MUNICIPIO DE MARCOS PAZ

domingo, 20 de noviembre de 2016

Choque de Pragmatismos. Por Luis Domenianni*.

El gobierno ensaya. Trabaja a prueba y error. Cambia el rumbo a medida que se acerca el tiempo electoral con el que, a su vez, muta de objetivo, mientras por un lado, niega su trascendencia y, por el otro, se obsesiona con su cercanía.

Y sí. Así es muy difícil. Desde lo político, por supuesto. Pero sobre todo desde las perspectivas económico-sociales en un año electoral a punto de comenzar.
El comienzo del gobierno de Cambiemos fue una apuesta a la inversión. A la posible “lluvia” de dólares que se verificaría por el mero cambio en la conducción del Estado.
No se verificó. Inversiones vinieron pero no de la magnitud esperada y el famoso “segundo semestre” convertido en el slogan de la reactivación quedó deshilachado con el paso del tiempo. Ahora, con manía cronológica, el gobierno habla del primer trimestre del año por comenzar.
Y ahora, junto con la insuficiencia de los dólares “invertidos”, el área económica del gobierno lanza su mirada sobre el consumo, como reemplazo de la inversión.
Inversión o consumo. Tarifazo o retoques. Reducción del déficit fiscal o endeudamiento externo. Conforman un muestreo de marchas y contra marchas de un gobierno de coalición cuyo socio principal presenta una limitada historia política pero cuya principal preocupación pasó a ser ganar las elecciones de medio año.
Si para ello hace falta limitar la adecuación de las tarifas, no reducir el Estado e incentivar el consumo, aun a riesgo de inflación, se hará. Es, como siempre, lo inmediato que posterga la transformación de un país que insiste con las recetas de un “estado de bienestar” que dejó de existir hace ya cuatro décadas a nivel mundial.
¿Ganará, pues, Cambiemos, las elecciones de octubre próximo? Es la gran incógnita. Es la historia del huevo y la gallina. Es la apuesta central de un gobierno que imagina –tal vez con razón- que en ese resultado electoral, la va la vida. Será el eventual triunfo, el gran justificativo de todo lo previo. O lo contrario. A posteriori, claro.
Con todo, algo queda en claro. El pragmatismo del gobierno lo coloca en situación de competencia de igual a igual con el ya legendario pragmatismo de la oposición, centrada en el peronismo o si se prefiere, en las actuales variantes del peronismo.
La lucha será sin cuartel. Probablemente, sin desbordes, salvo los que pueda protagonizar alguna marginalidad política. Pero con utilización de todas las herramientas posibles. Como corresponde al choque de pragmatismos.
Las muestras (uno)
La semana que acaba de concluir fue pródiga en anticipos de cuanto veremos a lo largo del 2017.
La oposición peronista votó una ley en el Senado de la Nación que estipula la obligación por parte del Estado de la creación de un millón de puestos de trabajo. En rigor se trata de contabilizar como empleados públicos a quienes ya perciben ingresos por la vía de los planes sociales.
Pura “cháchara” diría algunas décadas atrás aquel recordado senador justicialista por Catamarca, Vicente Leónidas Saadi, cuando enfrentó al entonces canciller, Dante Caputo, en el histórico debate por el laudo papal sobre el Canal de Beagle.
Sí, pura cháchara, pero que sirve para dejar en evidencia la intencionalidad política de los actores y no para otra cosa.
Veamos: el gobierno mostró como un gran logro la recuperación de la credibilidad en las estadísticas del Estado. Tal vez debió mostrar mayor prudencia, pero para ganar esa credibilidad de un plumazo, dijo lo que parece ser la “gran verdad” que el kirchnerismo ocultó durante su etapa de falsificador serial de estadísticas.
Sinceró que en la Argentina, un tercio de la población subsiste por debajo de la imaginaria línea de la pobreza. Sinceró cuanto el kirchnerismo populista ocultó durante años.
El sinceramiento dejó un doble efecto. Por un lado, la certidumbre sobre la mentira K. Pero, por el otro, el justificativo para el reclamo social. No ya de quienes padecen una situación de pobreza, sino de quienes encuentran una bandera para enfrentar al gobierno.
Desde el arco opositor legislativo, del tema se ocuparon los justicialistas Juan Manuel Abal Medina y Teresita Luna y el “margarito” Jaime Linares. Una rara mezcla por cierto, pero para nada imposible en tiempos de pragmatismo.
