La Columna de la Semana: Sencillo. Hasta el viernes
pasado, llovió copiosamente en la mayor parte de la provincia de Buenos Aires.
Lluvias que comenzaron diez días antes. A la fecha de la elección, varios
distritos estaban anegados y hasta fue necesario cambiar lugares de votación
que se encontraban inundados o a punto de serlo. Pero Scioli igual se fue a
Roma.
Después, claro, enterado del
costo político que comenzaba a pagar, decidió volver. Pura especulación, nada
de sensibilidad. Sus voceros mentían descaradamente para justificar su escapada
vacacional en medio de la inundación provincial. Que el brazo. Que los
contactos con empresarios. Hasta sugirieron un encuentro con el primer ministro
italiano, Matteo Renzi… quien gozaba de sus vacaciones lejos de Roma. Solo no
se atrevieron a invocar al Papa Francisco.
Mintieron sin asco, amparados por
el fugado e insensible gobernador provincial, quien ahora volvió para retomar
su cantinela de fe, esperanza y optimismo ¿Se lo dirá a los inundados?
No solo Scioli eludió ocuparse
del drama humano que semejante inundación generó, tampoco se ocupó, como no lo
hizo durante sus ocho años de gobierno, de la producción. No defendió a los
productores frente al atraso cambiario, ni frente a la 125, ni frente a las
retenciones para el trigo, el maíz o la cebada. No defendió la ganadería, ni la
lechería.
Frívolo como él es, el de Scioli
fue un gobierno… vacacional. Listo y presto para viajar en verano, cientos de
veces a Mar del Plata, y un poco menos a la Costa, Pinamar, Villa Gesell o
Tandil. Lógicamente, si llega a la presidencial el espectro se le abrirá un
poco más con Bariloche y Carlos Paz.
Entonces, las cosas en su lugar.
Scioli viajó a Italia a descansar, pasear, comer bien y dormir mejor, como lo
hace cualquier turista. Y no está mal, a condición de no recibir viáticos de la
provincia. Solo que lo hizo cuando la provincia de Buenos Aires, literalmente,
hacía agua por todos lados.
Con fe, con esperanza y con
optimismo, no alcanza. Hay que poner bastante más. Y además, hay que ser
sincero. Con un “disculpen, me equivoqué” tal vez se perdían votos, pero se
ganaba dignidad.
Elecciones, uno
Por
supuesto que las conclusiones que deja la elección primaria del domingo pasado
no se limitan, ni pasan, por la “escapada” de Scioli. Otro es el análisis por hacer.
Primero,
lo obvio: la forma de votar. La interminable boleta. Con un costo de papel e
impresión inconmensurable. Con un atraso mental, en su concepción, que no
resiste equiparación en la era de la tecnología informática. Con una doble
intención inconfesable: la del fraude.
Frente
a esta cuestión, el oficialismo no puede exhibir ninguna explicación válida. A
tal punto que se puede ser optimista. Posiblemente, la presente –PASO, general
y eventual segunda vuelta- resulte la última elección nacional con cuartos
oscuros empapelados, en lugar de una boleta única o de un voto electrónico.
De
aquí en más, las conclusiones giran en torno al sistema electoral y a los
resultados propiamente dichos.
La
Argentina es un país presidencialista. Inclusive muy presidencialista. Y mucho
más, cuando quienes gobiernan son los Kirchner. Con ellos, se trata de una
permanente búsqueda de la suma del poder público, donde el resto de los poderes
–legislativo y judicial- deben cumplir el rol de subalternos.
Desde
su acceso al gobierno, los Kirchner y los grupos “intelectuales” que les son
funcionales apuestan al concepto del “voto plebiscitario”. Sí, efectivamente,
el voto popular es el que decide quién gobierna y quién no, pero el voto
popular es la única regla vigente. Luego, no existen límites de ningún tipo
para el ejercicio del poder.
Tamaña
concepción conforma inclusive una tergiversación más. Si así fuese, los
gobiernos nacionales, provinciales o municipales deberían superar el 50 por
ciento más uno de los votos para justificar dicho concepto plebiscitario.
Fue
así cuando Cristina Kirchner obtuvo el 54 por ciento de los votos. No fue así,
sencillamente, por su concepción diferente de la democracia y sobre todo por su
respeto por las reglas republicanas, cuando Raúl Alfonsín alcanzó el 52 por
ciento.
Pero,
en el voto plebiscitario, convive una segunda condición que al no verificarse
genera la tergiversación señalada. No solo hay que superar el 50 por ciento,
sino que hay que hacerlo frente a la opción contraria. No frente a distintas
opciones contrarias, porque en ese caso, no es un plebiscito.
