La Columna de la Semana: No es novedad. A la presidente no
le preocupa la muerte de seis personas en la inundación de la provincia de
Buenos Aires, ni la de un militante político en la provincia de Jujuy. Solo le
preocupa establecer que ella no es la culpable de las obras hídricas que no se
hicieron o que el muerto jujeño era un militante propio, aunque resultó ser
radical.
Es
así. Todo lo interpreta, todo lo tergiversa, según su conveniencia. O calla
sobre los temas que van mal o echa culpas a terceros. Exagera hasta el infinito
cualquier acción de gobierno que considera positiva. Al punto que anuncia con
bombos y platillos las actualizaciones de las jubilaciones que están dispuestas
por…ley.
Pero,
ahora la presidente Cristina Kirchner, tras el mamarracho de las PASO con sus
innumerables boletas electorales de casi un metro de largo y con recuentos que
“multiplican” el voto en blanco, se impuso nueva misión: existir.
Y
existir, en medio de una campaña electoral, significa entrar de lleno en la
campaña. Sí, claro, solo debería gobernar, es decir, para la época, administrar
el país. Pero eso representa pasar a un segundo plano y, con ella, es
imposible.
No
son la modestia, mucho menos la humildad, virtudes que caracterizan a la
Kirchner. Para nada. Su ego todo lo puede. Desde su aspiración a parecerse a
una arquitecta egipcia hasta su pretensión de dictar cátedra sobre economía a
los países desarrollados del mundo, nada le resulta imposible. Es omnipotente.
Así,
en su última cadena nacional, que marcó record de duración, Cristina Kirchner
se auto asignó un rol en la campaña pese a que las buenas costumbres establecen
lo contrario: la prescindencia del gobierno.
Esto
último parece una ingenuidad mayor de parte de quien escribe esta columna. Pero
así debería ser. Y así es no pocos países. En aquellos donde la cultura
republicana está verdaderamente arraigada.
En los otros, como en el nuestro,
todo el peso –y los recursos- del Estado se vuelcan a favor del partido
gobernante. Ni que hablar si se trata del peronismo o de su actual versión
corregida y aumentada –en vicios- el kirchnerismo.
Para la particular visión de la
presidente una campaña electoral es una situación de emergencia, no así las
inundaciones que afectaron a toda la provincia de Buenos Aires y al sur de la
de Santa Fe.
La conclusión surge del absoluto
silencio que guardó durante “la invasión hídrica” y la catarata de palabras que
empleó apenas salió el sol. Una comprobación por demás elocuente de la
tergiversación K.
A la presidente se la puede
acusar por muchas cosas pero no se la puede catalogar de tonta. Dos mandatos,
54 por ciento de los votos, son realidades que merecen consideración.
Su irrupción pues, en la campaña
electoral, si bien persigue el objetivo principal de su propia vigencia, es un
juego a varias bandas. De allí los amañados cuestionamientos a Mauricio Macri.
Y de allí, sobre todo, los expresos condicionamientos a Daniel Scioli.
Para Macri
¿Qué
busca Cristina Kirchner? En primer lugar, ya lo dijimos pero conviene repetirlo
para tenerlo en cuenta, vencer a la opacidad que representa para un gobernante
el final de su mandato. Debe, por tanto, convertirse en protagonista de la
disputa electoral.
El
primer paso es sencillo: elegir el enemigo. Y el enemigo es Mauricio Macri por
todo lo que representa o, mejor dicho, por todo lo que se le adjudica desde el
propio kirchnerismo.
La
derecha, el neoliberalismo resultan categorías ideológicas maniqueamente
opuestas a lo nacional y popular de los K. Por tanto, Macri es de derecha y es
neoliberal. Porque los K, son nac and pop.
Listo,
la cuestión ideológica quedó saldada. Ahora hay que ir por la persona.
Entonces, Cristina Kirchner
repara en la cara de Mauricio Macri y en ese rostro ve intrigas contra Raúl
Alfonsín como un mecanismo para restarle algún voto radical, ve responsabilidad
–“culpabilidad”- por la división del partido de Morón “cuando cayó Rousselot por
la estafa de las cloacas” y ve la sospechosa absolución de la Corte Suprema
menemista por el contrabando de Sevel.
De
más está decir que la Kirchner mezcla todo según su conveniencia y arma un
relato a partir de algún dato real. El resto lo inventa o lo adapta. De la
respuesta que se ocupe Macri, si es que le interesa.
Sí
vale la pena, sacar la conclusión que frente a Macri no está Scioli, sino
Cristina Kirchner. Al menos esa fue su intención. Dado el carácter y la actitud
pasiva habitual en Scioli, no cabe duda que la presidente le disputará, con más
posibilidades de éxito que de fracaso, el centro de la escena.