El resultado fue el engendro de la “creación de un millón de empleos” por ley –casi como por arte de magia-, con la irresponsabilidad de intentar cargar los 50 mil millones de pesos de su costo anual a un déficit fiscal que ya supera el 7 por ciento del Producto Bruto Interno. Es decir, una certificación de una inflación anual para el año próximo superior al cuarenta por ciento.
Por supuesto, que el trío Abal Medina, Luna, Linares, sabe de memoria que su absurdo proyecto no pasará (en diputados no fue tratado en Comisión y ya no queda tiempo para votarlo en sesiones ordinarias). Pero ese, no es el problema. La cuestión es tensar la soga con el gobierno frente a la elección próxima.
Desde ya que ninguno del trío habrá avanzado gran cosa en el posicionamiento político, salvo que alguno de ellos responda al proyecto político del gremialismo de convertirse nuevamente en “columna vertebral” del peronismo, hasta arrastrarlo a una futura candidatura presidencial de origen gremial. Por ejemplo: Hugo Moyano.
Hugo Moyano nunca dejó de mirarse en el espejo de Luiz Inacio da Silva, Lula, aquel obrero metalúrgico que alcanzó la presidencia de Brasil. Por supuesto que Moyano, no se refleja en el Lula actual, cuestionado y procesado por corrupción. Sino en aquel que ocupó la máxima magistratura.
Conviene recordar aquí que Moyano creó en su momento un partido político y que su amigo, el Momo Venegas, con su partido FE, forma parte de Cambiemos.
Pero, sobre todo, conviene interpretar correctamente este acercamiento que se afianza entre CGT y los llamados movimientos sociales. Obviamente, intereses de obreros formales y de piqueteros, no son los mismos y hasta suelen ser contrapuestos.
Los unos, en su gran mayoría, requieren una economía estable y en crecimiento. Para que alcance el salario y para que no se pierdan puestos de trabajo. Los otros, en cambio, solo pueden vivir del gasto público que representa, tras el terremoto kirchnerista, más inflación y menos inversión.
Sin embargo, se unen y marchan juntos a favor de una ley inaplicable. Juego político que le dicen.
Pero, además, Moyano sabe desde hace rato –poco tiempo después de la 125- que para ganar una elección hace falta una alianza social. Por tanto, es la CGT y no la pseudo combativa CTA quién encabeza, pero sobre todo quién ordena la protesta.
En otras palabras, sumar piqueteros pero no espantar a la clase media. En esa línea, además se trata entonces de reivindicar peronismo –gremial, claro- junto con abjurar del kirchnerismo.
Es la obvia lectura de las palabras del moyanista Juan Carlos Schmid que aludió al macrismo cuando dijo “el pueblo trabajador no anda fugando capitales” pero que dejó en claro su separación del kirchnerismo cuando agregó “ni anda revoleando bolsos por los muros”.
No son comportamientos, ni palabras gremiales. Son comportamientos y palabras políticas.
¿Y el peronismo político? Afuera. Presagio de una interna dura en la integración de las listas justicialistas. La eventual de Sergio Massa y la eventual de Florencio Randazzo, si es que concurren separados. Con un kirchnerismo residual que va por otro camino.
Hugo Moyano, o tal vez, Juan Carlos Schmid, actores a tener en cuenta.
Las muestras (dos)
Junto al pragmatismo gremial-peronista se alza el pragmatismo oficialista. Ya perfiló cuando se trató de dar marcha atrás con el tarifazo. Ahora se trata de abandonar –o al menos postergar- la consigna de la inversión como motor de la economía y reemplazarla por el consumo.
¿Está mal? No se trata de eso. Ni de bien, ni de mal. Se trata de las consecuencias. Económicas, sociales y políticas.
Ortodoxia o no, el círculo virtuoso de la economía es inversión, producción, empleo y, por ende, consumo. No lo contrario. Anteponer el consumo es, para la sociedad, atarse a la burbuja de la prosperidad inmediata y temporal. Luego, las imprevisibles consecuencias.
Consecuencias que afectan en lo social –pobreza- y en lo político –derrota electoral-. Fue exactamente cuánto le ocurrió al kirchnerismo.
¿Es entonces Cambiemos lo mismo que los K? No. Existen diferencias abismales. Pero coexisten con similitudes llamativas.
Sin dudas, la primera diferencia es la corrupción. El kirchnerismo fue una asociación ilícita que se apropió del Estado de manera legal, para enriquecerse  sin límite de manera delincuencial. No pasa, ni remotamente, lo mismo con el actual gobierno.
La segunda diferencia radica, obviamente, en la intolerancia, reflejada en un pensamiento único y en un relato basado en la mentira histórica. No es el caso actual.
