¿Qué se debe hacer frente a lo
ocurrido en Tucumán? Nada que se parezca a aceptar con resignación como normal
y natural algo que es delincuencial, tramposo y fraudulento.
Ahora, a la conocida faceta anti
republicana del kirchnerismo, el gobierno tucumano agregó el cariz anti
democrático.
Ya no se trata de formas que
desvirtúan la institucionalidad para reemplazarla con una mal llamada
democracia plebiscitaria, donde quién ganó la elección cree tener derecho a
hacer cuanto le viene en ganas y a no rendir cuentas.
Ese estado de autoritarismo anti
republicano corresponde al período que siguió la elección de Cristina Kirchner
con el 54 por ciento de los votos. Todo el mundo presupone que dicho 54 por
ciento no existió pero que el fraude de aquel momento solo fue de algunos
“puntitos”.
Claro, los “puntitos” que
posibilitaron luego armar el relato de la adhesión de la mayoría de los
argentinos al “modelo”.
Que permitieron la patética
fanfarronada del “vamos por más”. Que desembocaron en la impunidad presidencial
y vice presidencial. Que transformaron al Congreso Nacional en una escribanía
K. Y que nos llevaron a la situación actual de un país estancado, peleado con
el mundo, con pocas reservas y alta inflación.
En todo caso, como consuelo de
tontos, nos queda el que Cristina Kirchner, aunque sea por algo menos del 50
por ciento, ganó aquella elección y que la ventaja que obtuvo sobre quienes
quedaron por detrás de ella fue más que significativa.
Pero, la faz final del esquema
quedó al descubierto en Tucumán.
Allí las prácticas
delincuenciales, fraudulentas y tramposas no solo quedaron de manifiesto, sino
que fueron expuestas a la luz del día.
Ya no se trató de la pillería de
algún puntero zonal o de algún caudillejo de pueblo. Eso existió como existe
desde siempre hasta que alguna vez la decencia reine en este país. Fue mucho
más. Fue el fraude organizado con la alteración de las actas de escrutinio.
Un fraude organizado de antemano
cuando la selección de los presidentes de mesa recayó de manera sustancial en
militantes de La Cámpora, apelativo que a esta altura del partido ya es
sinónimo de falta de transparencia, de vale todo y de me llevo todo lo que
puedo.
Como si eso fuese poco, el resto
de los condimentos: quema de urnas, amenaza a fiscales opositores, armas en los
locales, gendarmes heridos por intentar cumplir con su deber, robo de boletas,
personas que cuando fueron a votar les dijeron que ya habían votado, urnas
cargadas de antemano y, finalmente, represión policial desmedida y nada
profesional contra personas que se manifestaban pacíficamente contra semejante
atropello.
¿Qué se debe hacer? Votar de
nuevo. Es la única manera de impedir –por el ejemplo- que los fraudes
delincuenciales se generalicen. Si Juan Manzur, de quién ya hablaremos, asume
en estas condiciones la gobernación de Tucumán, el fraude desembozado será
norma.
Feudalismo revolucionario
El
norte argentino, tanto NOA como NEA, con alguna excepción en sus ciudades de
mayor importancia, es terreno feudal. Allí, algún caudillo zonal, regional o
provincial arma y sostiene un esquema de persistencia de la pobreza que es
funcional y clave para un asistencialismo que permita alcanzar una clientela
cautiva de votantes.
Por
supuesto que esto se rompe con desarrollo genuino. Con fuentes de trabajo, con
buenos salarios, con inversión y con producción. Con transformación industrial
de las producciones regionales. Con infraestructura. Con educación. Con
capacitación.
Es
lo que no se hace. Se dice, pero no se hace. En lugar de ello, se monta un
sistema de subsidios y de dádivas cuya contrapartida es el voto.
Requiere,
claro, de una tolerancia o, más vale, de un fomento por parte de las
autoridades nacionales. Con un simple apriete de clavijas desde el gobierno
nacional, el feudalismo norteño debería sortear enormes dificultades para
subsistir.
Acaso
¿Alguien duda sobre el origen de los fondos que permiten que Milagro Sala, o
Gildo Insfrán o Alperovich mantengan y manejen sus respectivas clientelas?
¿Alguien cree que se trata de recursos genuinos obtenidos por sus
organizaciones o sus provincias? Nadie, ni el más de los ingenuos.
Detrás
de ese feudalismo norteño, está la “revolucionaria” sureña y bonaerense
Cristina Kirchner, cuyo marido, Néstor, también aplicó el “feudalismo
revolucionario” cuando fue gobernador de Santa Cruz.
Tucumanazo
Radical
de origen, el gobernador José Alperovich, se afilió al justicialismo justo,
pero justo, con la salida del gobierno de Fernando de la Rúa. Antes, como
radical aún, integró, mediante un acuerdo político y como ministro de Economía,
el gabinete del gobernador peronista Julio Miranda.
