MUNICIPIO DE MARCOS PAZ

domingo, 23 de agosto de 2015

La Irrupción Cristinesca. Por Luis Domenianni*.

La Columna de la Semana: No es novedad. A la presidente no le preocupa la muerte de seis personas en la inundación de la provincia de Buenos Aires, ni la de un militante político en la provincia de Jujuy. Solo le preocupa establecer que ella no es la culpable de las obras hídricas que no se hicieron o que el muerto jujeño era un militante propio, aunque resultó ser radical.


               Es así. Todo lo interpreta, todo lo tergiversa, según su conveniencia. O calla sobre los temas que van mal o echa culpas a terceros. Exagera hasta el infinito cualquier acción de gobierno que considera positiva. Al punto que anuncia con bombos y platillos las actualizaciones de las jubilaciones que están dispuestas por…ley.
               Pero, ahora la presidente Cristina Kirchner, tras el mamarracho de las PASO con sus innumerables boletas electorales de casi un metro de largo y con recuentos que “multiplican” el voto en blanco, se impuso nueva misión: existir.
               Y existir, en medio de una campaña electoral, significa entrar de lleno en la campaña. Sí, claro, solo debería gobernar, es decir, para la época, administrar el país. Pero eso representa pasar a un segundo plano y, con ella, es imposible.
               No son la modestia, mucho menos la humildad, virtudes que caracterizan a la Kirchner. Para nada. Su ego todo lo puede. Desde su aspiración a parecerse a una arquitecta egipcia hasta su pretensión de dictar cátedra sobre economía a los países desarrollados del mundo, nada le resulta imposible. Es omnipotente.
               Así, en su última cadena nacional, que marcó record de duración, Cristina Kirchner se auto asignó un rol en la campaña pese a que las buenas costumbres establecen lo contrario: la prescindencia del gobierno.
               Esto último parece una ingenuidad mayor de parte de quien escribe esta columna. Pero así debería ser. Y así es no pocos países. En aquellos donde la cultura republicana está verdaderamente arraigada.
En los otros, como en el nuestro, todo el peso –y los recursos- del Estado se vuelcan a favor del partido gobernante. Ni que hablar si se trata del peronismo o de su actual versión corregida y aumentada –en vicios- el kirchnerismo.
Para la particular visión de la presidente una campaña electoral es una situación de emergencia, no así las inundaciones que afectaron a toda la provincia de Buenos Aires y al sur de la de Santa Fe.
La conclusión surge del absoluto silencio que guardó durante “la invasión hídrica” y la catarata de palabras que empleó apenas salió el sol. Una comprobación por demás elocuente de la tergiversación K.
A la presidente se la puede acusar por muchas cosas pero no se la puede catalogar de tonta. Dos mandatos, 54 por ciento de los votos, son realidades que merecen consideración.
Su irrupción pues, en la campaña electoral, si bien persigue el objetivo principal de su propia vigencia, es un juego a varias bandas. De allí los amañados cuestionamientos a Mauricio Macri. Y de allí, sobre todo, los expresos condicionamientos a Daniel Scioli.
Para Macri
               ¿Qué busca Cristina Kirchner? En primer lugar, ya lo dijimos pero conviene repetirlo para tenerlo en cuenta, vencer a la opacidad que representa para un gobernante el final de su mandato. Debe, por tanto, convertirse en protagonista de la disputa electoral.
               El primer paso es sencillo: elegir el enemigo. Y el enemigo es Mauricio Macri por todo lo que representa o, mejor dicho, por todo lo que se le adjudica desde el propio kirchnerismo.
               La derecha, el neoliberalismo resultan categorías ideológicas maniqueamente opuestas a lo nacional y popular de los K. Por tanto, Macri es de derecha y es neoliberal. Porque los K, son nac and pop.
               Listo, la cuestión ideológica quedó saldada. Ahora hay que ir por la persona.
Entonces, Cristina Kirchner repara en la cara de Mauricio Macri y en ese rostro ve intrigas contra Raúl Alfonsín como un mecanismo para restarle algún voto radical, ve responsabilidad –“culpabilidad”- por la división del partido de Morón “cuando cayó Rousselot por la estafa de las cloacas” y ve la sospechosa absolución de la Corte Suprema menemista por el contrabando de Sevel.
               De más está decir que la Kirchner mezcla todo según su conveniencia y arma un relato a partir de algún dato real. El resto lo inventa o lo adapta. De la respuesta que se ocupe Macri, si es que le interesa.
               Sí vale la pena, sacar la conclusión que frente a Macri no está Scioli, sino Cristina Kirchner. Al menos esa fue su intención. Dado el carácter y la actitud pasiva habitual en Scioli, no cabe duda que la presidente le disputará, con más posibilidades de éxito que de fracaso, el centro de la escena.
