MUNICIPIO DE MARCOS PAZ

domingo, 16 de agosto de 2015

Ahora, El Voto Útil. Por Luis Domenianni^.

La Columna de la Semana: Sencillo. Hasta el viernes pasado, llovió copiosamente en la mayor parte de la provincia de Buenos Aires. Lluvias que comenzaron diez días antes. A la fecha de la elección, varios distritos estaban anegados y hasta fue necesario cambiar lugares de votación que se encontraban inundados o a punto de serlo. Pero Scioli igual se fue a Roma.


Después, claro, enterado del costo político que comenzaba a pagar, decidió volver. Pura especulación, nada de sensibilidad. Sus voceros mentían descaradamente para justificar su escapada vacacional en medio de la inundación provincial. Que el brazo. Que los contactos con empresarios. Hasta sugirieron un encuentro con el primer ministro italiano, Matteo Renzi… quien gozaba de sus vacaciones lejos de Roma. Solo no se atrevieron a invocar al Papa Francisco.
Mintieron sin asco, amparados por el fugado e insensible gobernador provincial, quien ahora volvió para retomar su cantinela de fe, esperanza y optimismo ¿Se lo dirá a los inundados?
No solo Scioli eludió ocuparse del drama humano que semejante inundación generó, tampoco se ocupó, como no lo hizo durante sus ocho años de gobierno, de la producción. No defendió a los productores frente al atraso cambiario, ni frente a la 125, ni frente a las retenciones para el trigo, el maíz o la cebada. No defendió la ganadería, ni la lechería.
Frívolo como él es, el de Scioli fue un gobierno… vacacional. Listo y presto para viajar en verano, cientos de veces a Mar del Plata, y un poco menos a la Costa, Pinamar, Villa Gesell o Tandil. Lógicamente, si llega a la presidencial el espectro se le abrirá un poco más con Bariloche y Carlos Paz.
Entonces, las cosas en su lugar. Scioli viajó a Italia a descansar, pasear, comer bien y dormir mejor, como lo hace cualquier turista. Y no está mal, a condición de no recibir viáticos de la provincia. Solo que lo hizo cuando la provincia de Buenos Aires, literalmente, hacía agua por todos lados.
Con fe, con esperanza y con optimismo, no alcanza. Hay que poner bastante más. Y además, hay que ser sincero. Con un “disculpen, me equivoqué” tal vez se perdían votos, pero se ganaba dignidad.
Elecciones, uno
               Por supuesto que las conclusiones que deja la elección primaria del domingo pasado no se limitan, ni pasan, por la “escapada” de Scioli. Otro es el análisis por hacer.
               Primero, lo obvio: la forma de votar. La interminable boleta. Con un costo de papel e impresión inconmensurable. Con un atraso mental, en su concepción, que no resiste equiparación en la era de la tecnología informática. Con una doble intención inconfesable: la del fraude.
               Frente a esta cuestión, el oficialismo no puede exhibir ninguna explicación válida. A tal punto que se puede ser optimista. Posiblemente, la presente –PASO, general y eventual segunda vuelta- resulte la última elección nacional con cuartos oscuros empapelados, en lugar de una boleta única o de un voto electrónico.
               De aquí en más, las conclusiones giran en torno al sistema electoral y a los resultados propiamente dichos.
               La Argentina es un país presidencialista. Inclusive muy presidencialista. Y mucho más, cuando quienes gobiernan son los Kirchner. Con ellos, se trata de una permanente búsqueda de la suma del poder público, donde el resto de los poderes –legislativo y judicial- deben cumplir el rol de subalternos.
               Desde su acceso al gobierno, los Kirchner y los grupos “intelectuales” que les son funcionales apuestan al concepto del “voto plebiscitario”. Sí, efectivamente, el voto popular es el que decide quién gobierna y quién no, pero el voto popular es la única regla vigente. Luego, no existen límites de ningún tipo para el ejercicio del poder.
               Tamaña concepción conforma inclusive una tergiversación más. Si así fuese, los gobiernos nacionales, provinciales o municipales deberían superar el 50 por ciento más uno de los votos para justificar dicho concepto plebiscitario.
               Fue así cuando Cristina Kirchner obtuvo el 54 por ciento de los votos. No fue así, sencillamente, por su concepción diferente de la democracia y sobre todo por su respeto por las reglas republicanas, cuando Raúl Alfonsín alcanzó el 52 por ciento.
               Pero, en el voto plebiscitario, convive una segunda condición que al no verificarse genera la tergiversación señalada. No solo hay que superar el 50 por ciento, sino que hay que hacerlo frente a la opción contraria. No frente a distintas opciones contrarias, porque en ese caso, no es un plebiscito.