En
otras palabras, con régimen presidencialista y aún más con su deformación
plebiscitaria, solo puede subsistir dos opciones: el sí o el no. Voto por el
gobierno o voto por la oposición, no por una de las oposiciones.
Elecciones, dos
Cierto
que dicha situación se alcanza en segunda vuelta pero es de una imperfección
más que notable. Primero por aquel engendro argentino que consiste en darle
carácter mayoritario al 45 por ciento del total de los votos o, peor aún, al 40
por ciento si la diferencia con el segundo es de más de diez puntos.
Segundo,
porque solo se utiliza para la elección de presidente y de gobernador en alguna
provincia como Santa Fe o Tierra del Fuego y en casi ningún municipio.
Sobre
esto último, un país puede ser –y en la Argentina, debe ser- federal y los
municipios deben ser autónomos –como no lo son en la provincia de Buenos Aires-
pero el sistema electoral debe ser único. Una única regla de juego para resultar
electo. Caso contrario, los gobernadores inventan reglas para su perpetuidad.
En
la ciudad de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta debió superar una segunda
vuelta para alcanzar la jefatura de gobierno. Si en lugar de postularse para
jefe de gobierno, se hubiese postulado para presidente y hubiese alcanzado el
mismo porcentaje de votos frente al que obtuvo su rival Martín Lousteau, no
hubiese necesitado de una segunda vuelta-
Como
en la ciudad de Buenos Aires, al igual que en cualquier parte del mundo, la
mayoría solo se alcanza con la mitad más uno de los votos, Rodríguez Larreta
recién se impuso en segunda vuelta y con bastante susto.
Pero
la tergiversación mayor, va implícita en el propio sistema presidencialista,
más allá de las exacerbaciones kirchneristas. Porque un sistema
presidencialista solo funciona con dos entidades políticas fuertes opuestas. La
oficialista y la opositora.
Así
es en los Estados Unidos y así fue en la Argentina, antes del invento
transversal del kirchnerismo. Así es en Chile y así tiende a ser, mediante
alianzas o frentes, en todos los países con régimen presidencial. Cierto,
Uruguay es una excepción, pero mediata. Tanto colorados como nacionales están
en tratativa para unir filas a fin de disputar el poder al Frente Amplio.
Casi
por definición, el régimen presidencialista es un régimen de alternancia entre
dos partidos políticos. No una disputa por lugares legislativos entre distintas
expresiones opositoras.
Este
es el punto central para orientar el voto en las próximas elecciones generales.
Sí, son varias las opciones que se presentan legalmente para el próximo 25 de
octubre. Pero la elección se limita a oficialismo u oposición.
Definir
al oficialismo es sencillo. Es el partido o grupo que ejerce el poder. Es
Scioli. Definir la oposición no es tan sencillo. Es Macri, es Massa, y son los
restantes. Pero, los resultados de la PASO determinan, con claridad –diez
puntos de diferencia-, que la opción opositora es Macri.
Por
tanto, no hace falta esperar a la segunda vuelta. El voto útil debe verificarse
en las generales del 25 de octubre. No haría falta, si la legislación electoral
determinase que la mayoría es la mitad más uno de los votos. Sí hace falta, en
razón del mamarracho del 45 por ciento o del 40 por ciento con 10 puntos de
diferencia.
En
otras palabras, con la dispersión opositora, Scioli puede resultar electo
presidente en primera vuelta con el 40 por ciento más un voto del total de los
votantes.
En
ese caso habrá ganado el plebiscito con el apoyo del cuarenta por ciento de los
argentinos, y lo habrán perdido el 60 por ciento que votaron en contra.
Elecciones, tres
Todo
resulta más grave en la provincia de Buenos Aires. Por dos razones, una de
fondo y otra de actualidad.
La
de fondo es que el gobernador de Buenos Aires se elige a simple pluralidad de
votos. Aquí, en nada importan los porcentajes.
El
oficialista Frente para la Victoria alcanzó el 40,3 por ciento de los votos en
la PASO, con la suma de dos fórmulas. Por tanto, la oposición en su conjunto se
alzó con el 59,7 por ciento.
Son
muchísimos más los bonaerenses que no quieren continuar en manos del
oficialismo sciolista K que los que prefieren un cambio. Pero, el sistema
electoral le da preeminencia a la minoría del Frente para la Victoria.