               Pues, entonces, la elección es Macri o Cristina.
Para Scioli
               Aquí las cosas son más complejas. Y la complejidad está dada por resolver un intríngulis: la Kirchner desea o no que gane Scioli. Imposible ensayar una respuesta certera.
               Como se dice en la jerga popular, durante la última cadena nacional, Cristina Kirchner “le marcó la cancha” al candidato.
               Por un lado, como ya se vio lo corrió del centro de la escena. Por el otro, dejó en claro que el próximo gobierno seguirá las actuales políticas. Para ello, nombró a Scioli pero incluyó en la frase, casi como asignándole un rol de comisario político, a Carlos Zannini.
               Dicho sea de paso, en los balcones interiores de la Rosada apareció un pasacalle que rezaba “Zannini para la victoria”. Scioli: bien gracias. No fue en Guaminí ni en Presidencia Roque Sáenz Peña, fue en la Casa Rosada. A buen entendedor, pocas palabras.
               Pero no terminaron allí los malos tratos –sapos- que debió tragar Scioli. Calificó como “traición al pueblo” cualquier intento de cambiar las presentes políticas, una respuesta directa al gobernador bonaerense cuando dijo que “va a cambiar lo que haya que cambiar”.
               Hubo varias alusiones más que resultaría cansador y hasta ocioso enumerar. Simplemente quedó en claro que cualquier veleidad de independencia de Scioli deberá aguardar hasta el 25 de octubre próximo.
               Mientras tanto a bancar lo que venga, incluido Aníbal Fernández. Al que ahora Scioli ve como “un hombre preparado”, después de caer derrotado con Julián Domínguez en la interna para gobernador.
De Scioli, uno
               No es menor la preocupación en el entorno de Scioli. La tan anhelada independencia del cristino-kirchnerismo se alejó una vez más con la cadena nacional de la presidente.
               A tal punto que ya hablan de crear un perfil propio, distinto del actual, recién para después de la asunción en diciembre, si es que ganan.
               El problema es que el “statu quo” difícilmente aguante hasta octubre. Son muchos, demasiados, los nubarrones que aparecen en el camino de Scioli hacia la presidencia.
               Algunos de carácter “objetivo”. Otros emanados directamente de la lucha política.
               Entre los primeros conviene destacar la marcha de la economía. A esta altura del partido, ni el más K de los K puede desconocer que la desconfianza es total. No otra cosa marca un dólar cuya cotización ya se acerca a los dieciséis pesos.
               El modelo no da para más y la incertidumbre sobre la salida –inevitable, pese a los dichos de Cristina Kirchner- arroja hacia el billete verde a todos aquellos que consiguen ahorrar una parte de sus ingresos.
               Ni el dólar ahorro, ni las ventas del Banco Central pueden contener la voracidad de los ahorristas por la divisa norteamericana.
El atraso del tipo de cambio que el gobierno mantiene artificialmente para evitar un alza de los precios de los alimentos atenta contra las exportaciones y las prohibiciones de importaciones de insumos –ante la merma de divisas- paraliza a la industria.
               ¿Aguanta hasta octubre? Hasta hace un mes, todo el mundo coincidía en que sí. Ahora, ya nadie está seguro.
               El “neoliberalismo” de Menem y el “estatismo” de los Kirchner, terminan igual. Con los recursos del Estado agotados a raíz de un gasto público insensato, populista y clientelar.
Menem usó los préstamos externos para mantener artificialmente el uno a uno, hasta que los préstamos se cortaron y todo reventó. Claro no le reventó a él sino a De la Rúa.
Los Kirchner con mucha más suerte, y por ende con mayor responsabilidad histórica, se beneficiaron de los estratosféricos precios de la soja.
El festival de consumo, de unos y otros, como era inevitable, se agotó.
Scioli, copartícipe de ambas “fiestas”, reza ahora para que la resaca no sobrevenga antes del 25 de octubre ¿Y después? Después Dios dirá.
De Scioli, dos
               El otro punto, el de la política, es el de las cargas que arrastra Scioli. Son tres: Cristina Kirchner, Carlos Zannini y Aníbal Fernández.
               Cristina Kirchner representará en la campaña la lucha interna que renace entre kirchnerismo y peronismo.
               Ya no es la jefa de todos, sino la jefa de una facción. El problema es que, hasta ahora, Scioli, pese a los reclamos, no es el jefe de la otra.
               La gran incógnita es si el ex motonauta podrá deslizarse entre kirchnerismo y peronismo sin perder por ninguno de los dos lados.
