercio el que se
hace cargo del costo financiero, es el Estado. Somos nosotros todos. Es la
inflación.
El Ahora 12 transformado en Ahora 18, es solo un segundo
paso. El primero, claro, fue el bono de fin de año para los trabajadores del
Estado. De un Estado que muestra un déficit inmenso y que gasta en servicios de
pésima calidad.
Conclusiones
De
aquí hasta octubre del 2017, la política dominará las decisiones económicas y
sociales. Entiéndase por la política, la cuestión electoral.
El
gobierno de Cambiemos enfrentará desde un enfoque pragmático a un peronismo
siempre pragmático solo que, de momento, divido en distintas vertientes.
Fuera
del esquema quedarán la izquierda y el kirchnerismo, cada uno con un caudal más
o menos fijo de votos, insuficiente para ganar una elección.
Tras
la movilización del viernes último, el peronismo encuentra en el gremialismo
una nueva vertiente que complica aún más el panorama interno en lo inmediato.
De
no mediar hechos graves imprevisibles, todo dependerá de la “sensación” social
al momento de votar. O mejor dicho, de decidir una opción.
Por
aquello que dice que el hombre es el único animal que se tropieza varias veces
con la misma piedra, será el consumo del momento la aguja que marque la
balanza.
*Periodista y Militante Radical en CAMBIEMOS.
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