               En otras palabras, con régimen presidencialista y aún más con su deformación plebiscitaria, solo puede subsistir dos opciones: el sí o el no. Voto por el gobierno o voto por la oposición, no por una de las oposiciones.
Elecciones, dos
               Cierto que dicha situación se alcanza en segunda vuelta pero es de una imperfección más que notable. Primero por aquel engendro argentino que consiste en darle carácter mayoritario al 45 por ciento del total de los votos o, peor aún, al 40 por ciento si la diferencia con el segundo es de más de diez puntos.
               Segundo, porque solo se utiliza para la elección de presidente y de gobernador en alguna provincia como Santa Fe o Tierra del Fuego y en casi ningún municipio.
               Sobre esto último, un país puede ser –y en la Argentina, debe ser- federal y los municipios deben ser autónomos –como no lo son en la provincia de Buenos Aires- pero el sistema electoral debe ser único. Una única regla de juego para resultar electo. Caso contrario, los gobernadores inventan reglas para su perpetuidad.
               En la ciudad de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta debió superar una segunda vuelta para alcanzar la jefatura de gobierno. Si en lugar de postularse para jefe de gobierno, se hubiese postulado para presidente y hubiese alcanzado el mismo porcentaje de votos frente al que obtuvo su rival Martín Lousteau, no hubiese necesitado de una segunda vuelta-
               Como en la ciudad de Buenos Aires, al igual que en cualquier parte del mundo, la mayoría solo se alcanza con la mitad más uno de los votos, Rodríguez Larreta recién se impuso en segunda vuelta y con bastante susto.
               Pero la tergiversación mayor, va implícita en el propio sistema presidencialista, más allá de las exacerbaciones kirchneristas. Porque un sistema presidencialista solo funciona con dos entidades políticas fuertes opuestas. La oficialista y la opositora.
               Así es en los Estados Unidos y así fue en la Argentina, antes del invento transversal del kirchnerismo. Así es en Chile y así tiende a ser, mediante alianzas o frentes, en todos los países con régimen presidencial. Cierto, Uruguay es una excepción, pero mediata. Tanto colorados como nacionales están en tratativa para unir filas a fin de disputar el poder al Frente Amplio.
               Casi por definición, el régimen presidencialista es un régimen de alternancia entre dos partidos políticos. No una disputa por lugares legislativos entre distintas expresiones opositoras.
               Este es el punto central para orientar el voto en las próximas elecciones generales. Sí, son varias las opciones que se presentan legalmente para el próximo 25 de octubre. Pero la elección se limita a oficialismo u oposición.
               Definir al oficialismo es sencillo. Es el partido o grupo que ejerce el poder. Es Scioli. Definir la oposición no es tan sencillo. Es Macri, es Massa, y son los restantes. Pero, los resultados de la PASO determinan, con claridad –diez puntos de diferencia-, que la opción opositora es Macri.
               Por tanto, no hace falta esperar a la segunda vuelta. El voto útil debe verificarse en las generales del 25 de octubre. No haría falta, si la legislación electoral determinase que la mayoría es la mitad más uno de los votos. Sí hace falta, en razón del mamarracho del 45 por ciento o del 40 por ciento con 10 puntos de diferencia.
               En otras palabras, con la dispersión opositora, Scioli puede resultar electo presidente en primera vuelta con el 40 por ciento más un voto del total de los votantes.
               En ese caso habrá ganado el plebiscito con el apoyo del cuarenta por ciento de los argentinos, y lo habrán perdido el 60 por ciento que votaron en contra.
Elecciones, tres
               Todo resulta más grave en la provincia de Buenos Aires. Por dos razones, una de fondo y otra de actualidad.
               La de fondo es que el gobernador de Buenos Aires se elige a simple pluralidad de votos. Aquí, en nada importan los porcentajes.
               El oficialista Frente para la Victoria alcanzó el 40,3 por ciento de los votos en la PASO, con la suma de dos fórmulas. Por tanto, la oposición en su conjunto se alzó con el 59,7 por ciento.
               Son muchísimos más los bonaerenses que no quieren continuar en manos del oficialismo sciolista K que los que prefieren un cambio. Pero, el sistema electoral le da preeminencia a la minoría del Frente para la Victoria.