               Difícil. Muy difícil.
               Puede contar, en alguna medida, con los gobernadores peronistas, siempre listos para desensillar hasta que aclare. Es decir hasta el 25 de octubre para luego jurar fidelidad eterna al nuevo jefe, como lo hicieron con Menen, Néstor Kirchner y Cristina Kirchner.
               No tanto con los intendentes del Gran Buenos Aires, algunos de los cuales fueron desplazados –Moreno, San Vicente, Merlo- por candidatos K o devenidos en K. Aquí, la posibilidad de un deslizamiento de votos hacia Felipe Solá, en lo provincial, y hacia Sergio Massa, en lo nacional, no es descabellada.
               Y otro tanto ocurrirá en el interior de la provincia de Buenos Aires, donde los votantes de Julián Domínguez también pueden emigrar hacia el voto en blanco, hacia Felipe Solá o más aún hacia María Eugenia Vidal, si recuerdan los 9 años en que Solá fue secretario de Agricultura de Carlos Menem, cuando los productores debían hipotecar sus campos uno tras otro.
               Son todos elementos difíciles de sobrellevar. Y están Aníbal y, con perfil más bajo, Zannini, los comisarios políticos de Cristina Kirchner, muy difíciles de deglutir para el peronismo tradicional.
De Macri
               A esta altura del partido, la táctica de Macri para llegar al 25 de octubre está en debate. No cabe duda que la etapa del “timbreo” y de los “mano a mano” terminó. Alcanzó para resultar segundo a una distancia no insalvable pero considerable de Scioli.
               Claro que, como se vio, Scioli enfrenta de aquí en más dificultades por doquier que presagian problemas para alcanzar la anhelada victoria en primera vuelta.
               En todo caso, como Scioli, Macri quedó a mitad de camino. El gobernador de Buenos Aires quedó muy lejos de un 45 por ciento y cerca del 40 por ciento y los 10 puntos de diferencia que lo consagren triunfador en primera vuelta.
               Macri superó el escollo del “eterno triunfo peronista” pero no aseguró la segunda vuelta.
               Por ende, debe cambiar de táctica. Las opciones parecen varias. Pero un dato no menor y no esperado modificó el panorama y de su correcta lectura dependerá en buena medida la “perfomance” del aun jefe de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires.
               Ese dato, es la provincia de Buenos Aires. La dupla de María Eugenia Vidal con el radical Daniel Salvador logró 10 puntos más que lo esperado. O sea un 50 por ciento más. Se consideraba como buena elección alcanzar el 20 por ciento y se llegó al 30.
               Por tanto, aquello que era solo un acompañamiento decoroso se convirtió en una opción de poder. Vidal-Salvador puede ganar la provincia de Buenos Aires. Porque los ayuda un viento de cola. Por el disgusto por las inundaciones con el gobernador ausente. Por la resistencia a Aníbal Fernández. Por la economía. Y, sobre todo, por el empuje demostrado.
               Macri ya no puede leer al resultado provincial solo como funcional a su candidatura presidencial. Debe entender que es un valor en sí mismo. Algo que no resulta fácil para el ego personal, pero que es central.
               Hoy Macri, prácticamente, solo puede ganar la elección nacional si gana la provincia de Buenos Aires.
               Aquella avalancha de votos que el presidente del radicalismo, Ernesto Sanz, prometía en el interior del país no se verificó en ningún lado. Solo, además de Capital Federal, se ganó Mendoza, donde Sanz pese a ser mendocino no cuenta con ninguna influencia, y por nada más que tres puntos.
               Cambiemos, pese a no ganar, hizo buena elección en Córdoba, Entre Ríos, La Pampa y Santa Fe. No alcanza. Hace falta Buenos Aires y hace falta que el electorado resuelva emitir un voto útil.
               Sabedores de esto, Sergio Massa y Felipe Solá impulsan definiciones políticas que les permitan retener voto. Son los más necesitados y trabajan fuerte. No paran. Deben lograr que el voto se decida ahora, antes que los “coma” la polarización.
               Su objetivo es retornar al escenario de tres. No es imposible aunque muy difícil, dado el tercer lugar que ostentan.

               Como están las cosas, el panorama que se presenta es un Scioli que, para triunfar, debe administrar el conflicto entre los K y el peronismo, con la presidente como jefa y fogonero de los primeros. Es un Macri que depende de una campaña que polarice y de una decisión que privilegie salir a ganar provincia de Buenos Aires. Y es un Massa que intenta resistir quedar prisionero de una polarización que lo licúa.

* Periodista y Militante Radical.

No hay comentarios:

Publicar un comentario