No
es el único radical devenido en kirchnerista que gobierna una provincia.
También Maurice Closs, el gobernador de Misiones pegó el salto en el 2003. O
Gerardo Zamora, el presidente provisional del Senado y ex gobernador de
Santiago del Estero que aún se auto referencia como radical K.
Pero
si los demás no reniegan de su kirchnerismo, Alperovich comenzó a tomar
distancia cuando Daniel Scioli fue ungido único candidato por el Frente para la
Victoria. Alperovich se convirtió así en uno de los fogoneros de una especie de
justicialismo anti K que cree llegada su hora si Scioli gana la presidencial.
Alperovich
pone en evidencia su deleznable fe de converso. Pasa de radical a kirchnerista
con tal gala de genuflexión que su mujer, Beatriz Rojkés es designada
presidente provisional del Senado y tercera en la línea de sucesión por detrás
del impresentable Amado Boudou.
Dicen
que Alperovich se enojó mucho cuando su mujer fue reemplazada por el
autodenominado radical K, Gerardo Zamora. No fue así. De radical a kirchnerista
y, cuando el viento sopla en contra, a peronista. Justo con Scioli cuyos
antecedentes de militancia justicialista son, más vale, muy escasos.
De
allí que no resulte extraño el desmadre de Tucumán. Al ningún apego a la
transparencia de Alperovich se sumaron los intentos por ganar posiciones de La
Cámpora y el kirchnerismo. Todo un cocktail explosivo que terminó en explosión.
Y
queda Juan Manzur, el “triunfante” candidato a gobernador. A coro con
Alperovich dice que la oposición orquestó todo. Que él es inocente de todo. Así
como Alperovich fue inocente de la represión sobre la plaza Independencia
cuando no trepidó en echar las culpas sobre el jefe de Policía, al que no se
atrevió a sustituir porque fue amenazado con un cuartelazo.
¿Qué
decir de Juan Manzur? Que casi siempre fue funcionario público. Director de
Epidemiología de la provincia de San Luis. Secretario de Salud del partido de
La Matanza, Buenos Aires. Viceministro de Salud de San Luis. Ministro de Salud
de Tucumán. Vicegobernador de Tucumán. Ministro de Salud de la Nación.
Un
curriculum que impresiona aunque, claro está, determina que siempre vivió de
ingresos públicos. Entonces ¿Cómo puede ser propietario de una casa de 1.400
metros cubiertos en Tucumán? ¿Y cómo su declaración jurada de bienes muestra la
pertenencia de varias propiedades, todas ellas valuadas en… cero pesos?
Ahí
se comprende todo. La dupla Alperovich-Manzur debe hacer cualquier cosa para no
perder el poder, inclusive el fraude. Porque o es el poder o son los
tribunales….
Una
voz sensata apareció entre tanta cacofonía oficialista. Fue la del fiscal
general ante la Cámara de Apelaciones de Tucumán, Gustavo Gómez.
¿Qué
dice Gómez? Que la Junta Electoral Provincial funciona con dos integrantes en
lugar de tres como establece la ley. Que el titular del organismo que debe
fiscalizar los comicios, el presidente de la Suprema Corte de la provincia,
Antonio Gandur, incurrió en prejuzgamiento al adelantar que no hubo fraude pese
a que recién comienza el escrutinio definitivo.
Que
la justicia federal investiga la existencia de decenas de DNI que habrían sido
entregados por jueces de paz a unidades básicas del Frente para la Victoria
antes de los comicios y con los que votaron miembros del kirchnerismo en
sustitución de sus verdaderos titulares que cuando fueron a votar se
encontraron con la respuesta “usted ya votó”.
Exactamente igual a la década del
30 con el llamado fraude patriótico de los conservadores.
Que también investiga la
adulteración de padrones con ciudadanos que fueron incluidos en localidades
donde no tienen domicilio y así posibilitar el doble voto.
Por todo ello y por la
acumulación de denuncias, para Gómez, están dadas las condiciones para que se
pida la anulación de los comicios.
Cristina y Scioli
Cristina
Kirchner al principio guardó silencio. Luego se enojó mucho por la represión,
básicamente porque fue vista por millones de telespectadores. No por el fraude, claro. Y finalmente, salió
casi desesperada a pedir que la oposición reconociese el resultado. Otro tanto
hizo Daniel Scioli.
A
ninguno de los dos se le ocurrió investigar. A ninguno de los dos se le ocurrió
esperar el resultado del recuento definitivo. A ninguno de los dos se le
ocurrió presionar al gobierno provincial para que llame de nuevo a elecciones.