La tercera diferencia queda en evidencia en la colonización del Estado, en particular del Poder Judicial para garantizar impunidad, que no se verifica actualmente.
El de Cambiemos es un gobierno republicano, el de los K fue un gobierno autoritario.
Sí, las diferencias son abismales pero conviven con similitudes llamativas aunque las condiciones no resulten las mismas.
El kirchnerismo fue favorecido por un “viento de cola” sin precedentes con el precio internacional de la soja que posibilitó un despilfarro creciente a base de subsidios, en muchos casos injustificados, prolongados indefinidamente.
Cambiemos, por el contrario, no goza siquiera de una brisa internacional, menos aún con el reciente triunfo de Donald Trump en la elección presidencial de los Estados Unidos.
Pero Cambiemos “disfruta” del desprestigio internacional de los K y se muestra como previsible ante el mundo.
A los K, solo el colega Hugo Chávez les prestó dineros y al 16 por ciento anual. A Cambiemos, le prestan sin problemas al 5 por ciento o menos.
La desconfianza que generaban los K redundó en una reducción de la importancia de la deuda externa de la Argentina. Como contrapartida, al no contar con crédito internacional, para mantener su esquema de consumo, los K se dedicaron a la emisión monetaria. Ergo, a la inflación.
El giro hacia el consumo de Cambiemos es idéntico en cuanto a su objetivo político: ganar elecciones, pero sus componentes son distintos.
Cambiemos goza de confianza externa, no para atraer masivas inversiones genuinas, pero sí para recibir préstamos. Y entonces en lugar de emisión monetaria, el gobierno financia el actual déficit presupuestario con endeudamiento externo.
Claro que el endeudamiento externo tiene límites. Lejanos aún, pero límites al fin. Sino preguntar por Menem, De la Rúa y Cavallo que mantuvieron una ficticia economía, con un ficticio tipo de cambio –uno a uno-, gracias al endeudamiento. Fue tal dicho endeudamiento que en un momento dado, el crédito se cortó y el país debió declarar el default  del que recién se pudo salir con el gobierno de Cambiemos.
Por el momento, el gobierno tiene margen para seguir endeudando al país sin que suenen las alertas rojas. Claro que recurrir al crédito externo para financiar déficit es peligroso y no recomendable.
Hoy por hoy, el gobierno se endeuda para sostener déficit y para generar obra pública. Esto último claramente positivo, más aún al no registrarse corrupción desde el máximo nivel.
Pero ahora pasamos a una nueva etapa signada por el super ampliado momento electoral. Y es que de aquí en más, el gobierno financiará el consumo ¿Le suena? A mí, si.
Ya no se trata de los planes sociales o de las asignaciones familiares. Se trata de subsidiar consumos de sectores medios. Por ejemplo, la ampliación del Ahora 12 a 18 cuotas. No es el comercio el que se hace cargo del costo financiero, es el Estado. Somos nosotros todos. Es la inflación.
El Ahora 12 transformado en Ahora 18, es solo un segundo paso. El primero, claro, fue el bono de fin de año para los trabajadores del Estado. De un Estado que muestra un déficit inmenso y que gasta en servicios de pésima calidad.
Conclusiones
                De aquí hasta octubre del 2017, la política dominará las decisiones económicas y sociales. Entiéndase por la política, la cuestión electoral.
                El gobierno de Cambiemos enfrentará desde un enfoque pragmático a un peronismo siempre pragmático solo que, de momento, divido en distintas vertientes.
                Fuera del esquema quedarán la izquierda y el kirchnerismo, cada uno con un caudal más o menos fijo de votos, insuficiente para ganar una elección.
                Tras la movilización del viernes último, el peronismo encuentra en el gremialismo una nueva vertiente que complica aún más el panorama interno en lo inmediato.
                De no mediar hechos graves imprevisibles, todo dependerá de la “sensación” social al momento de votar. O mejor dicho, de decidir una opción.
                Por aquello que dice que el hombre es el único animal que se tropieza varias veces con la misma piedra, será el consumo del momento la aguja que marque la balanza.

                Ni el gobierno, ni la oposición intentarán demostrar lo contrario.

*Periodista y Militante Radical en CAMBIEMOS.

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