De
allí que aquí es aún más importante el encuadrar el voto útil de movida. La
fórmula María Eugenia Vidal-Daniel Salvador obtiene 9,9 puntos más que la que
componen Felipe Solá y Daniel Arroyo.
Resulta
obvio, pues, que la opción opositora es Vidal-Salvador. Más aún si se computa
que la diferencia entre los terceros y el Frente para la Victoria es de 20,8
puntos.
No
se trata de inventar alquimias o mecanismos electorales de último momento como
increíblemente propone una intelectual de la talla de Beatriz Sarlo que primero
llamó a votar por la lejana cuarta Margarita Stolbizer y ahora pregona un sube
y baja de candidaturas que la llevan a imaginar imposibles como un abandono de
Sergio Massa compensado con un walk over de María Eugenia Vidal.
Son
fórmulas que solo pueden inventar quienes jamás meten la mano en el barro de la
política profunda.
Quienes creen que se puede dejar
colgados, de la noche a la mañana, a candidatos a diputados, legisladores
provinciales, intendentes, concejales y consejeros escolares.
Quienes
no tienen en cuenta que toda esa gente puso dinero, tiempo, esfuerzo, que
distribuyó la boleta, que entregó panfletos, que armó mesas –con frio y viento-
en las plazas, en síntesis, que militó.
No
es desde el cómodo living de una casa en Capital Federal desde donde se gana
una elección presidencial y, menos aún, una elección en la provincia de Buenos
Aires.
Entre
los absurdos de Beatriz Sarlo y los disparates de Lucas Llacht, con su
triprovincia, al menos nadie podrá dejar de decir que esta elección deparó
laboratorios de quienes creen que hay que inventar cosas para ganarle al
peronismo K o no K.
Y
no es así. No se trata de peronismo K o no K. Se trata de vencer a una opción
no republicana de la política que ahora, en este momento, encarnan Daniel
Scioli, Carlos Zannini, Aníbal Fernández y Hernán Sabbatella.
No
hay fórmula mágica. Solo hay decisión de los votantes. Nuevamente se trata de
voto útil. Por el oficialismo K o contra él.
Elecciones, cuatro
A
partir de aquí se ingresa necesariamente en el terreno de la especulación
política ¿Puede Macri descontar los más de ocho puntos que le lleva Scioi?
¿Puede Vidal superar los algo más de nueve que le lleva, de aquí en más,
Fernández?
La
respuesta es pueden hacerlo. No es seguro. Ni siquiera muy probable. Pero
pueden hacerlo. Más aún si el voto útil no se reserva para una eventual segunda
vuelta, en la presidencial. Y si actúa como tal, el mismo 25 de octubre, en la
provincial de Buenos Aires.
En
otros términos, Macri gana si los votantes –no los dirigentes- de Massa y los
pocos de Stolbizer cambian de opción opositora. Y pierde, si no lo hacen. Si la
mutación no se produce, conviene recordar que Scioli se encuentra a 2,3 puntos
de alcanzar la presidencia.
Y
aquí entra a jugar la única incógnita real que despejó la PASO: la candidatura
provincial de Aníbal Fernández.
¿Aníbal
Fernández ancla a Scioli? ¿Le resta votos? Puede ser. No es seguro, pero puede
ser.
Sí,
en cambio, no resulta aventurado afirmar que perderá votos de la suma total que
obtuvo el Frente para la Victoria en la elección provincial.
La
suma de Aníbal Fernández más Julián Domínguez arrojó un resultado del 40,34 por
ciento. Algo más de la mitad de ese 40,34 por ciento votó por Fernández y algo
menos, lo hizo por Domínguez.
En
votos, 1 millón 630 mil por Fernández; 1 millón 470 mil por Domínguez. La
pregunta es si el millón 470 mil de Domínguez votará el 25 de octubre por
Fernández.
Probablemente,
la mayoría sí, pero una minoría, no. De cuantos votos se compone esa minoría
será clave para el resultado final.
Conclusión
uno: alquimias aparte, resulta factible un triunfo opositor
solo de la mano de Mauricio Macri y solo si el voto útil se aplica, al menos
parcialmente, desde la primera vuelta.
Conclusión
dos: aún ubicados a un punto más de diferencia que Macri-Michetti, la fórmula
Vidal-Salvador puede ganar en octubre próximo –única vuelta- en la provincia de
Buenos Aires, con mayor facilidad frente a Aníbal Fernández-Martín Sabbatella,
si el voto útil se vuelca de manera inmediata.
Caso contrario, será tarde y será
la gran oportunidad perdida de vencer al kirchnerismo.
^Periodista y Militante Radical.
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