Pues,
entonces, la elección es Macri o Cristina.
Para Scioli
Aquí
las cosas son más complejas. Y la complejidad está dada por resolver un
intríngulis: la Kirchner desea o no que gane Scioli. Imposible ensayar una
respuesta certera.
Como
se dice en la jerga popular, durante la última cadena nacional, Cristina Kirchner
“le marcó la cancha” al candidato.
Por
un lado, como ya se vio lo corrió del centro de la escena. Por el otro, dejó en
claro que el próximo gobierno seguirá las actuales políticas. Para ello, nombró
a Scioli pero incluyó en la frase, casi como asignándole un rol de comisario
político, a Carlos Zannini.
Dicho
sea de paso, en los balcones interiores de la Rosada apareció un pasacalle que
rezaba “Zannini para la victoria”. Scioli: bien gracias. No fue en Guaminí ni
en Presidencia Roque Sáenz Peña, fue en la Casa Rosada. A buen entendedor,
pocas palabras.
Pero
no terminaron allí los malos tratos –sapos- que debió tragar Scioli. Calificó
como “traición al pueblo” cualquier intento de cambiar las presentes políticas,
una respuesta directa al gobernador bonaerense cuando dijo que “va a cambiar lo
que haya que cambiar”.
Hubo
varias alusiones más que resultaría cansador y hasta ocioso enumerar.
Simplemente quedó en claro que cualquier veleidad de independencia de Scioli
deberá aguardar hasta el 25 de octubre próximo.
Mientras
tanto a bancar lo que venga, incluido Aníbal Fernández. Al que ahora Scioli ve
como “un hombre preparado”, después de caer derrotado con Julián Domínguez en
la interna para gobernador.
De Scioli, uno
No
es menor la preocupación en el entorno de Scioli. La tan anhelada independencia
del cristino-kirchnerismo se alejó una vez más con la cadena nacional de la
presidente.
A
tal punto que ya hablan de crear un perfil propio, distinto del actual, recién
para después de la asunción en diciembre, si es que ganan.
El
problema es que el “statu quo” difícilmente aguante hasta octubre. Son muchos,
demasiados, los nubarrones que aparecen en el camino de Scioli hacia la
presidencia.
Algunos
de carácter “objetivo”. Otros emanados directamente de la lucha política.
Entre
los primeros conviene destacar la marcha de la economía. A esta altura del
partido, ni el más K de los K puede desconocer que la desconfianza es total. No
otra cosa marca un dólar cuya cotización ya se acerca a los dieciséis pesos.
El
modelo no da para más y la incertidumbre sobre la salida –inevitable, pese a
los dichos de Cristina Kirchner- arroja hacia el billete verde a todos aquellos
que consiguen ahorrar una parte de sus ingresos.
Ni
el dólar ahorro, ni las ventas del Banco Central pueden contener la voracidad
de los ahorristas por la divisa norteamericana.
El atraso
del tipo de cambio que el gobierno mantiene artificialmente para evitar un alza
de los precios de los alimentos atenta contra las exportaciones y las prohibiciones
de importaciones de insumos –ante la merma de divisas- paraliza a la industria.
¿Aguanta
hasta octubre? Hasta hace un mes, todo el mundo coincidía en que sí. Ahora, ya
nadie está seguro.
El
“neoliberalismo” de Menem y el “estatismo” de los Kirchner, terminan igual. Con
los recursos del Estado agotados a raíz de un gasto público insensato,
populista y clientelar.
Menem usó los préstamos externos
para mantener artificialmente el uno a uno, hasta que los préstamos se cortaron
y todo reventó. Claro no le reventó a él sino a De la Rúa.
Los Kirchner con mucha más
suerte, y por ende con mayor responsabilidad histórica, se beneficiaron de los
estratosféricos precios de la soja.
El festival de consumo, de unos y
otros, como era inevitable, se agotó.
Scioli, copartícipe de ambas
“fiestas”, reza ahora para que la resaca no sobrevenga antes del 25 de octubre
¿Y después? Después Dios dirá.
De Scioli, dos
El
otro punto, el de la política, es el de las cargas que arrastra Scioli. Son
tres: Cristina Kirchner, Carlos Zannini y Aníbal Fernández.
Cristina
Kirchner representará en la campaña la lucha interna que renace entre
kirchnerismo y peronismo.
Ya
no es la jefa de todos, sino la jefa de una facción. El problema es que, hasta
ahora, Scioli, pese a los reclamos, no es el jefe de la otra.
La
gran incógnita es si el ex motonauta podrá deslizarse entre kirchnerismo y
peronismo sin perder por ninguno de los dos lados.
Difícil.