               De allí que aquí es aún más importante el encuadrar el voto útil de movida. La fórmula María Eugenia Vidal-Daniel Salvador obtiene 9,9 puntos más que la que componen Felipe Solá y Daniel Arroyo.
               Resulta obvio, pues, que la opción opositora es Vidal-Salvador. Más aún si se computa que la diferencia entre los terceros y el Frente para la Victoria es de 20,8 puntos.
               No se trata de inventar alquimias o mecanismos electorales de último momento como increíblemente propone una intelectual de la talla de Beatriz Sarlo que primero llamó a votar por la lejana cuarta Margarita Stolbizer y ahora pregona un sube y baja de candidaturas que la llevan a imaginar imposibles como un abandono de Sergio Massa compensado con un walk over de María Eugenia Vidal.
               Son fórmulas que solo pueden inventar quienes jamás meten la mano en el barro de la política profunda.
Quienes creen que se puede dejar colgados, de la noche a la mañana, a candidatos a diputados, legisladores provinciales, intendentes, concejales y consejeros escolares.
               Quienes no tienen en cuenta que toda esa gente puso dinero, tiempo, esfuerzo, que distribuyó la boleta, que entregó panfletos, que armó mesas –con frio y viento- en las plazas, en síntesis, que militó.
               No es desde el cómodo living de una casa en Capital Federal desde donde se gana una elección presidencial y, menos aún, una elección en la provincia de Buenos Aires.
               Entre los absurdos de Beatriz Sarlo y los disparates de Lucas Llacht, con su triprovincia, al menos nadie podrá dejar de decir que esta elección deparó laboratorios de quienes creen que hay que inventar cosas para ganarle al peronismo K o no K.
               Y no es así. No se trata de peronismo K o no K. Se trata de vencer a una opción no republicana de la política que ahora, en este momento, encarnan Daniel Scioli, Carlos Zannini, Aníbal Fernández y Hernán Sabbatella.
               No hay fórmula mágica. Solo hay decisión de los votantes. Nuevamente se trata de voto útil. Por el oficialismo K o contra él.
Elecciones, cuatro
               A partir de aquí se ingresa necesariamente en el terreno de la especulación política ¿Puede Macri descontar los más de ocho puntos que le lleva Scioi? ¿Puede Vidal superar los algo más de nueve que le lleva, de aquí en más, Fernández?
               La respuesta es pueden hacerlo. No es seguro. Ni siquiera muy probable. Pero pueden hacerlo. Más aún si el voto útil no se reserva para una eventual segunda vuelta, en la presidencial. Y si actúa como tal, el mismo 25 de octubre, en la provincial de Buenos Aires.
               En otros términos, Macri gana si los votantes –no los dirigentes- de Massa y los pocos de Stolbizer cambian de opción opositora. Y pierde, si no lo hacen. Si la mutación no se produce, conviene recordar que Scioli se encuentra a 2,3 puntos de alcanzar la presidencia.
               Y aquí entra a jugar la única incógnita real que despejó la PASO: la candidatura provincial de Aníbal Fernández.
               ¿Aníbal Fernández ancla a Scioli? ¿Le resta votos? Puede ser. No es seguro, pero puede ser.
               Sí, en cambio, no resulta aventurado afirmar que perderá votos de la suma total que obtuvo el Frente para la Victoria en la elección provincial.
               La suma de Aníbal Fernández más Julián Domínguez arrojó un resultado del 40,34 por ciento. Algo más de la mitad de ese 40,34 por ciento votó por Fernández y algo menos, lo hizo por Domínguez.
               En votos, 1 millón 630 mil por Fernández; 1 millón 470 mil por Domínguez. La pregunta es si el millón 470 mil de Domínguez votará el 25 de octubre por Fernández.
               Probablemente, la mayoría sí, pero una minoría, no. De cuantos votos se compone esa minoría será clave para el resultado final.
               Conclusión uno: alquimias aparte, resulta factible un triunfo opositor solo de la mano de Mauricio Macri y solo si el voto útil se aplica, al menos parcialmente, desde la primera vuelta.      
               Conclusión dos: aún ubicados a un punto más de diferencia que Macri-Michetti, la fórmula Vidal-Salvador puede ganar en octubre próximo –única vuelta- en la provincia de Buenos Aires, con mayor facilidad frente a Aníbal Fernández-Martín Sabbatella, si el voto útil se vuelca de manera inmediata.

Caso contrario, será tarde y será la gran oportunidad perdida de vencer al kirchnerismo.

^Periodista y Militante Radical. 

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