A ninguno de los dos se le ocurrió intervenir la provincia. A ninguno de los
dos se le ocurrió siquiera, aguardar a que fuese completado el escrutinio
provisional, que fue suspendido porque la adulteración de actas no resistía
más.
De
Cristina Kirchner queda poco por decir. Nadie la imagina, ni los propios, como
adherente a la transparencia, como defensora de la legalidad, como responsable
por el buen funcionamiento institucional y republicano. Cristina Kirchner no
sorprende a nadie. Para ella, todo lo anormal es pura normalidad.
Daniel
Scioli en cambio se debate en tratar de parecerse a alguien que va a cambiar
todo, sin cambiar nada, y que lo va a hacer junto a los que no quieren cambiar
un ápice. Con Tucumán quedó demostrado que solo le preocupa llegar al poder.
Como sea y de la forma que sea.
Es
tal su ambición de poder que no trepida en abrazarse con Alperovich o en
defender al indefendible Insfrán de Formosa.
No
vale la pena decir nada para Cristina. Ya se va. Pero vale la pena conocer
mejor a Scioli. Porque pretende venir.
Está
dispuesto a todo. A darse abrazos con Axel Kicillof cuando la economía del país
está paralizada. A darse abrazos con Aníbal Fernández que le pega en los
talones. A someterse a la impiedad del kirchnerismo y La Cámpora. A negar el
fraude electoral en Tucumán. A justificar los ataques contra Carlos Tévez
porque solo contó aquello que vio en Formosa. A irse del país en plena
inundación de su provincia.
Eso
es Scioli. Es el continuismo por omisión. Es el emergente de un país que trocó
sus valores de movilidad social a través de la capacitación y el esfuerzo, por
los subsidios al consumo, por el asistencialismo clientelar, por el fútbol para
todos y por la farándula sostenida con créditos –a devolver nunca- del Estado.
Tal
vez si fuese posible continuar con este modelo ultraconservador y para nada
progresista, Scioli sería el indicado para gobernar el país. Da el perfil.
Sobre todo por aquello de deporte y farándula.
Pero
no. La fiesta terminó. Cristina Kirchner se gastó la plata. China se cayó,
Rusia temblequea y Brasil entró en recesión. Ahora hay que gobernar en serio
porque viene la época de las vacas flacas.
Y
hay que administrar la herencia K. El atraso cambiario, la falta de inversión,
la caída de la producción, la precariedad laboral, la infraestructura obsoleta,
el inevitable abandono de los subsidios al consumo que ya comenzó con un
incremento sustancial de las tarifas de gas en la Capital Federal y el Gran
Buenos Aires.
¿Qué
puede mostrar Scioli al respecto? Una muy mal administrada provincia de Buenos
Aires que dependió siempre de los adelantos del Tesoro Nacional o de la
autorización para endeudarse. Todo ello junto con fortísimos incrementos de los
impuestos provinciales.
Nacionales
El
25 de octubre próximo se llevarán a cabo las elecciones nacionales. De
pronóstico incierto, dada la caída notoria del Frente para la Victoria, los
hechos de Tucumán agravan el panorama.
El
gobierno se niega –aduce falta de tiempo, como si no hubiese gobernado 12 años-
para introducir cambios en el sistema electoral. Tal vez resulte cierto que no
se puede informatizar el voto. Pero, perfectamente se puede votar mediante la
cartilla única entregada a cada elector para que marque su preferencia. Y
evitar todo el papelerío de millones de boletas impresas que aumentan la
posibilidad de fraude.
Un
elector, una cartilla, entregada por el presidente de mesa, para cada categoría.
El electora marca su preferencia con una cruz en la casilla de Scioli, en la de
Macri, en la de Massa, en la de Stolbizer, en la de Del Caño o en la de
Rodríguez Saá y deposita la cartilla en la urna.
Como
se trata de una cartilla por categoría –presidente, diputado nacionales,
provinciales, parlasur, etcétera- el recuento resulta sumamente sencillo. Se
puede hacer. Se debe hacer. Aunque, por supuesto, no se hará.
Para
Scioli y para Fernández y para Cristina, es preferible
que estén dadas todas las condiciones para el fraude. Millones de boletas,
miles de fiscales y la ley del más fuerte.
No
se trata de fiscalizar bien o mal. Eso solo es complementario. Se trata de la
responsabilidad del Estado y como tal de quienes gobiernan. No es el fiscal el
que hace a la transparencia, es el gobierno, nacional, provincial o municipal.
Se trata de no hacer trampa.
Porque eso es delito. Y quién comete un delito, es un delincuente. Quién lo
apaña, quién lo consiente o quien lo ordena es un cómplice.
Se llame, José Alperovich, Juan Manzur, Daniel Scioli
o Cristina Kirchner.
*Periodista y Militante Radical.
*Periodista y Militante Radical.
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