Muy difícil.
Puede
contar, en alguna medida, con los gobernadores peronistas, siempre listos para
desensillar hasta que aclare. Es decir hasta el 25 de octubre para luego jurar
fidelidad eterna al nuevo jefe, como lo hicieron con Menen, Néstor Kirchner y
Cristina Kirchner.
No
tanto con los intendentes del Gran Buenos Aires, algunos de los cuales fueron
desplazados –Moreno, San Vicente, Merlo- por candidatos K o devenidos en K.
Aquí, la posibilidad de un deslizamiento de votos hacia Felipe Solá, en lo
provincial, y hacia Sergio Massa, en lo nacional, no es descabellada.
Y
otro tanto ocurrirá en el interior de la provincia de Buenos Aires, donde los
votantes de Julián Domínguez también pueden emigrar hacia el voto en blanco,
hacia Felipe Solá o más aún hacia María Eugenia Vidal, si recuerdan los 9 años
en que Solá fue secretario de Agricultura de Carlos Menem, cuando los
productores debían hipotecar sus campos uno tras otro.
Son
todos elementos difíciles de sobrellevar. Y están Aníbal y, con perfil más
bajo, Zannini, los comisarios políticos de Cristina Kirchner, muy difíciles de
deglutir para el peronismo tradicional.
De Macri
A
esta altura del partido, la táctica de Macri para llegar al 25 de octubre está
en debate. No cabe duda que la etapa del “timbreo” y de los “mano a mano”
terminó. Alcanzó para resultar segundo a una distancia no insalvable pero
considerable de Scioli.
Claro
que, como se vio, Scioli enfrenta de aquí en más dificultades por doquier que
presagian problemas para alcanzar la anhelada victoria en primera vuelta.
En
todo caso, como Scioli, Macri quedó a mitad de camino. El gobernador de Buenos
Aires quedó muy lejos de un 45 por ciento y cerca del 40 por ciento y los 10
puntos de diferencia que lo consagren triunfador en primera vuelta.
Macri
superó el escollo del “eterno triunfo peronista” pero no aseguró la segunda
vuelta.
Por
ende, debe cambiar de táctica. Las opciones parecen varias. Pero un dato no
menor y no esperado modificó el panorama y de su correcta lectura dependerá en
buena medida la “perfomance” del aun jefe de Gobierno de la ciudad de Buenos
Aires.
Ese
dato, es la provincia de Buenos Aires. La dupla de María Eugenia Vidal con el
radical Daniel Salvador logró 10 puntos más que lo esperado. O sea un 50 por
ciento más. Se consideraba como buena elección alcanzar el 20 por ciento y se
llegó al 30.
Por
tanto, aquello que era solo un acompañamiento decoroso se convirtió en una
opción de poder. Vidal-Salvador puede ganar la provincia de Buenos Aires.
Porque los ayuda un viento de cola. Por el disgusto por las inundaciones con el
gobernador ausente. Por la resistencia a Aníbal Fernández. Por la economía. Y,
sobre todo, por el empuje demostrado.
Macri
ya no puede leer al resultado provincial solo como funcional a su candidatura
presidencial. Debe entender que es un valor en sí mismo. Algo que no resulta
fácil para el ego personal, pero que es central.
Hoy
Macri, prácticamente, solo puede ganar la elección nacional si gana la
provincia de Buenos Aires.
Aquella
avalancha de votos que el presidente del radicalismo, Ernesto Sanz, prometía en
el interior del país no se verificó en ningún lado. Solo, además de Capital
Federal, se ganó Mendoza, donde Sanz pese a ser mendocino no cuenta con ninguna
influencia, y por nada más que tres puntos.
Cambiemos,
pese a no ganar, hizo buena elección en Córdoba, Entre Ríos, La Pampa y Santa
Fe. No alcanza. Hace falta Buenos Aires y hace falta que el electorado resuelva
emitir un voto útil.
Sabedores
de esto, Sergio Massa y Felipe Solá impulsan definiciones políticas que les
permitan retener voto. Son los más necesitados y trabajan fuerte. No paran.
Deben lograr que el voto se decida ahora, antes que los “coma” la polarización.
Su
objetivo es retornar al escenario de tres. No es imposible aunque muy difícil,
dado el tercer lugar que ostentan.
Como
están las cosas, el panorama que se presenta es un Scioli que, para triunfar,
debe administrar el conflicto entre los K y el peronismo, con la presidente
como jefa y fogonero de los primeros. Es un Macri que depende de una campaña
que polarice y de una decisión que privilegie salir a ganar provincia de Buenos
Aires. Y es un Massa que intenta resistir quedar prisionero de una polarización
que lo licúa.
* Periodista y Militante Radical.
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